Este sábado se celebra el Día Universal del Niño, una cita de Naciones Unidas que nos recuerda los derechos de la infancia y nuestro deber de velar por ellos. Nada tiene que ver, por suerte, la situación de los más pequeños que viven en países como el nuestro con la que deben afrontar en otros lugares del mundo. Pero en este “mundo desarrollado”, el exceso de exigencia de una sociedad competitiva que busca la perfección está dejando en un segundo plano un derecho esencial para su desarrollo: tener tiempo para jugar.
El 20 de noviembre de 1959, Naciones Unidas aprobó la Declaración de los Derechos del Niño, y tres décadas después, el mismo día de 1989, se celebró la Convención sobre los Derechos del Niño, hasta la fecha el tratado internacional más ratificado de la historia. Ese texto reconoce el papel esencial de la familia como grupo social y la importancia de que el niño crezca en un entorno familiar de cariño y felicidad, así como la necesidad de que sea preparado para vivir de forma independiente en sociedad y educado en los principales valores de tolerancia, libertad, igualdad, dignidad y solidaridad.
También se recogen los principales derechos que asisten a la infancia por su propia condición (articulados en el marco de la Declaración Universal de los Derechos Humanos), entre los que se incluyen los derechos fundamentales a la vida, a la salud, a la educación, a la protección y la seguridad, a la no discriminación, a que se tengan en cuenta sus opiniones… y también a jugar.
Art. 31. Los Estados Partes reconocen el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes.
Sin embargo, la realidad es que el día a día de los más pequeños apenas deja tiempo para ese esparcimiento. El horario escolar en España es amplio: lo más frecuente es que las clases comiencen entre las 8:30 y las 9:30 horas y terminen entre las 16:00 y las 17:00 horas. Después, la inmensa mayoría (en torno al 90% de los niños de Primaria y Secundaria, según datos del Ministerio de Educación) participa en algún tipo de actividad extraescolar, y muchos no se conforman con una sola.
Un estudio realizado por Lingokids entre 500 familias de toda España sitúa los idiomas a la cabeza de las actividades realizadas fuera del horario lectivo (el 68% de los niños acude a este tipo de extraescolares), seguidos del fútbol (46%) y la natación (45%). A cierta distancia se encuentran las clases de música (24%), el baloncesto (18%), las artes marciales (17%), las clases de pintura (13%), la danza (12%) o el tenis (11%).
Cuando llegan a casa tienen que enfrentarse a las tareas escolares, cuyo papel de refuerzo tiene aspectos positivos, pero en muchas ocasiones se ponen en cantidades excesivas (según datos de la OCDE, España es el cuarto país del mundo en el que los niños destinan más horas a la semana a hacer deberes). Con lo que, si contamos el tiempo que necesitan para ducharse y cenar (deben acostarse pronto para dormir las horas adecuadas para su edad), el resultado es que apenas han podido dedicar un tiempo al juego y al ocio familiar.
Desde hace varios años, la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (CEAPA), que reúne a 12.000 asociaciones de progenitores de la Escuela Pública de toda España, defiende una educación sin deberes, al considerar que estas tareas, además de generar estrés en los niños y en sus familias, fomentan las desigualdades, pues no todos cuentan con las mismas oportunidades de recibir ayuda de sus padres, ya sea por tiempo o por nivel de conocimientos. Un punto de vista que recogen en sus propios estudios organizaciones internacionales como la OCDE y la OMS.
Además, CEAPA considera que los deberes son la herencia de un método pedagógico obsoleto basado en la memorización y repetición de contenidos, que hoy día puede sustituirse por otras técnicas basadas en nuevas metodologías, mucho más prácticas e interactivas, que están demostrando ser más efectivas, más amables para los niños y más respetuosas con sus tiempos de juego y de descanso.
Aprender jugando
Dentro de la innovación educativa existen dos elementos fundamentales: la tecnología, que a través de dispositivos electrónicos y contenidos digitales les proporciona nuevas herramientas que transforman su experiencia de aprendizaje, y el juego en sí mismo, que es una de las formas más eficaces de aprender.
“Bien combinado, el binomio tecnología y juego ofrece excelentes resultados de aprendizaje. Hoy día existen herramientas digitales de contenido educativo de gran calidad y totalmente innovadoras, con infinidad de recursos que pueden ser un apoyo muy valioso para los profesores a la hora de impartir las clases y también para la fase posterior de afianzamiento de los contenidos, que puede hacerse de una forma más lúdica, permitiéndoles divertirse mientras aprenden jugando, y al mismo tiempo darle un uso adecuado y de calidad a los dispositivos electrónicos”, asegura Rhona Anne Dick, directora de Experiencia de Aprendizaje de Lingokids.
Esta empresa, especializada en contenidos en inglés para niños de edades tempranas, ha hecho del Playlearning© su bandera. Defiende que conseguir que el niño se divierta de forma activa mientras aprende es clave para que su mente se abra por completo y mejore su receptividad hacia los nuevos conocimientos. Si está entretenido y puede interactuar, aumenta su concentración, su interés por la actividad se mantiene durante más tiempo, y se estimula su creatividad e imaginación.
El juego a través de la tecnología permite recrear entornos digitales atractivos, con contenidos que se adaptan a cada edad e incluso a cada ritmo o evolución de aprendizaje. Y la interacción requerida exige su participación física e intelectual, lo que hace que los niños tengan una experiencia más inmersiva en el proceso educativo.
La incorporación de metodologías basadas en el juego a las rutinas escolares no solo podría reducir el peso de los deberes, sino que incluso podría utilizarse como sistema de evaluación, lo que también reduciría enormemente el estrés generado por los exámenes. Incluso algunas clases extraescolares, como las de idiomas, podrían ser sustituidas por metodologías digitales innovadoras de probada eficacia, con lo que las familias ganarían tiempo libre para disfrutar juntas.
Pero sin perder de vista que el refuerzo educativo siempre es valioso para el proceso de aprendizaje, y que las actividades complementarias abren su cuerpo y mente a nuevos conocimientos y experiencias que amplían sus horizontes y perspectivas.