Así podría resumir mi vocación. Toda mi vida esta impregnada de pequeños momentos que Dios ha preparado para que me dé cuenta de su llamada. No puedo decir que mi vida no sea excepcional, ya que si lo hiciera, estaría diciendo que Dios no ha actuado en ella; con lo que todo momento mi vida es excepcional y especial.
Bueno vayamos al grano, mi nombre es Miguel Ángel y soy seminarista de quinto curso. “Sí, los que estudian para ser cura”; ésta es una de las muchas aclaraciones que un seminarista, sea de la diócesis que sea, tiene que dar cuando le preguntan: “¿Qué haces?” “¿A qué te dedicas?”, etc… Está claro que la siguiente pregunta es: “¿Y cómo que quieres ser cura? Tú no estás bien de la cabeza, ¿Verdad?, etc…”. Pues bien, esas preguntas son las que quiero contestar con estas letras, cómo y de qué manera Dios, a través de pequeños acontecimientos, me ha mostrado que quiere que me entregue entero a la misión que un día Él mismo encomendó a sus apóstoles.
Soy de Murcia y pertenezco a la parroquia de San Miguel Arcángel. En ella recibí mi bautismo, comunión y confirmación. Después de la confirmación y con el comienzo a estudiar en el instituto desaparecí de mi parroquia, debido al cambio de amigos y preferencias. Sin embargo, sentía que existía un algo, o más bien un Alguien que se preocupaba por mí, y aunque no frecuentaba el sacramento, iba a la misa dominical pero ni comulgaba, ni confesaba. El no alejarme totalmente de la Iglesia se lo debo sobre todo al empeño de mi familia.
En la época del instituto poco hay que destacar. Señalar que mi paso poco se diferenció de un chico de aquellos años. Salir mucho con mis amigos y poco estudio. Estudié Bachillerato Tecnológico y después un ciclo de grado superior que me ayudó a encontrar un trabajo. En todos esos años, Dios estaba presente en mi vida, pero yo tenía mis planes y no estaba dispuesto a cambiarlos.
Decidí empezar una carrera universitaria. El ambiente religioso en la Universidad no es demasiado favorable, y a veces se esconde o da miedo que se sepa que alguien va el domingo a misa o que reza. En todo este tiempo buscaba algún grupo de jóvenes que me ayudara a profundizar un poco en el conocimiento de Dios, o simplemente para rezar un poco; que no sabía ni cómo se hacía.
Una tarde en una comida familiar, mi tía me invitó al grupo de jóvenes del Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Poco a poco me fui implicando más en el grupo y aunque seguía notando que Alguien me llamaba, continuaba sin hacerle mucho caso. Tenía mis planes en los que Él no entraba. A raíz de estar en este grupo de jóvenes terminé por hacer el Cursillo de Cristiandad, que supuso un redescubrimiento de Jesucristo en mi vida que condicionó todo. Y efectivamente la llamada se hizo más fuerte.
Desde que contesté como Él esperaba de mí, pasó mucho tiempo. Cada vez me fui implicando más en el Movimiento de Cursillos y a trabajar por la Iglesia. Fui conociendo sacerdotes que me invitaban a plantearme mi vocación preguntándome lo que Dios me estaba pidiendo. Pero mis planes estaban claros, terminar la carrera, trabajar y formar una familia. Pero eso eran mis planes. Durante este tiempo hubo llamadas de Dios que fueron sistemáticamente rechazadas.
Claro, siempre hay un acontecimiento que ves claramente en el que Dios te da otra oportunidad y te dice: “ahora o si no a la próxima”. Como cada vez estaba más implicado en las actividades de la diócesis y con motivo de la preparación de la JMJ acudimos todos los movimientos de la diócesis a preparar esos días. En esas reuniones, un sacerdote preparaba un viaje a Calcuta. No lo pensé mucho y decidí embarcarme en esa aventura.
Un viaje increíble donde puede ver una cruel realidad de un país realmente pobre. Ayudé a las Misioneras en las casas que tienen allí, participé de las exposiciones del Santísimo y de las Eucaristías que se celebraban todos los días. Este fue el acontecimiento en el que Dios me dijo: “o me dices sí, o ya no me lo dices nunca, pero eres libre”. Fue llegando el final del viaje, en una de las Eucaristías, celebrada por un sacerdote español en la capilla donde está la tumba de la Beata Madre Teresa de Calcuta, donde repartieron unos cancioneros en español, que curiosamente me sonaban todas las canciones. Quien me conoce un poco sabe que mis dotes para la música no son malas, sino nulas. Terminando la Eucaristía y al cerrar el folleto de cantos encuentro escrito en negrita las siguientes palabras: “Colabora Seminario Diocesano de San Fulgencio, Diócesis de Cartagena.” A miles de kilómetros, en un país en el que se habla indio y un inglés difícilmente entendible, encuentro en una Eucaristía un cantoral con esas palabras, y yo planteándome mi vocación.
No podía negar más veces lo que Dios me estaba pidiendo. ¡¡¡Me lo había puesto por escrito!!! Han pasado casi cinco años desde que entré al Seminario Mayor San Fulgencio y no estoy arrepentido de haber dado este paso. A menudo pienso qué hubiera sucedido si mi respuesta hubiera sido más pronta. Seguramente sería ya sacerdote, pero los tiempos de Dios son muy distintos de los míos y estoy en el lugar y momento que Él quiere. Me arrepiento de no haber “perdido” un par de días planteándome en serio mi vocación o de haber preguntado antes a sacerdotes o acercarme al seminario a preguntar.
Desde hace cinco años tengo una nueva familia. En estos momentos tengo 38 hermanos con los que comparto alegrías y dificultades de mi vida. Junto a estos 38 hermanos tengo otras cinco personas que me guían (formadores) y que me ayudan a descubrir la obra que Dios quiere hacer en mí. No voy a decir que es un camino fácil y sencillo, porque no es así, pero es increíble, especial, irrepetible, divertido, único, impresionante… Dios no defrauda.
Simplemente para terminar quiero dar las gracias a Dios por mi familia que siempre me ha ayudado. Gracias a Dios por este tiempo de formación y por todos los seminaristas y formadores que todos los días me enseñan algo nuevo. Gracia a Dios.
Para aquellos que se preguntan si tienen vocación, no tengáis miedo.