
En pleno 2025, en el ambiente español y global donde nos encontramos 1984 sigue teniendo mucho que decirnos, donde en sus tiempos mozos y enfermizos nos alertaba contra el surgimiento de estados que todo desean controlarlo. Su mensaje, en definitiva, sigue siendo actual. Bien podría ser ministro hoy día del equivalente al Ministerio de la Verdad tanto lo que nos viene desde el mundo neoliberal con su relativismo como los otros estadios de la extrema izquierda. "Todos para uno y uno para todos". A estas horas nos alegra poder recordar cuando su pluma, escribiendo los duros relatos que ahí se constatan sus textos explotan, ensordecen y saltan a las esquinas más recónditas como advirtiéndonos de lo que ayer, hoy o mañana nos podría suceder y, así, lo estamos comprobando. Orwell, con su exquisitez belleza intelectual y literaria nos sigue advirtiendo de veras al igual que nuestras pobres abuelas a sus nietos, de aquellos caminos que no son cánticos de amistad, felicidad o belleza, no, son los nefastos gritos de libertad, de una libertad ensombrecida y manipulada cuyo objetivo es el amordazamiento de cada persona.
Qué bien nos lo advertía: "Cuando se considera al estado la llave de todo, está a expensas de planificaciones y programaciones (es decir, de las grandes mentiras). Y mientras los miembros de ese partido empobrecedor y agrietado se someten por las buenas o por las malas a esos objetivos grandilocuentes, el pueblo llano vive engañado en la trampa de una existencia gris e inmediata". Esta es la gran trampa de los totalitarismos. Y Orwell, como muy pocos escritores, tuvo esa inmensa lucidez para describir sus tramposas estrategias.
Sería difícil, sería un error pensar que la advertencia de Orwell frente al totalitarismo ha perdido vigencia y, sin duda, existe un inquietante paralelismo con la época actual. Puede que las ideologías mesiánicas, la instrumentalización sistemática de los individuos o la política de la sospecha y del chivatazo, estén algo lejos de nosotros y sea difícil su vuelta. Pero la hostilidad a la verdad, el cuestionamiento escéptico de que puede haberla realmente, y el esfuerzo por ampliar el campo de la manipulación, y perfeccionar sus métodos, nos acompaña todos los días. Quien afirma que en política no existe lógica y por lo tanto, todo es posible y aceptable, dado que se carece de principios, valores y argumentos racionales, puede acabar gobernando un país democrático: mientras que el que reconoce públicamente que no puede sostener que ser tal o cual, dispares entre sí, se ve declarado no apto para la actividad parlamentaria.
Nos podríamos cuestionar en ¿quién se atreve a sostener que todo ser humano es varón o mujer antes de tener orientación sexual alguna, y que la única orientación sexual normal, razonable es la que corresponde a la que uno es; o que la única forma de convivencia conyugal que es verdaderamente de interés social es el matrimonio entre un hombre y una mujer? (…)".
El peligro que corre quien afirme tales cosas no consiste en que sus afirmaciones puedan ser discutidas, como tampoco consiste en que, de esta discusión, pudieran salir finalmente rechazadas. El peligro está en que ni siquiera se admitirá entrar a discutirlas. Y no admitir la discusión supone eso, no admitir, por principio, la posibilidad de que tal cosa resulte a la postre verdadera. En otras palabras, supone haber hecho de la diferencia entre verdad y falsedad una cuestión posterior y dependiente de la posición adoptada por nuestra voluntad.
En la nueva sociedad opresiva, el intento de introducir ciertas ideas en el discurso público se tacha de osadía. No hay lugar para el debate nacional; no se admite por principio la posibilidad de llegar a unas preferencias razonables. Esta es la esencia del totalitarismo sobre el que alertaba Orwell: eliminar, desde el poder, la diferencia entre lo real y lo inventado.
"Cuando no existe verdadero debate y argumentación; cuando no se afrontan las cuestiones en sí mismas consideradas; cuando los razonamientos son puramente tácticos y falaces, y no se nutren sino del recurso perezoso a tópicos y consignas, la cuestión de la verdad es irrelevante. No es que el poder cree la verdad, sino que puede desentenderse de esta tarea totalitaria, porque, sencillamente, el hecho de que algo sea verdadero o falso ha perdido todo interés, lo cual abre una vía más cómoda hacia todo totalitarismo.
La ausencia de un debate serio de ideas da lugar a una batalla campal, donde los tópicos y los eslóganes sirven como armas arrojadizas. No importa si una idea es buena o mala, verdadera o falsa, sino "si es progresista o conservadora, de izquierdas o de derechas, crítica o dogmática, feminista o machista, u otras cosas por el estilo. Lo único que realmente cuenta es el peso de estas etiquetas, producidas por esa extraña mezcla de simpleza intelectual, afán de revancha y necesidad de redimirse".
Así, se cumple al pie de la letra la novela de Orwell: el totalitarismo aparece cuando el Partido tiene siempre el control de la verdad. Los que renuncian a la discusión racional "constituyen la clase de tropa, dócil y disciplinada, que el totalitarismo necesita, pues siempre serán otros, con más poder e influencia que ellos, los que decidan en cada momento qué pasa a ser de izquierdas y qué pasa a ser de derechas: qué etiqueta va adherida a cada idea".
MARIANO GALIÁN TUDELA