“Al igual que nunca podremos vivir armónicamente si no analizamos detenidamente nuestra forma de producir y consumir, tampoco podremos salir de esta ruina, en el caso de que no reduzcamos la pobreza, acabando con la desigualdad y protegiendo la naturaleza”.
Todo parece estar en bajada, en parte por las pretensiones egoístas inherentes de algunos modelos económicos actuales; además de por nuestras miserias y absurdas contiendas entre sí, que nos vuelven insolidarios e indiferentes, como si tuviésemos un corazón de piedra. Por si fuera poco, este tormento existencial, la Agencia de Medioambiente acaba de advertirnos que más de una quinta parte de las casi mil doscientas especies monitoreadas se ven amenazadas de extinción y casi la mitad, un 44% está en declive. El citado Organismo apunta la sobrexplotación, la pérdida de hábitat, la contaminación y el cambio climático como las principales causas. Una vez más, la perspectiva nos indica que todo está estrechamente relacionado, lo que requiere por parte de la sociedad en su conjunto una visión comprensiva, pues también de las crisis se sale, llegando incluso a convertirse en una oportunidad para reflexionar y aprender de los errores del pasado. No hay mayor retroceso que seguir un solo camino y no prestar atención a otros pulsos. Precisamente, son la multiplicidad de pasos, los que emergen de un pentagrama de andares, que nos estimulan la savia y nos paralizan lo pasado, para reanimar el presente.
En este sentido, considero que no sólo hay que concentrarse en las soluciones técnicas, sino igualmente en desarrollar un espíritu auténtico de solidaridad universal, fundado en el amor y en el entendimiento recíproco. Urge, desde luego, que la familia humana se fraternice, aprendiendo a morar donándose y eximiéndose. Reforzando así los vínculos, es como se consigue afrontar los numerosos problemas humanitarios. Sea como fuere, por muy en decadencia que nos hallemos, unidos saldremos fortalecidos y podremos rescatarnos de este abismo mortecino, con una lección más aprendida para seguir adelante, para progresar alentados por la esperanza. Lo sustancial radica en acogerse y en recogerse, en llenarse el corazón de vigor social y en socializar los espacios en común. Por ello, tampoco podemos resignarnos a su talud, en deshumanización e inhumanidad, a causa de la incertidumbre, del individualismo y del consumismo, que plantean un porvenir de individuos que solo piensan en sí mismos. Sin embargo, desfallecer siempre ha de ser lo último, ya que es lo que nos mata; mientras las expectativas son las que nos hacen coexistir y las que nos reviven mar adentro.
En efecto, al igual que nunca podremos vivir armónicamente si no analizamos detenidamente nuestra forma de producir y consumir, tampoco podremos salir de esta ruina, en el caso de que no reduzcamos la pobreza, acabando con la desigualdad y protegiendo la naturaleza. Quizás, hoy más que nunca, debamos despertar, tomar conciencia de las situaciones y ponernos en acción copartícipe. De fundamental trascendencia también serán aquellos programas destinados a erradicar el desempleo, la violencia, la impunidad, el analfabetismo y la corrupción. Ahora bien, no podemos quedar tan solo en el diálogo que, aunque se presenta siempre como instrumento insustituible de toda confrontación constructiva, la reacción a los declives es vital, sobre todo para ayudar a los vulnerables y preparar la recuperación. Desde luego, necesitamos respuestas mucho más profundas e inclusivas, más rápidas y más ambiciosas, para conseguir alcanzar esa gran transformación mundial que todos los moradores requerimos. Jamás será tarde, pues, para ponernos manos a la obra, en busca de un mundo nuevo y mejor; eso sí, en el empeño hemos de poner una buena dosis de coraje y anhelos.
A poco que miremos el futuro, percibiremos que, aunque no nos falten los motivos de ansiedad, son más fuertes y preeminentes los de confianza y los sueños. Sostenidos por la ilusión de hallarse, nuestros ojos han de renacer a ese mundo del espíritu fraterno, al menos para que cesen las endémicas hostilidades y los sufrimientos que nos trasferimos unos a otros. Sin duda, en lugar de los encontronazos hay que avivar la cultura del encuentro, ya sea a través del turismo resiliente, que no sólo conecta a las personas entre sí, también con el hábitat; lo que nos hace más condescendientes con otras culturas, para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al horizonte con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. Al fin y al cabo, tanto la cercanía como el carácter realmente humanístico no pueden decaer, sobre todo en la atención a los más débiles. En consecuencia, es importante consolidar los derechos humanos generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida digna para toda la especie, evitando el uso de políticas de doble medida. Porque el proceder no se ha hecho para enjaularse, sino para batirse el cobre, mientras nos renovamos continuamente por dentro y por fuera.