El párkinson es un trastorno crónico y progresivo que afecta al sistema nervioso y por el cual se van degenerando las neuronas de una parte del cerebro llamada sustancia negra. En esta zona cerebral se produce la dopamina, una sustancia encargada de transmitir las señales necesarias para movernos y controlar los músculos. Así pues, quienes padecen esta enfermedad tienen falta de dopamina, lo que implica pérdida del equilibrio y del control sobre el movimiento.
En España, es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente, por detrás del alzhéimer. Según datos que maneja TKE Home Solutions la sufren cerca de 150.000 personas y cada año se diagnostican unos 10.000 nuevos casos.
Sus síntomas son muy variados, aunque el que se suele asociar más habitualmente con esta dolencia son los temblores. No obstante, los datos apuntan a que un tercio de quienes la padecen no tiene temblores, por lo que no siempre son una señal indicativa. Estos son algunos de los síntomas más frecuentes:
- Físicos. Además de los temblores, se caracteriza por producir rigidez muscular, inestabilidad postural, lentitud en los movimientos (bradicinesia), disminución de la expresión facial (hiponimia) y del volumen del habla (hipofonía) e incluso dificultades para respirar.
- Trastornos del sueño. Insomnio o sueños vívidos.
- Digestivos. Estreñimiento o náuseas.
- Neurológicos. Demencia, alucinaciones...
- Otros. Cambios en el peso, pérdida del olfato, alteración visual, sudoración excesiva...
Hay varios factores que influyen en la aparición del párkinson:
- La edad. Es habitual que los primeros síntomas aparezcan en torno a los 50 o 60 años.
- La genética. La mayoría de los casos se producen de forma espontánea, aunque aproximadamente 1 de 10 personas con párkinson tiene algún familiar que ya lo ha desarrollado.
- Factores ambientales. Haber estado expuestos con frecuencia a cierto tipo de sustancias, como algunos herbicidas o pesticidas, también puede motivar su desarrollo.
En la mayoría de los casos, los temblores, la rigidez muscular y la inestabilidad postural son las primeras señales que indican el inicio del párkinson. Por eso, desde el comienzo ,el papel del cuidador es fundamental. No solo se encargará de ir adaptando el hogar al avance de la enfermedad y a las necesidades de la persona, sino que también debe dedicar tiempo a cuidar la salud mental de ambos. Puesto que se trata de un trastorno crónico y degenerativo, es importante mantener y mejorar la calidad de vida, física y emocional, desde el principio.
Por lo general, los síntomas se controlan con normalidad durante los diez primeros años de tratamiento. A partir de ahí, se producen otras complicaciones motoras y la medicación no funciona con la misma eficacia. Es en ese momento en el que la dependencia se agrava. Los expertos de TKE Home Solutions han recopilado algunos consejos para ayudar a cuidadores y enfermos, especialmente en los primeros años tras el diagnóstico en los que hay que potenciar, en la medida de la posible, la autonomía:
1. Masajes y calor para combatir la rigidez muscular
Los masajes son útiles, especialmente si hay dolor en algunas zonas. Deben hacerse de forma suave, sin apretar, para favorecer la circulación sanguínea y relajar los músculos. Igualmente, aplicar calor también es beneficioso (con bolsas de agua caliente, por ejemplo). Ambas técnicas pueden compenetrarse con baños o duchas de agua caliente, de entre 37 y 38 grados, que ayudan a relajar los músculos.
2. Adaptar la tecnología
El teléfono móvil es un gran aliado, tanto para el cuidador como para el enfermo. Por ejemplo, cuando aparece la hipofonía y se reduce el volumen del habla, resulta útil una aplicación que amplifique el sonido del teléfono.
3. Acompañar, pero no intervenir
Conservar la autonomía todo lo posible es muy importante para los enfermos de párkinson. Siempre que se pueda, el cuidador debe acompañar, pero dejar que hagan las tareas por sí mismos. Por ejemplo, vestirse solos es un ejercicio útil para fortalecer los músculos y vigilar la higiene postural. En este punto, el cuidador irá controlando en qué tareas se le necesita y en cuáles no, adaptándose al desarrollo de la dolencia.
4. Optar por objetos que no se rompan
Cuando aparecen los temblores, es habitual que tiendan a evitar coger ningún objeto por miedo a que se caiga y se rompa. Por eso, es mejor sustituir los accesorios frágiles (de cristal o porcelana, por ejemplo) por otros de otros materiales, como el plástico. Así, les ayudaremos a ser más independientes y poder seguir con algunas de sus tareas rutinarias sin miedo.
5. Evitar los obstáculos
Cables sueltos, alfombras no fijadas al suelo o pisos resbaladizos incrementan las posibilidades de que haya una caída. Es importante que los espacios estén lo más despejados posibles para que se desplace sin ayuda por la casa. Igualmente, resulta cómodo contar con una silla giratoria con ruedas para ayudarle a moverse con rapidez y sin tener que hacer esfuerzos en levantarse y sentarse.
6. Instalar una salvaescaleras
Las escaleras no suelen ser un obstáculo y subirlas y bajarlas es un ejercicio útil para fortalecer la musculatura. No obstante, conforme avanza la enfermedad, se convierten en un riesgo. Por eso, puede ser útil contar una salvaescaleras, que será más cómoda si tiene el respaldo alto, pues le permitirá mantener una postura adecuada y levantarse con más facilidad.
7. Adaptar la altura de los muebles
Es importante que la cama tenga la altura adecuada para evitar forzar al enfermo cada vez que tenga que acostarse o levantarse. Para ello, se pueden cortar un poco las patas o añadir un suplemento para elevar la cama. Especialmente en la cocina resulta útil modificar las estanterías para que todo esté más al alcance de la mano.