La alteración de las rutinas, la falta de actividad al aire libre o el cambio de modalidad de acceso a las clases son algunas de las circunstancias derivadas del confinamiento a las que se han tenido que enfrentar los menores en general y los niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en particular. Sin embargo, y a falta aún de datos concluyentes sobre el impacto a medio y largo plazo de esta situación, las percepciones de los expertos apuntan a que, en general, estos niños han respondido bien —en ocasiones, mucho mejor incluso que los adultos y de lo que se podría esperar a priori— a unas circunstancias tan excepcionales y atípicas como las vividas durante las últimas semanas.
«En nuestra práctica clínica vemos a niños y niñas con TDAH que se han adaptado bastante bien a la situación de confinamiento, debido seguramente a la disminución de las exigencias de su entorno, no solo académico sino también social y familiar», explica Jordi Maurici Reixach, profesor colaborador de la UOC en la asignatura de Técnicas de intervención con niños y adolescentes (módulo cognitivo-conductual) del máster universitario de Psicología Infantil y Juvenil: Técnicas y Estrategias de Intervención y psicólogo del ámbito clínico infantil y juvenil en la Fundación Instituto de Psicología de Barcelona.
En la misma línea, Raúl Tárraga, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, comenta que el impacto en estos niños ha estado determinado en gran medida por las circunstancias en las que han pasado el confinamiento. «Algunos de los factores más relevantes en este sentido han sido el espacio y las condiciones habitacionales (domicilios grandes o pequeños; con mucha o poca gente), la disponibilidad para jugar o interactuar con los hermanos u otros niños de la familia, el grado de atención que han podido recibir de sus padres o cuidadores principales o la ayuda y supervisión que han recibido para gestionar la gran cantidad de tiempo libre generada súbitamente», señala.
Según Tárraga, otro elemento clave que se debe tener en cuenta para evaluar el grado de afectación son las tres presentaciones predominantes o subtipos que tiene el diagnóstico de este trastorno: presentación predominantemente con falta de atención, presentación predominantemente hiperactivo-compulsiva y presentación combinada. «En los dos últimos casos, la necesidad de movimiento es más acusada, de ahí que muy probablemente el confinamiento haya generado nerviosismo, malestar o irritabilidad en mayor grado que en el resto».
Ambos expertos coinciden en que no es fácil extrapolar los efectos negativos de esta situación en el caso concreto de los niños con TDAH a los del resto de la población infantil, pero sí se pueden apuntar algunas consecuencias concretas observadas en ellos. «Entre estas, destacaría el aumento de los problemas de conducta y las dificultades de autocontrol; la aparición o el aumento de la sintomatología de ansiedad y un peor estado de ánimo, las alteraciones de sueño y una disminución de las actividades gratificantes, especialmente las sociales, en este caso con mayor afectación en adolescentes», señala Jordi Maurici.
Según explica este psicólogo, debido precisamente al hecho de que la sintomatología del TDAH implique dificultades para seguir rutinas, organizarse y acatar órdenes, la ruptura de estas pautas y el hecho de no estructurar las jornadas debido al confinamiento han podido jugar a la contra y favorecer estos efectos negativos. «Además, algunos indicios indican que un porcentaje relativamente alto de menores puede padecer algunos síntomas de estrés postraumático como consecuencia de esta situación, y los niños con TDAH no están exentos de esta posibilidad», añade Jordi Maurici.
La cara «amable» del confinamiento y la adaptación a la nueva realidad
Curiosamente, tal y como manifiesta Raúl Tárraga, el confinamiento no ha generado únicamente consecuencias negativas para los niños. «Si las condiciones les han permitido disponer de su propio espacio, si han recibido apoyo y supervisión de los padres o cuidadores, si han tenido la compañía de un hermano en el juego y han dedicado el tiempo libre a actividades productivas, pueden haberse dado muchos casos en los que, en la desescalada, incluso haya "costado" sacarlos de casa. Hay que tener en cuenta que habitualmente, en sus hogares, estos niños están sometidos a una supervisión y a unas normas más laxas que cuando interactúan en el exterior (donde suelen estar sometidos a muchas restricciones), de ahí que muchos de ellos, especialmente los que no presentan un componente de hiperactividad tan acusado, se hayan encontrado incluso más cómodos que los adultos en el entorno doméstico durante el confinamiento», señala.
