Además del criterio epidemiológico y económico, la salud mental debe ser otra variable a tener en cuenta para relajar el confinamiento
Desde que el pasado 14 de marzo comenzó el confinamiento para intentar frenar los contagios de coronavirus, la pregunta que más se repite es cuándo podremos salir a la calle. Hasta ahora, eran dos los factores que marcaban el ritmo: el estado de propagación del virus y la economía. Sin embargo, tras un mes de confinamiento, los expertos añaden un tercer elemento a la ecuación: la salud mental. «El aspecto de la vida en mayúsculas es una variable que ahora, junto con la salud y la economía, resulta fundamental», afirma José Ramón Ubieto, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. «Ya estamos empezando a sufrir las consecuencias de lo que es el confinamiento y todo el mundo, desde la señora de sesenta años hasta el niño de ocho, siente frustración, ganas de salir, ansia por ver a su familia… Eso también afecta a la salud; a la física, pero también a la mental», advierte el psicólogo.
Aunque cada uno afronta el confinamiento de distinta forma dependiendo de sus circunstancias, en todos los casos significa salir de nuestra zona de confort. Y una de sus consecuencias es que genera angustia. Como explica Mireia Cabero, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, «el estado natural de las personas es la libertad, y esta es la situación a la que todos queremos regresar. Somos seres sociales, de acción, de vida exterior». Al mismo tiempo, somos conscientes de que estamos confinados por el riesgo vital que sufrimos, por lo que «es natural vivir con frustración el aumento del tiempo de confinamiento; recibimos los mensajes de "aún no lo estamos consiguiendo" y "aún no regresaré a mi normalidad"», afirma la profesora de la UOC.
Por esa razón, ante la disyuntiva de si es preferible alargar el confinamiento o interrumpirlo aun sabiendo que deberá imponerse de nuevo en caso de un rebrote, la respuesta no es simple. En cualquier caso, según el psicólogo José Ramón Ubieto, deben tenerse en cuenta las tres variables fundamentales. «El criterio epidemiológico único y exclusivo no sirve, y el económico tampoco, porque la economía necesita a las personas, y las necesita con salud», señala. Además, añade que también sería un error dejar de lado ahora todos los aspectos relacionados con el bienestar mental, «especialmente para aquellas familias que viven el encierro de una manera precaria. Hay personas viviendo con otras en una sola habitación, muchas sufriendo por no poder ver a familiares vulnerables dependientes o enfermos, y además hay personas que necesitan salir porque la tensión intrafamiliar y los conflictos que van agudizándose en el día a día son un problema cada vez mayor», asegura.
Se refiere a situaciones como la violencia machista, que parece estar agravándose. Según informó el Ministerio de Igualdad, durante los primeros quince días de confinamiento, el 016, teléfono gratuito de atención a las víctimas de violencia de género, recibió un 18,21 % más de llamadas que en el mismo periodo del mes de febrero. En cuanto a los servicios de apoyo psicológico gratuitos, empiezan a estar desbordados. Solo el de la comunidad madrileña, gestionado por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, atendió más de 700 llamadas en su primer día de funcionamiento.
Relajamiento progresivo
En esta situación, las medidas dirigidas a un relajamiento del confinamiento que incluyan propuestas progresivas que puedan consolidarse son la opción que, en opinión de José Ramón Ubieto, acabará imponiéndose. Se trataría de una solución intermedia que evitaría los problemas causados por una apertura antes de tiempo. «Generar expectativas seguidas de frustración es una alternancia muy negativa, porque creer que has salido del túnel y de repente tener que volverte a encerrar es muy frustrante», advierte. Comparte su opinión la psicóloga Mireia Cabero, fundadora del movimiento Cultura Emocional Pública, un proyecto que se lleva a cabo en la incubadora Hubbik de la UOC. Cabero señala que «iniciar ahora un desconfinamiento para activarlo de nuevo aumentaría la impotencia, la desesperanza e incluso el enfado hacia las instituciones que han impulsado el desconfinamiento parcial».
¿Por qué entonces siguen poniéndose fechas, incluso aunque sepamos que no son definitivas? Una revisión de estudios publicada en The Lancet ofrece una respuesta. Según esta investigación, para las personas confinadas cada anuncio de aumento del tiempo de cuarentena provoca frustración o desmoralización, pero no poner ningún límite en el calendario a esa cuarentena tiene efectos aún más perjudiciales. Y es que, como explica Mireia Cabero, poner una fecha límite, aunque sepamos que no tiene por qué ser definitiva, nos ayuda «porque el cerebro se relaciona mejor con estados no deseados que tienen fecha de caducidad que ante la incertidumbre sin límite. Aumenta su capacidad de llenar este tiempo limitado de intenciones y esfuerzos», señala.
Mientras tanto, afrontar de la mejor manera posible el encierro requiere algunas acciones, entre las que la profesora de la UOC destaca las siguientes:
- Ser conscientes de cómo nos está afectando el confinamiento interiormente (cómo nos sentimos, qué pensamientos y sensaciones nos produce, qué actitudes y comportamientos nos genera, cómo está nuestro cuerpo…).
- Dar sentido a lo que está sucediendo como sociedad e individualmente.
- Aceptar lo que nos está ocurriendo para dejar de luchar contra las circunstancias y generarnos circunstancias que nos sean favorables aceptando el reto vital ante el que estamos.
- Decidir para qué queremos que nos sirva este tiempo de vida y a qué queremos dedicar este periodo de «parada obligatoria». Aunque estemos más parados, la vida sigue corriendo y depende de nosotros lo que hacemos con ella.
- Disponernos a vivir con sentido y voluntad esta nueva «normalidad», que tiene fecha de caducidad aunque aún no la conozcamos.