Los acontecimientos ocurridos últimamente en España, donde los comportamientos de los adolescentes distan mucho de ser los adecuados preocupan a los especialistas, que alertan sobre un aumento de estas conductas si los chicos y chicas disruptivos no reciben castigos que sirvan para redimir sus malas actuaciones.
Organizar fiestas ilegales como la ocurrida en Llinars del Vallès (Barcelona) durante la primera semana de enero donde un grupo de chicos y chicas, de entre 16 y 19 años, llegaron a insultar, amenazar, lanzar objetos, incluso a empujar a los agentes de la Policía Local que acudieron a disolver el encuentro o las 133 fiestas ilegales en Madrid pese al repunte de la pandemia y la tempestad 'Filomena'; quedar para provocar batallas campales como la abortada en Paterna (Valencia), donde un centenar de adolescentes de entre 15 y 17 años acudieron a la llamada vía Instagram para una pelea multitudinaria entre dos grupos con el único propósito de grabarlo y subirlo a las redes; preparar botellones al aire libre como es en el caso del País Vasco, donde el pasado fin de semana se detuvieron a 18 jóvenes e impusieron 735 sanciones por celebrar fiestas en las que se incumplían las medidas de seguridad impuestas; incrementar el consumo de sustancias tóxicas en plena calle, como los once menores que fueron pillados mientras consumían bebidas alcohólicas y drogas en el parque de Castelar, en Badajoz… y un largo etcétera de actividades y actitudes erróneas están cada día más presentes entre la juventud española.
¿Por qué algunos adolescentes se comportan de esta manera?
Jordi Royo, director clínico de Amalgama7, entidad dedicada a la atención terapéutica y educativa para adolescentes, jóvenes y sus familias explica que “existen tres factores primordiales que, al juntarse, hacen que los jóvenes crean que pueden hacer lo que quieran sin temor al castigo o las represalias, en primer lugar el sentimiento de invulnerabilidad, que les hace estar convencidos que nada ni nadie pueden herirlos; por otro lado, el factor cansancio acumulado por la pandemia y las restricciones Covid19, que consideran injustas y desmedidas, y por último la sensación masiva de impunidad a sus actos, viven en un constante no hay castigo, no hay delito”.
Detrás de esta actitud se esconde un trastorno grave de conducta del adolescente, el denominado Trastorno Negativista Desafiante (TND) que se suele iniciar en edades tempranas y que se afianza en los jóvenes, despreciando cualquier posición de autoridad, mostrando comportamientos no cooperativos, desafiantes, negativos, irritables y de enfado hacia figuras autoritarias como padres, profesores, educadores, etc… Este sentimiento de ‘estar en contra del mundo’ les hace rebelarse contra cualquier norma establecida. En la actualidad, las normas anticovid19 les suponen unas barreras que deben derribar para mostrar su desafío ante una sociedad que les obliga a seguir unas pautas marcadas y eliminando cualquier posibilidad de ocio social.
“Cuando un adolescente es multado por organizar un botellón, pelearse con las fuerzas policiales o saltarse el toque de queda, son los padres, en la gran mayoría de los casos, los que deben hacer frente a ese pago en nombre de sus hijos. Esto hace que el castigo para el adolescente sea nulo, que no exista, y por lo tanto, sin castigo no hay delito”, explica Jordi Royo, director clínico de Amalgama7, que a su vez propone una solución para paliar este bucle continuo entre adolescentes y sociedad.
¿Qué se puede hacer para revertir esta situación?
Royo tiene claro que seguir imponiendo multas a los padres no es la solución de un problema que está trabado entre los adolescentes y la sociedad: “Los padres y madres de estos chicos y chicas que son multados deberían entender que este tipo de castigo no educa, en su caso deberían solicitar un cambio de sanción como pedir que sus hijos hagan trabajos para la comunidad, trabajos útiles que les acerquen a la sociedad real que está luchando contra una pandemia y acatando las normas. Por ejemplo: tomar la temperatura en la puerta de un colegio, atender a animales en una perrera, ayudar a personas de la tercera edad, prestar servicio en centros con personas discapacitadas, trabajar en comedores sociales... actividades que, sin duda, son más valiosas para su aprendizaje y para la incorporación de nuevos buenos valores. Ojalá un movimiento de padres que se negaran a pagar multas y pidieran al juez un cambio de punición a favor de actividades para la reparación de la comunidad”.
La pandemia y el confinamiento han disparado la tensión y los malos comportamientos en los adolescentes
En un estudio presentado recientemente por Amalgama7 bajo el título Familias, Adolescentes y COVID-19: ¿convivencia o supervivencia?, el porcentaje de jóvenes que contestaba mal a los progenitores pasó del 30,1% antes del confinamiento al 58,3% durante el encierro, situándose hoy en día en el 53,3%. Los que insultaban a los padres, que eran el 3,8%, aumentaron al 11,9% y en la actualidad son el 9,7%. “Eso significa que más de 135.000 adolescentes que, en situación de preconfinamiento, no arremetían con improperios a sus madres y padres, ahora sí lo hacen. Complementariamente, la proporción de adolescentes que ahora han evolucionado hacia las malas respuestas con respecto a la etapa del preconfinamiento son casi 550.000”, explica Royo, experto en atención terapéutica a adolescentes. “Estos jóvenes que han invertido su educación durante el confinamiento tienen muchas probabilidades de convertirse en adolescentes desafiantes que no aceptarán un no a poder realizar sus deseos. Es muy importante cuidar la salud mental de los chicos y chicas con edades a partir de los 14 años, estamos viviendo una época muy dura donde sus libertades están siendo muy recortadas, prestarles atención hoy, puede ahorrarnos futuras multas y dolores de cabeza”.