Actualmente he tenido la fortuna de visitar Edimburgo junto a mi familia. Esta es una de las capitales de Escocia europea que más me han atraído, así que ni el frío ni la lluvia nos echaron para atrás, por lo cual es la segunda ciudad más visitada del Reino Unido, después de Londres, con aproximadamente 14 millones de turista al año. Edimburgo tiene bastantes atracciones como para que cualquier aficionado a la cultura disfrute y aprenda entre pinta y pinta de cerveza.
Pues en mis paseos por la capital de Escocia, visité el famoso Cementerio Greyfriars en Edimburgo está cuajado de historias.
Pero, sin duda, la historia más famosa es la del fiel perrito Greyfriars Bobby. Son numerosos los casos que nos demuestran que la fidelidad de los perros no tiene límites, que llegó a permanecer junto a la tumba de su dueño hasta 14 años después de su muerte. Hoy día, este peludo es un auténtico icono de la ciudad de Edimburgo.
John Gray era un jardinero que emigró a Edimburgo (Escocia) hacia el año 1850, junto a su mujer y su hijo, con la esperanza de mejorar la calidad de vida de su familia.
No obstante, el suelo en la ciudad estaba dañado por efecto de los largos inviernos, por lo que Gray decidió unirse al cuerpo de policía de la zona como vigilante nocturno.
Años más tarde, la familia adoptó a un amigable perro Skye Terrier al que llamaron Bobby, quien acompañaba todas las noches a John por las calles de la ciudad mientras cumplía con su trabajo, John Gray cuidó de Bobby desde que éste era un cachorro. Pasaron años juntos desgraciadamente, el hombre murió en 1858 víctima de tuberculosis. Desde entonces, Bobby permaneció junto a la tumba del que fue su mejor amigo.
Tras el entierro de John Gray, los habitantes de la zona pensaron que el animal se cansaría tarde o temprano, pero el pequeño se negó a alejarse de la tumba incluso cuando se daban las peores condiciones climatológicas, haciendo del Cementerio Greyfriars su hogar. Al ser incapaz de desalojarlo, el encargado del cementerio acabaría por construir un refugio para el animal.
Además de ser cuidado y alimentado por los ciudadanos, Bobby acudía cada día al restaurante “Greyfriars Place”, que frecuentaba desde hacía años con su amo. Tras recibir alimento, volvía rápidamente al cementerio, algo que se convirtió en un auténtico espectáculo para los turistas.
En 1867 tuvo lugar un acontecimiento que demuestra especialmente el cariño que los vecinos sentían por el peludo. En ese año las autoridades de Edimburgo aprobaron una ley que obligaba a registrar a todos los perros de la ciudad y a pagar una licencia por ello, debido al creciente aumento de canes callejeros. Los que no fueran oficialmente propiedad de nadie, serían sacrificados.
Ante esto, al no tener Bobby un dueño reconocido, el propio alcalde de Edimburgo, Sir William Chambers, abonó el pago de su registro y lo declaró propiedad del Consejo de la Ciudad, así Bobby pudo evitar ser sacrificado y continuó firme junto a la tumba de John Grey, su gran amigo.
Desde entonces el animal luciría un nuevo collar con su nombre y número de licencia.
Cuenta la historia que el pequeño Skye Terrier murió en 1872 junto a la tumba de John Gray, tras lo cual sería más conocido con el paso de los años como “Greyfriars Bobby”. No pudo ser enterrado junto a su dueño, en realidad, el animal se encuentra enterrado junto a uno de los muros exteriores del cementerio, pues las autoridades del momento nunca permitieron su entierro dentro por estar considerado terreno sagrado, pero a día de hoy sus restos descansan a escasos metros de los de su mejor amigo. En 1981, la Dog Aid Society de Escocia agregó una pequeña lápida en la que podemos leer:
«Greyfriars Bobby – died 14th January 1872 – aged 16 years – Let his loyalty and devotion be a lesson to us all».
(Que su lealtad y devoción sean un ejemplo para todos nosotros)..
Muchos visitantes dejan en su lápida de granito de aquí palos, juguetes y hasta flores como regalo para el perrito fiel.
Un año después cuando la criatura falleció en 1872, de la muerte de Bobby se construyó en su honor una fuente que albergaba, a su vez, una estatua del famoso perro, al sur del Puente George IV. Es una escultura de bronce con una fuente de granito pulido. Inicialmente era una fuente doble, con un bebedero para personas y más abajo, un bebedero para perros.
Actualmente es un importante punto turístico de Edimburgo, pues cuenta que tocar su nariz da buena suerte. Además, en el Museo de Edimburgo podemos ver su collar y su plato.
Fotos Antonio Rendón Domínguez