Esta opinión coincide con los resultados de estudios que reflejan que, sobre todo en el tramo de edad de ocho a diez años, el confinamiento se había traducido en una disminución significativa de los casos de estrés y ansiedad, algo que también ha podido darse en el caso concreto de los niños con TDAH, como señala Jordi Maurici. «En efecto, en algunos casos sí hemos observado una mejora de las situaciones asociadas con los niveles elevados de estrés durante estas semanas», afirma.
Por otro lado, una vez superado el confinamiento y ya en el contexto vacacional actual, una de las cuestiones que muchos padres se plantean ahora es cómo ayudar a introducir las medidas de seguridad establecidas para evitar contagios —mascarilla, lavado frecuente de manos, distancia social— en el día a día de los niños con TDAH. «Es importante que tengan información de lo que deben hacer, y que esté acompañada de una explicación, adecuada a su edad, sobre los motivos por los que deben hacerlo, y en las indicaciones se debe poner énfasis en el "sí" ("debemos llevar mascarilla"), en lugar de ponerlo en el "no" ("ya estás otra vez sin mascarilla")», explica Raúl Tárraga, que ofrece como idea para facilitar este cumplimiento la elaboración de pequeños programas de economía de fichas en los que se acuerde con los niños recompensas cuando cumplan el número de veces al que se han comprometido una norma determinada (llevar la mascarilla sin quitársela durante determinados minutos, por ejemplo). «Las recompensas deben ser en sentido positivo. Por otro lado, los padres deben repetirles estas normas a menudo y enseñarles a darse instrucciones a sí mismos — autoinstrucciones—, mediante frases fáciles de entender y recordar», señala.
Rutinas veraniegas: en exteriores y con mucho «movimiento»
Respecto al tipo de rutinas más recomendables para conseguir que estos niños saquen todo el partido del periodo estival —y, en cierta medida, «compensen» los posibles efectos negativos del confinamiento—, Jordi Maurici afirma que, sin duda alguna, lo mejor es planificar actividades placenteras al aire libre, que impliquen movimiento y, también, relaciones con otros niños. «Sin embargo, en los casos con dificultades de aprendizaje, puede ser efectivo aportarles algún tipo de refuerzo o apoyo psicopedagógico. En cambio, no tiene mucho sentido plantear actividades dirigidas a centrar la atención (que no han demostrado que mejoren la sintomatología del déficit de atención en personas con este trastorno). Asimismo, hay que tener en cuenta que estos chicos y chicas suelen mostrar más dificultad para mantener el esfuerzo durante la última parte del curso, por lo que no sería recomendable plantear un verano de trabajo, por ejemplo, para recuperar lo que no se ha podido hacer durante el confinamiento, ya que esto no les va a permitir descansar y desconectar, algo muy importante en estos momentos», afirma Maurici.
A la hora de aconsejar actividades concretas, Jordi Maurici y Raúl Tárraga coinciden en que la premisa fundamental es que estas susciten el interés del niño y, sobre todo, que le gusten y disfrute con ellas: «En los que presentan un TDAH con hiperactividad e impulsividad, es recomendable que hagan actividades al aire libre que impliquen movimiento: deportes individuales o de equipo, danza, campus multideportivos, colonias o campamentos de verano que incluyan excursiones a entornos naturales. En cambio, en los que presenten sintomatología exclusivamente de déficit de atención, esto quizás no será tan necesario», dice Maurici.
