Educador ambiental
Esta semana he participado en dos debates, uno a raíz de una plataforma de asociaciones que queremos crear en El Ejido, el otro, más televisivo, con los miembros de la Asociación de pensionistas de Roquetas de Mar, que me han dejado una sensación extraña, mezcla de ilusión, desasosiego, esperanza y desánimo.
El hecho de reunirse para intercambiar ideas, inquietudes, formas de entender la compleja realidad que nos rodea, con el ánimo de aunar esfuerzos, recursos, tanto materiales como humanos y proyectos, ya es positivo, un síntoma de que la ciudadanía quiere participar en la vida social, cultural y política, no solo como un pasivo espectador que vota cada cuatro años, sino como parte activa de la sociedad en la que vivimos.
Sin embargo, después de cada uno de esos encuentros, me doy cuenta, que la idea del bien común, de comunidad, se está quedando desfasada, y solo queda en la memoria de los mayores, los jubilados, los ancianos, los que entienden el verdadero significado de la fuerza del grupo, de la unión, de ir todos a una.
Ellos siguen creyendo, porque lo aprendieron durante la Transición, en la lucha de la sociedad civil para imaginar nuevos caminos, regenerar lo putrefacto, conseguir derechos fundamentales como la sanidad, educación, el trabajo, la vivienda; y hacerles entender a nuestros dirigentes que están a nuestro servicio, para defendernos y ayudarnos a tener una vida mejor, un futuro para las nuevas generaciones, igualitario y justo para todos.
Por suerte y por desgracia, son ellos los que siguen liderando los movimientos sociales, convencidos de su poder transformador, de cambio, de barricada, de defensa, de voz y altavoz, de resistencia, de ejemplo, para generar oportunidades, reconducir errores, impedir atropellos, abrirnos los ojos para que no perdamos la humanidad, la dignidad, el orgullo, la generosidad, la empatía, la conciencia de pueblo, de sociedad.
El alma de las verdaderas asociaciones envejece sin relevo generacional, y si no hacemos algo morirá. Es cierto que ahora tenemos muchas más asociaciones, pero infectadas de individualismo, de falsa libertad e independencia, exigiendo voz pero sordas, creyéndose originales cuando son clones y enredadas en un sistema burocrático, de dependencia a las subvenciones, que las controla, limita, separa, etiqueta, divide y termina por asfixiarlas, reducirlas, aburrirlas, silenciarlas, empequeñecerlas y eliminarlas.
El paternalismo del sistema ha debilitado la credibilidad del tejido asociativo, ridiculizando los movimientos sociales, contaminándolo de sectarismo político. Por eso la juventud no cree en la fuerza del grupo, no entienden la importancia de asociarse, de hacerse oír, opinar, exigir y criticar. Creen que el orden establecido es una máquina invencible, inamovible, imposible de cambiar. Y así nos va.
Perdemos derechos fundamentales a diario, y encerrados en nuestra burbuja, consolados con lo que tenemos, sobrevivimos como podemos. Y lo peor es que nos dedicamos a criticar a todos aquellos que hablan del bien común, de un cambio de paradigma, de sistema, que devuelva la fuerza a la comunidad, que nos deje vivir con dignidad y sin miedo. Hasta que tu pequeña burbuja explota, y te sientes solo, pisoteado y perdido.
El primer lunes de cada mes, los pensionistas de Roquetas se manifiestan para reivindicar y defender el sistema público de pensiones. Apenas 15 personas se reúnen, pidiendo que se les escuche, que no se les arrincone como una carga, sino que se conserven todos los derechos que se han ganado a lo largo de su vida laboral. Gracias a ellos, muchas familias pueden conciliar porque cuidan de los nietos, las sostienen con sus pensiones, y a cambio los vemos mendigando citas en los centros de salud, a la puerta de los bancos, ridiculizados por la tecnología insensible que lo quiere controlar todo.
Sin embargo, allí siguen, al pie del cañón, preparando la manifestación del 26 de octubre en Madrid, defendiendo el bien común, nuestras pensiones, nuestro día a día. Y tan solos como ellos, se manifiestan tantos otros colectivos, haciendo guerra de guerrillas, cuando sabemos que lo que hay que hacer es juntarnos para resetear el sistema, el modelo económico, que silenciosa e inmoralmente nos somete y esclaviza.
Cuando los sabios de la tribu, de las asociaciones, no son escuchados, respetados, dignificados, poco podemos esperar del futuro. Atesoran muchas experiencias, la más importante es la de cómo hacer una revolución. Si perdemos ese conocimiento, nos habrán derrotado definitivamente.