Dentro de las tempestades y huracanes en que vivimos cabe preguntarse hoy día si la principal misión de los educadores está abierta a ayudar a crecer y cultivar su florecimiento personal y, cómo no, ofrecer una formación que se dirija más allá de las meras competencias profesionales para trazar en el alma de nuestros estudiantes universitarios los rasgos de una vida lograda. Nos referimos a proponerles educarles en la grandeza: gran virtud.
Los que hemos andado en tales terrenos y hoy seguimos consolidándonos en tal quehacer, con la libertad que les merece a los alumnos han deseado que les cuidemos e iluminemos y así, la docencia siempre ha requerido ir más allá de lo estrictamente exigible. Muchos profesores no se han olvidado de que una de sus misiones, por encima de tal o cual asignatura, siempre ha estado la de formar personas. Ortega y Gasset , en su "Misión de la Universidad" lo dejaba bastante claro y, ahora bien ¿los docentes están capacitados para desempeñar esta gran altura de miras con referencia a la búsqueda de la grandeza?
Tenemos por cierto de que, tras el bachiller, así opinamos los pedagogos y maestros, en vez de crecer (suponemos que esa etapa ya está consolidada), el término más preciso ahora sería el de "florecer". En su sentido ético equivaldría a felicidad o vida lograda (Aristóteles) y, por ello, el bienestar subjetivo de la persona conlleva la educación del carácter. El mundo de los valores y virtudes no solo corresponde a los idearios de centros religiosos, así, grandes universidades europeas abogan en su contribución a la mejora personal para "darse" al bien de la sociedad en su conjunto. Me cuestiono ¿por qué a veces tales ideas parecen quedar lejos de la realidad universitaria? Da la impresión de que ni por hipocresía ni por desinterés. Aquí, en España, tenemos un modelo heredado de la tradición francesa, donde el objetivo es formar especialistas para cubrir necesidades. Este tema se debatió en ciertas universidades valencianas y los alumnos no deseaban para nada el sistema napoleónico. Los profesores, sin embargo, comentarían que virtudes y valores deberían quedar fuera del campus. Parece que profesores y responsables educativos son los que no están convencidos de aquello que los jóvenes ven claramente.
Defender que las universidades tengan como misión formar personas, no es simplemente algo noble añadido a sus tareas propias de facultad, Si aceptamos que las tareas universitarias, entre otras, es preparar profesionales, habrá que preguntarse de qué manera se contribuye al "florecimiento personal", es decir, intelectual y ético. Natalia Ginzburg, en su ensayo narrativo "Las pequeñas virtudes" lo concreta en cuatro 1. Adecuado cultivo (cuidado) de la persona. 2. El contexto (la tierra) que requiere espacio suficiente, estar bien airada. 3. El crecimiento no depende en exclusiva del jardinero, padre o educador. En el caso de toda persona, un factor decisivo siempre es la libertad. Por ello, estos nunca son del todo responsables del resultado. Si hablamos de educar el carácter en la universidad, es preciso reconocer que a los educadores solo cabe atribuirles una responsabilidad indirecta sobre el tipo de personas en que se convierten ellos. Así, el centro de la tarea educativa lo ocupa la vocación, en todas sus acepciones: profesional, social, ética e incluso religiosa.
Ginzburg , al final de su recorrido literario concluye que "Esta es la única posibilidad real que tenemos de resultarles de alguna ayuda en la búsqueda de una vocación profesional: tener una vocación nosotros mismos, conocerla, amarla y servirla con pasión, porque el amor a la vida lo engendra. Vivir es crecer. Solo deja de crecer quien ha muerto o ha entrado en decadencia. Los profesores ayudarán a crecer en la medida que amen la vida. Y la vitalidad de las universidades dependerá de que sean lugares donde los estudiantes puedan florecer, tanto en sus diversos estudios como en sus virtudes y valores.
La directora del Practical Wisdom Project del Instituto Abigail Adams (Estados Unidos), Kahren Bohlin, al reivindicar en su libro El carácter a través de la literatura-los centros de formación como lugares de florecimiento personal, subraya que los profesores no son responsables del tipo de personas en que se conviertan los estudiantes, pero enseguida añade que lo que está en nuestras manos es cultivar su "imaginación". El desafío al que nos presentamos como educadores es mitigar el número de imágenes y estímulos que alimentan la imaginación y las aspiraciones de los jóvenes, tanto profesiones, éticos y trascendentales. Ahora mismo, mires donde mires, nos situamos ante una crisis existencial, graves problemas mentales y familias desestructuradas; son muchos, cada vez más los que se sienten atrapados en un mundo lleno de peligros, no encuentran en quién confiar y ven el futuro con pesimismo.
Ante momentos crudos, sin duda, nuevas maneras, nuevos enfoques de situarnos en esta institución. Dar clase por dar clase ya no nos vale, todo lo contrario. Dar vida a través de la clase son cosas de otros cantares.
MARIANO GALIÁN TUDELA