«Hay niños que prefieren bailar, cantar, tocar un instrumento, practicar un deporte o una actividad física, pintar, modelar, etc. Lo importante, además de que sea una actividad gratificante, es que tenga un valor que vaya más allá de simplemente "pasar el rato", es decir, que le genere algún tipo de aprendizaje. Eso sí, el verano es muy largo y también hay que incluir en las jornadas momentos "libres" (controlando su duración) que les permitan desconectar, evadirse y, simplemente, disfrutar», añade Raúl Tárraga.
Una vuelta al cole atípica: ¿preparados para septiembre?
Otro de los retos a los que han tenido que hacer frente tanto niños como padres ha sido la sustitución (casi de un día para otro) de las clases presenciales por la modalidad en línea. Según Raúl Tárraga, la implantación de la educación a distancia ha sido una situación inesperada que los centros educativos han gestionado lo mejor que han podido, «pero, sobre todo al principio del confinamiento, las respuestas no han sido las idóneas. Aunque para muchos niños esta circunstancia no ha sido un obstáculo insalvable, en el caso de los niños con TDAH o con otras necesidades específicas de apoyo educativo, las consecuencias han sido más graves y en muchos casos no se ha dado una respuesta ajustada a sus necesidades».
Por su parte, Jordi Maurici comenta que la mejor o peor adecuación a esta nueva circunstancia en los niños con TDAH ha estado muy determinada por la posibilidad de mantener el apoyo psicopedagógico y psicoterapéutico durante el confinamiento, en muchos casos por vía telemática. «En algunos casos, el cambio respecto a la rutina escolar habitual ha generado una cierta pérdida de hábitos de autonomía o de estudio que se estaban instaurando y también dificultad para seguir de manera regular las clases y las tareas en línea. Sin embargo, muchos niños con TDAH se han adaptado bien a esta nueva situación, debido en gran medida a la gestión que han hecho los padres en cuestiones como el seguimiento de las tareas y rutinas, usando estilos educativos positivos basados en el refuerzo, la comunicación asertiva y la negociación, por ejemplo».
En todos los casos, y ante las perspectivas del comienzo de un nuevo curso, que, en principio, va a ser distinto a otros años, Maurici aconseja no bajar la guardia cuando vuelvan a las aulas y deban afrontar un nivel de mayor exigencia. «Hay que transmitir a las familias y a los profesores la necesidad de estar pendientes de cómo se produce esa vuelta a las rutinas escolares después de seis meses sin asistir a la escuela de manera presencial», señala.
Raúl Tárraga también hace hincapié en el papel que deben ejercer los padres en la preparación de ese nuevo escenario al que se van a enfrentar tras el verano, sobre todo teniendo en cuenta que, en principio, la formación en línea va a seguir estando muy presente: «Su participación va a ser clave en cuestiones como la organización de sus agendas o en ayudarlos a diferenciar las tareas que deben hacer en un día y una hora concretos (por ejemplo, las conexiones con los profesores) de las que se pueden hacer en cualquier momento del día. También es importante proporcionarles un espacio propio, tranquilo, sin distracciones, con todos los elementos necesarios para llevar a cabo las tareas escolares (sin juguetes, televisión, ordenadores o tabletas cuando no hagan falta)».
Un trastorno difícil de cuantificar
La prevalencia del TDAH en niños y adolescentes es variable en función de los estudios. Así, por ejemplo, y en el caso de España, se han visto ciertas diferencias entre las zonas rurales y las urbanas. Jordi Maurici señala que según la Guía de práctica clínica sobre las intervenciones terapéuticas en el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), elaborada por el Ministerio de Sanidad, esta prevalencia se puede llegar a situar entre el 6 % y el 10 %. «En otros países, por ejemplo en Estados Unidos, las investigaciones más recientes estiman una prevalencia de alrededor del 7,2 %, aunque otros estudios apuntan a unas cifras mayores. La prevalencia mundial es más difícil de concretar, ya que existen muchas diferencias entre países relacionadas con la posibilidad de evaluar el trastorno y el modelo teórico psicológico predominante, entre otros aspectos. Sin embargo, diferentes estudios sitúan esta prevalencia alrededor del 5 % en el ámbito mundial».