En mitad de la campaña de vacunación contra la Covid-19, el pasado mes de diciembre varios países del mundo notificaron la detección de casos de la nueva variante del coronavirus, identificada inicialmente en Reino Unido, en el condado de Kent (Sudeste de Inglaterra). Pronto se encontró también otra variante muy relacionada con la anterior en algunos lugares de Sudáfrica. Los informes epidemiológicos también documentan que se extiende con más facilidad, superando al virus silvestre en su capacidad de contagio en casi un 70% más. Por lo tanto, se trata de una variante que resulta más agresiva en cuanto a la transmisión, aunque sin datos de a qué grupos afecta más o la mortalidad de la misma.
En España, ya son 50 los contagios notificados. La primera Comunidad en detectar casos producidos por la variante británica, técnicamente conocida como B.1.1.7, fue Madrid, y posteriormente se conocieron más infecciones en País Vasco, Asturias, Cantabria, Galicia y Andalucía, esta última con la mayor incidencia. No se descarta que, durante los próximos días, el resto de Comunidades Autónomas comuniquen también la presencia de esta nueva forma del coronavirus en sus ámbitos territoriales.
Características de la nueva cepa frente a la forma original conocida de SARS-CoV-2.
Se trata de una variante del virus con un número importante de mutaciones en su genoma. El linaje de virus a que da lugar se conoce como B.1.1.7 y es portador de 17 mutaciones que le diferencian del virus original, 8 de la cuales afectan a la proteína S. Esta proteína es la que forma las espículas que emergen del virus y que le dan aspecto de corona. En cualquier caso, constituye una variante del mismo virus SARS-CoV-2 y produce el mismo cuadro clínico infeccioso.
El análisis de algunas de las mutaciones de la proteína S también puede explicar que sea más contagioso. En concreto, tiene un cambio en el aminoácido 501 de la proteína S, que es conocida como la “llave de entrada” del virus en las células humanas. Ese cambio se produce justo en la zona de la proteína a través de la cual el virus reconoce a la célula del tejido pulmonar humano penetrando en ella. Algunas de las otras mutaciones habían sido detectadas por separado en otras variantes del virus, afectando también a su comportamiento.
La variante sudafricana es portadora de esta mutación pero además de otras dos, en los aminoácidos 417 y 484 de la proteína S, también cercanos al sitio por el que el virus reconoce a la célula humana para infectarla.
Los laboratorios no son responsables de esta nueva cepa.
A pesar de algunas informaciones, la variante ha surgido de manera natural. Los virus, como todos los seres vivos, mutan cuando se reproducen. Los que tienen ARN como material genético mutan especialmente, porque la reproducción significa copiar su genoma miles de millones de veces y en las copias se cometen errores. Los coronavirus no son los que más mutaciones sufren, pero las secuencias de SARS-CoV-2 en todo el mundo indican que cada mes incorpora dos mutaciones, la mayor parte de las cuales no tienen consecuencias. Las mutaciones que lleva el linaje B.1.1.7 son conocidas por haber surgido también por separado en otras cepas. La combinación que lleva esta variante británica es lo relevante. Son muchas y parecen tener consecuencias en su transmisibilidad.
Así, los análisis llevados a cabo hasta ahora indican que el virus no afecta de manera muy diferente al virus normal, no hay diferencias demostradas en cuanto a los afectados ni por sexo ni por origen étnico. Sí parece que los contagiados en edades más jóvenes, 25-49 años son más, pero esto podría ser explicado por una mayor precaución en los grupos de edades avanzadas. Sin embargo, por el alto % de contagio citado anteriormente de esta nueva cepa, nos lleva lógicamente a la preocupación de una saturación hospitalaria y de mayor mortalidad.
Por el momento no parece que estos cambios hagan al virus más patógeno.. No obstante, observaciones como estas sobre la evolución del virus obligan a los sistemas sanitarios a monitorizar cambios de este tipo, para conocer si pueden afectar a la virulencia o si pudieran reducir la sensibilidad del virus a las defensas inmunitarias que genera el organismo por vacunación. Por ello, sigue siendo fundamental prevenir los contagios, intensificando los hábitos que ya forman parte de nuestra rutina: distancia de seguridad, protección respiratoria por mascarilla, detección mediante test de los contagiados y rastreado de sus contactos.