La Catedral del Cante, con lleno completo, disfrutó además con las actuaciones de Encarnación Fernández, dos veces ganadora de la Lámpara Minera, Francisco Moncayo y Abdón Alcaraz, ganadores de los concursos de guitarra e instrumentista flamenco, respectivamente, en la pasada edición.
Tras brindar el pregón a un tío suyo que trabajó por los yacimientos mineros que se extienden desde Almería La Unión, Herrera dijo que: "Nunca he sabido si el cante de las minas es un cante de dolor, un cante laborioso o un cante melancólico. Si de veras es un cante de taberna o un cante de soledad…" Definió a los cantes mineros así: "son cantes bañados en la libertad de quien no pertenece a escuela ninguna de compás, llenos de melismas y floreos, imposibles de ser llevados a partituras y con el que a sus intérpretes difícilmente serán llevados al Festival de Eurovisión".
Recordó a la dinastía Piñana y a Pencho Cros: "Al final de todo, al final de los túneles, al final de la historia, al final del Festival, siempre está Pencho Cros, la voz de galería húmeda de Pencho Cros, el mecido cante entre tasca y altar de Pencho Cros".
Hizo Herrera una larga, documentada y pormenorizada visión personal del flamenco y sus mejores intérpretes y creadores. También de algunos "palos" como la taranta, del antiflamenquismo en el siglo pasado, de flamencólogos y flamencólicos, de la tauromaquia y los antitaurinos, de la generación del 27 y de Jacinto Benavente, de Gabriela Ortega, de Camarón,y de Marchena y de un largo etcétera. Una larga disertación que no aburrió a nadie, sino al contrario, porque estuvo repleta de erudición bien administrada, ocurrentes anécdotas y de ese "saber decir" del que hizo gala el pregonero Herrera en todo momento. En resumen, un pregón de antología.
Para terminar, Carlos Herrero piropeó a la ciudad minera: "La Unión no podía haberse llamado de mejor y de más justa manera: una voluntad colectiva, una ilusión compartida, una fiesta para todos, unos brazos abiertos al forastero, un sentido meridional de la acogida…" Al terminar, fue larga y justamente aplaudido.