Álvaro José Maury Peñalver, de 31 años, es natural de Valledupar, Colombia. Hijo de Álvaro Raúl y Maribeth, es el segundo de cuatro hermanos. Vive la fe desde pequeño en casa y en su comunidad parroquial, donde asegura comenzó a gestarse su vocación, ligada al Camino Neocatecumenal. Mientras sus amigos dedicaban la tarde del sábado a jugar, él acudía con su familia a Misa, era su madre la que animaba a todos a vivir la Eucaristía: «Ver cómo ella ponía siempre lo primero a Dios, me marcó mucho. De igual modo, vivir en comunidad junto a los sacerdotes y seminaristas de la parroquia, estar con ellos, ver su alegría, ver el trato cercano con los hermanos… Puedo decir que esto también marcó mucho mi niñez y mi vocación, y es una cosa que siempre recuerdo con mucho agrado».
Desde pequeño vivió la fe en casa transmitida por sus padres. Con 13 años comenzó las catequesis del Camino Neocatecumenal, una comunidad que le ayudó a digerir y sanar las heridas provocadas por los problemas en el matrimonio de sus padres: «Comencé mi camino de madurez cargado de prejuicios hacia mis padres; no entendía quién era yo ni quiénes eran ellos, no entendía su matrimonio, no entendía mi familia… En definitiva, no entendía cómo Dios permitía todos estos problemas. Gracias a la comunidad pude experimentar, qué es el matrimonio y reconciliarme con mi realidad al descubrir que otras personas, al poner su vida en torno a la Palabra de Dios y a los sacramentos, ven cómo su vida cambia por completo. La comunidad me ayudó a comprender que la vida debe estar cimentada en Cristo, porque si no, todo cae».
La enfermedad de su madre le hace volver a la Iglesia
Con 16 años inició la carrera de Ingeniería de Sistemas en la universidad, una nueva etapa que trajo consigo nuevas amistades y una novia: «Me dediqué a los estudios, a los nuevos amigos, y me olvidé un poco de la comunidad y de la Iglesia». Sin embargo, fue la enfermedad de su madre y la de un miembro de su comunidad la que le hizo regresar a la Iglesia: «Me hizo preguntarme seriamente qué sentido tiene la vida. Yo que supuestamente lo tenía todo (estudios, novia, dinero…), no me faltaba absolutamente nada. No entendía por qué mi madre daba gracias a Dios en su enfermedad, por qué mi hermano de comunidad era feliz en medio del sufrimiento. Aunque de niño había vivido la fe, ahora el Señor me estaba pidiendo tener un encuentro verdadero con Él y ver que la vida hay que tomarla en serio. Así, pude estar acompañando a mi madre en los momentos de enfermedad».
Un seminarista colombiano en Murcia
Mons. Pablo Salas Anteliz, arzobispo de Barranquilla (Colombia), forma parte de la historia vocacional de Maury: «Me marcaron mucho las conversaciones que mantenía con mi párroco, actual arzobispo de Barranquilla. Me ayudó mucho a plantearme mi vocación, me hizo darme cuenta de que la vida, sin un encuentro con Jesucristo, no vale absolutamente nada». Una maduración en la fe que le hizo comprender que había más personas pasando por esa situación, que «la mies es mucha y los obreros pocos», y que quizá Dios le estaba llamando al sacerdocio. «Dispuse mi corazón para hacer la voluntad de Dios, estando dispuesto a ir donde el Señor me llamase, abierto a la misión en cualquier parte del mundo».
Los seminaristas de los Redemptoris Mater tienen como particularidad la misión internacional, por la cual las vocaciones surgidas en todo el mundo, según este carisma, son distribuidas en los diferentes seminarios. Fue así como Álvaro llegó al seminario Redemptoris Mater de Murcia: «No sabía dónde estaba Murcia, ni siquiera que estaba en España. Llegué en 2011, a las puertas de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. Un chico de 19 años, que había dejado su casa y a sus padres, mi madre, que aún se estaba recuperando del cáncer… Había dejado todo atrás para ir hacia Aquel que me estaba llamando».
Diez años conforman el periodo de formación, maduración y discernimiento de Álvaro Maury, quien ha realizado seis años de estudios teológicos y cuatro de misión internacional y pastoral. Durante el tiempo misional, estuvo destinado en Israel y en Bolivia: «Estuve en Tierra Santa, sirviendo a los peregrinos en la Domus Galilaeae. En Jerusalén estudié la historia y la vida de Jesucristo, en la misma tierra que Él había pisado. Es impresionante poder palpar los lugares santos. Pude conocer Egipto y Jordania. Después estuve otro año en la selva de Bolivia, ciudades preciosas y gente muy afable, pero son poblaciones poco desarrolladas y con una situación difícil».
De la etapa en el seminario destaca: «Durante todo el camino he tenido dificultades, sabiendo que soy un pecador. Lo que más me enriquece de esto es ver que no soy yo el que me presento, sino que la misión del sacerdote es dar a conocer el Evangelio, el mensaje de la Buena Nueva que es Jesucristo que se hace carne verdaderamente en el otro».
Última etapa antes de recibir el Orden
Ha vivido la etapa del diaconado al servicio de las parroquias de San Francisco de Asís de Caravaca de la Cruz, Nuestra Señora de Los Dolores de La Almudema y La Purísima de Los Royos: «Ha sido un tiempo fenomenal, donde el Señor me ha regalado servir de otra forma, dando la vida por el otro; aquí te encuentras con la realidad que se estudiaba en el seminario, y me ha predispuesto a servir como la Iglesia me lo pide: dando la vida todos los días por los hermanos».
El domingo recibirá el Orden Sacerdotal, un momento decisivo ante el que se manifiesta nervioso, pero feliz, y en el que le gustaría sentirse rodeado por su familia: «La dificultad de poder tener presente a mi familia es tremenda, por el Covid. Les he dicho que me acompañen en la oración y que recen por este pecador, que el Señor lo llama a una misión tan grande que se escapa de sus manos, aunque es Él quien la lleva adelante».
Si pudiera hablar con su yo del futuro le recordaría que Dios le llama cada día a anunciar el Evangelio, olvidando otras cosas, tan solo teniendo presente que «la meta es Cristo».