
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, tres jóvenes amigos: Tomás, Julián y Esteban. Los tres eran fuertes como robles, acostumbrados a trabajar duro en el campo. Pero también tenían fama de ser algo testarudos y de no pensar mucho antes de actuar.
Una soleada mañana de verano, decidieron visitar un pueblo vecino para asistir a la feria anual. En lugar de ir a pie, que habría sido lo lógico dada su fortaleza, optaron por llevarse el burro de Esteban, un animal pequeño pero resistente llamado Bruno.
—¡Bruno puede con nosotros tres! —dijo Julián, confiado.
—Claro que sí, es un burro fuerte —añadió Tomás.
Esteban, aunque tenía dudas, no quiso quedar como el más débil y accedió. Así que, sin pensarlo demasiado, los tres subieron al burro y comenzaron su viaje.
Al cruzar el primer pueblo, los aldeanos los miraban con incredulidad y se oían comentarios.
—¡Pobrecito burro! —dijo una anciana—. Tres hombres montados en un burro, ¡eso es crueldad!
Los amigos, avergonzados, decidieron bajarse del burro para evitar más críticas. Ahora, caminaban junto a Bruno mientras él llevaba sus provisiones.
Al llegar al siguiente pueblo, los comentarios cambiaron.
—¡Qué tontos! —rió un granjero—. Tienen un burro y van caminando.
Tomás se rascó la cabeza, confundido.
—Tal vez deberíamos turnarnos para montar —sugirió.
Decidieron que uno de ellos montaría mientras los otros dos caminaban, y así rotarían. Al poco tiempo, llegaron a un río donde un grupo de niños comenzó a reír.
—¡Miren qué ridículo! ¡Uno montando y los otros caminando como sirvientes!
Frustrados, los tres decidieron cargar al burro en un intento de mostrar que no les importaba el qué dirán. Ataron a Bruno con sogas y, entre los tres, lo levantaron.
—¡Esto demostrará que podemos resolver cualquier problema! —dijo Julián, jadeando.
Cuando cruzaban un puente, Bruno, incómodo y asustado, comenzó a patalear. En medio del alboroto, las sogas se soltaron, y el burro cayó al río con un sonoro chapuzón. Los tres amigos corrieron desesperados para rescatarlo.
Por suerte, Bruno salió ileso, pero se sacudió con tal fuerza que empapó a los tres. Sentados junto al río, mojados y agotados, se miraron y comenzaron a reír.
—Creo que hemos aprendido algo hoy —dijo Esteban.
—Sí, que no podemos complacer a todos —respondió Tomás.
—Y que Bruno es el único con verdadero sentido común —añadió Julián, acariciando al burro.
Desde ese día, decidieron ignorar las críticas innecesarias y hacer las cosas a su manera, siempre respetando a Bruno. Y así, los tres amigos y su fiel burro continuaron disfrutando de sus aventuras, más sabios y felices que nunca.