El excelente libro de Giovanni Reale, "Tratamiento para los males del hombre contemporáneo", clave para entender las consecuencias del nihilismo en la cultura de hoy es de agradecer, pero incompleto ante el libertinaje que contemplamos. Las sucesivas Leyes de Educación, lo siento, se han quedado muy por debajo de la sabiduría pedagógica de Mafalda y a lo largo de 40 años no hemos sabido alimentar las cabezas de nuestra juventud. Hoy tenemos el resultado de lo invertido, donde el juicio crítico y el enseñar a pensar a partir de unos postulados no ha tenido banco alguno en nuestros espacios escolares. Si ello hubiese sido afirmativo no tendríamos hoy la clase política que aguantamos. Desde el 2011 al 2016 ha sido clave para que el mundo de la sabiduría a través de las Humanidades desapareciera por completo y aquí empezaría el baile de la debacle que asistimos.
Ahora, desesperanzados, figuras ilustres españolas, algo recientes como Miguel Delibes, José Jiménez Lozano o Álvaro d`Ors y multitud de mujeres de gran alcurnia intelectual les estamos enalteciendo ante la desidia de falta de sabiduría y sensatez. Veamos si no los realitys hacia la Casa Blanca de Harris y Trump, Macron o por los distintos rincones de España. Andorra, la cual llevaba buen camino, al final, también ha caído en manos nacionalistas de otro país. El relativismo, como la gripe anda haciendo estragos y sus enfermos ni se dan cuenta de llevarla a sus espaldas. Democracia y relativismo sigue siendo un cáncer de armas tomar y aún no hemos caído de lleno en ello.
Ser demócrata parece ser hoy un auténtico colega del mundo relativista y ello, nos guste o no, se vende como garantía imprescindible de la libertad. Existe un hecho que el ciudadano de a pie no ha captado: se nos vende que en la política no existe ningún otro principio más que la decisión de la mayoría, aunque sea tirarse al pozo, donde la vida estatal ocupa el lugar que en otras épocas correspondía a la verdad. El derecho debería entenderse de manera exclusivamente política; derecho sería lo establecido como tal por los organismos predeterminados. Así, la democracia no se definiría en sentido sustancial, sino puramente formal: como un conjunto de reglas que posibilita la formación de mayorías, la representación de los poderes y la alternancia de los gobiernos. Consistiría esencialmente, pues, en los mecanismos de las elecciones y del voto. Sigo en mis trece: la verdad no es producto de la política y así nos va.
A la tesis anterior se opone diametralmente la que nos alumbra comentándonos que la verdad, no es un producto de la política (esto es, de la mayoría), sino que la precede y, por tanto, la ilumina": no es la praxis la que "crea" la verdad, sino que la verdad es la que posibilita una auténtica praxis. De ahí que la política sea justa y favorezca la libertad cuando se pone al servicio de un conjunto de valores y derechos que la razón nos atestigua. Contra el escepticismo explicito de estas teorías, relativistas y positivistas, nos encontramos aquí una confianza fundamental en la razón, en su capacidad de captar y mostrarnos la verdad.
Ya me gustaría que nuestros alumnos de 1 y 2 de Bachiller tuviesen la suerte de tener verdaderas Humanidades y enseñarles a pensar, tema que, por otra parte, si entran en tales materias, como comprenderán, no serán corderos para pastorearlos al libre albedrío de nuestros Estados. Los Estados, como comprenderán, deben permitir y conservar la ordenada convivencia entre la ciudadanía, es decir, en lograr un equilibrio entre la libertad y los bienes. Sin embargo, no es tarea del Estado procurar la felicidad de los mismos y así, no buscar "crear ciudadanos nuevos". Tampoco le corresponde transformar el mundo en un paraíso y ni siquiera puede conseguirlo; sin embargo, cuando lo intenta, acaba por erigirse en "absoluto" y, por eso, decide arbitrariamente sus límites. Se comporta entonces como si fuera un dios mismo y, por esa razón, se convierte en la bestia terrorífica. Esto me suena bastante a muchas de las leyes que proceden desde Bruselas en los últimos años.
Qué gran suerte tener entre nosotros los escritos de Platón, los que nunca deberían haberse rechazado de nuestras aulas. Richard Rorty, lo dejaba claro:" De ninguna manera resulta siempre evidente para la mayoría en qué consisten los derechos de las personas y la dignidad humana". La historia del siglo XX ha demostrado dramáticamente que la mayoría puede ser embaucada y manipulada, y que a la libertad cabe destruirla exactamente en nombre de la misma libertad. En última instancia, aquí se termina cayendo en el cinismo: si la mayoría siempre tiene razón, entonces el derecho puede (y debe) pisotearse sin ningún reparo. De hecho, en el fondo, solo cuenta el poder del más fuerte que sepa granjearse el favor de la mayoría.
Somos muchos los que opinamos lo contrario a lo que aducía Rousseau. Somos bastantes los que deseamos no estar ligados a las ataduras de los dogmas masónicos del progreso necesario. El optimismo antropológico que sigue quedando por algunos lares de España sigue necesitando los mínimos de verdad y del conocimiento del bien; eso sí, no manipulable. De lo contrario, todo quedaría rebajado al nivel de una eficaz banda de ladrones, porque como ésta se encontraría siendo definido en una perspectiva exclusivamente instrumental y no basada en la justicia, que señala el bien en sentido realmente universal siendo igual para todos.
Mariano Galián Tudela