A alguien le leí hace un tiempo que “el nacionalismo es un discurso que grita no para ser escuchado, sino para convencerse a sí mismo”, como si el continuo crecimiento de sus voces estuviera en relación directa con la íntima conciencia de que todo es mentira : empezando por las groseras distorsiones de la historia, continuando por las burdas caricaturas morales del enemigo imaginado y sus agravios ficticios, y acabando por la obsesiva y permanente distorsión de cualquier evidencia estadística.
Que nuestros pobres nacionalistas quieran autosugestionarse con sus cuentos no deja de ser normal, porque un asunto bien distinto es que fantasías inverosímiles, como esa del millón y medio de manifestantes, obtengan crédito en la prensa que se dice seria.
¿En qué cabeza de chorlito cabe que la totalidad de la población censada en Barcelona ciudad (1,7 millones de almas) pueda reunirse en apenas un tramo de una de sus calles, como la Vía Layetana? Y es que las procesiones secesionistas congregan, más o menos, a unos doscientos mil creyentes en la causa.
El resto, la mayoría silente, no está por la labor, aunque le llega el eco de ese maragalliano “Escolta, Espanya!” que tanto rememora a Espriu : no a José, el jefe de la Falange barcelonesa durante la posguerra, sino a su hermano Salvador.
Los que no están por la labor escuchan con suma atención, pero lo único que oyen son voces y más voces reclamando la independencia.
En esas reivindicaciones nadie reclama pacto fiscal alguno, absolutamente nadie, ya que, permítanme la ironía, cualquier claudicación del Gobierno en materia financiera sería mucho peor que un crimen, sería un error.
Si lo que en verdad ansían es la independencia, adelante con los faroles, porque lo único que quieren es deshacer España; pero de momento lo único que han roto es la tradición transversal del movimiento catalanista, una trayectoria unitaria que se remonta a hace más de un siglo, cuando Cambó alumbró la Solidaritat.
Estos ciudadanos y políticos indepes no reconocen, o no quieren reconocer, que no se puede soñar con la independencia sin la mitad de Cataluña.
¡Y el PSC, por desgracia, es la mitad de Cataluña! ¡He ahí su fracaso, el que ahora quieren ocultar tras una foto de una estelada!