Soy Alejandro. Nací en julio del 2004 y fui bautizado el 2 de enero del año siguiente en la parroquia de San Juan Bautista de Archena. Tuve la suerte de tener una madre católica practicante. Ella colaboraba en la parroquia y, mientras estaba allí, a mí me ponía “Las Catequesis de Teo” para que me entretuviera. Más tarde, recuerdo que un día sin ser monaguillo, me pidieron ayudar en misa. Recuerdo que de pequeño jugaba a “hacer misa”, procesiones…
Un día mi párroco me llevó a ver el seminario, que me enseñó, siendo todavía seminarista, Jesús, actual formador del Seminario menor San José, y poco después empecé a salir de monaguillo en la misa de diario en mi parroquia.
Pasado un tiempo, un grupo de monaguillos de mi parroquia fuimos a Alhama de Murcia, para un encuentro del seminario, y antes de salir yo miré a la Virgen de Lourdes que hay en el lateral de mi iglesia y le dije: “Yo no quiero ser sacerdote”. El encuentro lo empezamos rezando. He de decir que en esa convivencia me lo pasé muy bien; se hicieron diferentes grupos y a los chicos del grupo en el que yo me encontraba, nos tocó salir de monaguillos, y para acceder a la sacristía se podía ir por dos sitios: por el pasillo o por la capilla. Estando en la capilla, al momento, sentí que el Señor me quería en el seminario -en este momento sentí gran alegría-, y me volví y me llenó todavía más cuando por la ventana vi a los seminaristas reírse. Acabó el encuentro y le dije a mi madre que quería entrar al seminario y ella me dio su aprobación.
Ese verano fui al campamento del seminario menor, en el que también me lo pasé muy bien. Ya con deseo de entrar en él, mi madre habló con el rector a lo que él dijo que me esperara a 6° de Primaria. Mientras no tuve la edad, iba al seminario de visita de vez en cuando y también a alguna convivencia cuando me invitaban.
Desde aquella experiencia de Pentecostés, aún en la tentación del demonio de abandonar el seminario, siempre he tenido claro mi sí al Señor.
He de decir que estoy muy a gusto con mis hermanos seminaristas y formadores, ya que ellos me ayudan a crecer humana y espiritualmente. Viendo lo que Dios ha hecho conmigo, me sale del corazón decir como María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador” (Lc 1, 46-47).