
No hay nada como, de vez en cuando, echar la vista atrás para comprender de dónde venimos y, sobre todo, a dónde vamos. España era una democracia estable y sólida hasta hace relativamente poco. De hecho, durante lustros, ha ocupado un lugar destacado en el reducido listado de “plenas democracias”, que apenas integran 30 países.
Sin embargo, España ya se puede catalogar oficialmente como una democracia fallida o, si se prefiere, de segunda, a la vista del grave e intenso deterioro institucional registrado en los últimos tiempos. Dos son los indicadores que reflejan este particular descenso a los infiernos a nivel político : por un lado, el Índice de Gobernanza que elabora el Banco Mundial y por otro, el Índice de Corrupción que publica Transparencia Internacional.
En cuanto al primero, España es el país que registra un mayor retroceso en calidad institucional desde el año 2000, hasta el punto de situarse a la cola de Europa en esta materia, por detrás de grandes potencias como Alemania, Francia, Italia, Estados Unidos, Reino Unido o Japón. En concreto, presenta la mayor caída en cuanto a eficiencia gubernamental, calidad regulatoria, Estado de derecho y control de la corrupción.
España ha entrado en la categoría de “democracia defectuosa”, y no es de extrañar, por tanto, que la particular crisis institucional que padece el país se refleje también en un mayor desapego y desconfianza a nivel social. Los españoles nos situamos entre los europeos que manifiestan un mayor descontento con el funcionamiento de la democracia.
Nuestro país experimenta un marcado declive político e institucional desde la crisis financiera de 2007, y entonces, nuestra clase dirigente, representada de forma mayoritaria por PSOE y PP, pudieron escoger entre el modelo nórdico, favorable a la libertad económica y las reformas estructurales, o la vía populista, a imagen y semejanza de la Argentina peronista, y a la vista está cuál fue el camino seguido : populismos de izquierdas.
Como resultado, hoy España está ya en el sumidero y lo peor es que, por desgracia, aún queda mucho margen para seguir cayendo.