"El Señor me llama así, en mi debilidad"

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Miguel Ángel Sanchíz es uno de los seis diáconos que este domingo recibirán el Orden Sacerdotal en la catedral de Murcia

Miguel Ángel Sanchíz Díaz, hijo de Miguel y Dora, tiene 28 años y es natural de Villena, Alicante. Creció en el seno de una familia cristiana y es el cuarto de siete hermanos, lo que le llevó a vivir una infancia «muy buena y feliz, pero en constante rebeldía». Realizó sus estudios en el colegio salesiano María Auxiliadora de su ciudad natal, donde reconoce haber aprendido a tener una relación con la Virgen María, en quien se apoyaba algunas veces gracias a las oraciones que se realizaban cada día antes de comenzar las clases. En el núcleo familiar recibió la fe desde pequeño de mano de sus padres a quienes siempre les demandaba atención: «No me daba cuenta del amor que me tenían; mis padres siempre me han querido de verdad, es decir, nunca me han dado por perdido y siempre me han corregido gracias a la experiencia que tienen de Dios en sus vidas».

En la adolescencia sufrió una crisis que le condujo a vivir «una situación horrible». Embaucado por la afectividad, el joven se alejó de la Iglesia y comenzó una vida que le llevó a vivir «con un total desapego» hacia sus padres, «con una desconfianza total». Las salidas con los amigos y el coqueteo con las drogas le llevaron a sustraer dinero de casa y vivir un infierno diario: «Empezó como una cosa de niño rebelde, que no sabía lo que hacía, que creía que tenía derecho a todo, y terminó en un vicio. Fumaba porros y sentía que me humillaba profundamente, que era algo que no estaba bien, pero no podía dejar de hacerlo. Me iba de fiesta y cogía lo que necesitaba. Con 17 años vivía un infierno en casa, por esa desconfianza que había hacia mí, porque yo la creé; trataba mal a mis padres, hablándoles mal y siempre desobedeciéndoles».

Una vocación que le cambió la vida

Toda esta situación comenzó a cambiar gracias a la Iglesia y gracias a su comunidad. Miguel Ángel realizó las catequesis del Camino Neocatecumenal «por obediencia» a su padre, permaneciendo durante cinco años en su comunidad parroquial de forma apática: «Iba por cumplir; me reía un poco, fastidiaba otro poco y luego me iba. Gracias a estar en esta comunidad, de la que nunca me fui, en la que mi padre insistió en que perseverara, encontré el amor de Dios».

Un Viernes Santo marca de forma particular su vida, durante la adoración a la cruz: «Me encontré con Jesucristo crucificado muriendo por mí, viendo lo que yo era, después de escuchar el relato de la Pasión, al mirar la cruz, y escuchando el canto de adoración eucarística Oh Jesús, amor mío, que dice: “Tú has recibido los insultos y los desprecios de mí, para que yo reciba la bendición de ti”. Yo le daba al Señor mi lujuria, mi soberbia, mis mentiras… En mi casa mentía constantemente, en la comunidad mentía constantemente, a los profesores les mentía constantemente y le mentía a Dios. Y veía cómo el Señor me respondía con amor, bendición y cariño; muriendo por mí. Eso fue lo que, mirando la cruz, me cambió. En definitiva, sentí un amor que nunca había sentido». Y ese encuentro personal con Cristo, con su misericordia, cambió su vida: «Poco a poco, el Señor me fue hablando y me concedió obedecer, cosa que yo nunca había hecho. Diría que gracias a la obediencia estoy aquí, mi vida cambió; gracias a la obediencia entré en el seminario».

Los momentos decisivos para la vocación de Miguel Ángel se localizan en dos acontecimientos: un encuentro vocacional del Camino Neocatecumenal en Düsseldorf (Alemania) y la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Río 2013. «El día de mi graduación de Bachillerato había un encuentro vocacional en Düsseldorf. Y yo no sé el porqué, pero decidí ir, renunciando a la mayor fiesta de mi vida». En ese viaje coincidió con un sacerdote al que conocía y decidió confesarse con él: «El Señor me impulsó a confesarme, porque yo, de todas estas cosas que he contado (los robos, la droga, etc.), nunca me había confesado por vergüenza de ver lo que yo era. Por primera vez, sentí que todo lo que yo no me podía perdonar, resbalaba de mi espalda porque de verdad el Señor me había perdonado. Sentí un amor grandísimo y el cura me dijo: “Si el Señor te llama, tú no te resistas”. No lo entendí en ese momento». Durante el encuentro, se pidieron vocaciones tras una predicación de Kiko Argüello, Miguel Ángel acudió a la llamada y se dispuso a comenzar un proceso de discernimiento de dos años en el denominado prevocacional. «En esos años el Señor cumplió su promesa y ordenó mi vida. Pude estudiar, reconciliarme con mi familia, trabajar y entrar en la universidad, donde comencé el grado de Periodismo. En todo ese tiempo intenté olvidarme de la vocación».

En 2013, durante la JMJ celebrada en Río de Janeiro (Brasil), Miguel Ángel volvió a «avivar esa llama prendida» la primera vez que se sintió llamado. El equipo de evangelización del Camino Neocatecumenal de la zona del Levante le ofreció asistir a la convivencia de itinerantes, que se realiza anualmente en Porto San Giorgio (Italia), donde se discierne el ingreso en un seminario Redemptoris Mater de quienes «sienten la llamada» como Miguel Ángel.

Finalmente fue destinado a la ciudad de Murcia, donde realizó su formación durante ocho años, dos de ellos en misión en Israel. Asegura que durante la etapa en el seminario se ha sentido querido por sus compañeros: «Eran mis hermanos. En el seminario se saca lo peor de uno mismo, pero es impresionante poder querernos así, sin exigir que nadie cambie. Me han enseñado a ser persona, a ser agradecido, a comer, a pedir, a hablar bien, a decir las cosas y a ser trasparente. Los formadores han tenido en todo esto un papel fundamental, pues han sido unos verdaderos padres, en lo bueno y en lo malo».

Tras su ordenación diaconal, fue destinado a la pedanía caravaqueña de Archivel, pasando después a ejercer su ministerio en la parroquia de San Bartolomé de Murcia, donde ha descubierto que «los problemas, debilidades y defectos se relativizaban al servir al otro».

Ante su eminente Ordenación Sacerdotal, Miguel Ángel se muestra consciente de su debilidad y de sus flaquezas: «Sé que el Señor me llama así, en mi debilidad». El futuro presbítero señala que, ante los momentos de dificultad que pueda vivir, se recordaría a sí mismo lo siguiente: «Miguel Ángel, vuelve al primer amor. Acuérdate de dónde te sacó el Señor, acuérdate de que te quiso siempre y de que contó contigo; así como eras. Sea cual sea el problema que tengas el Señor está contigo».

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