Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental
Hay polémicas en las que es mejor no entrar, porque nadie te ha pedido opinión, y porque al final siempre sales trasquilado, señalado y marcado de por vida como rencoroso, frustrado y problemático. Lo sé por experiencia, no es la primera vez que lo digo, pero creo que es una de las grandes lacras que tiene nuestra sociedad, y hay que aprovechar cada ocasión para señalar a los intermediarios, y a los políticos, y las leyes que aprueban, que los permiten y fomentan. Les pongo en situación por si no están al tanto.
Hace unos días, el PSOE de Mojácar criticó lo que consideran un despilfarro y gasto desproporcionado por la visita de varios escritores de prestigio en el ciclo "Mojácar, espacio literario", por el que han pasado Carmen Mola, Julia Navarro, Lorenzo Silva y Noemí Trujillo.
En su afán por desprestigiar al equipo de gobierno, han realizado una crítica que no está mal traída, ya que acusan a sus rivales políticos de organizar estos actos culturales pensando solo en la foto, de no darle protagonismo a la Biblioteca Municipal y de no aprovechar ese dinero para paliar las deficiencias que tiene el edificio y así mejorar el servicio a los lectores y usuarios. Pero en realidad están picados, porque no los han invitado a posar, y por hacer lo que hubiesen hecho ellos de estar en su lugar. Todos son iguales, critican lo que hacen los demás, y luego hacen lo que criticaban. Lo llaman oposición cuando es solo hipocresía.
El problema es que en su manifiesta y malintencionada disconformidad, han disparado erróneamente contra el pianista, en este caso los autores. Los acusan de elitistas y de inflar sus cachés en lo que consideran un evento publicitario más que cultural.
El caso es que Lorenzo Silva, a través de las redes sociales, ha clarificado las razones que lo llevan hacer estos actos y lo que ha motivado el linchamiento público injusto e innecesario, remarcando que la púa de 3.630 euros que los socialistas le acusan de haber cobrado, no ha recibido nada, salvo los gastos de desplazamiento y manutención, que ni siquiera sabrá cuanto han costado.
Y es aquí donde está el meollo del asunto, porque en el comunicado de prensa, los pistoleros socialistas lanzan una bala al aire, que se pierde en la lontananza, afirmando que las facturas pagadas por el consistorio han sido a un medio de comunicación encargado de traer a los autores. El intermediario, al que no sé si por prudencia, miedo o por no perder un futuro proveedor, deciden no nombrar.
Ahí está el agujero negro que se traga el dinero público de forma innecesaria, el globo que puede hincharse con habilidad para que no reviente y salpique. Han sido los intermediarios la herramienta de los políticos para conseguir y devolver favores, financiar partidos, marcharse a casa con sobres para pagar la boda de sus hijas o satisfacer sus fantasías sexuales puestos de coca hasta las orejas. Solo hay que tirar de hemeroteca, si falla la memoria, para no llamarme deslenguado.
La culpa no la tiene el intermediario, que en este caso habrá llegado al amiguete de turno con el magnífico proyecto, y con el presupuesto que estime oportuno y por el que valora su tiempo y conocimiento, sino el político, que al contratarlo, dividendo la partida en pequeñas cantidades para no tener que hacer una licitación, deja por los suelos la labor de sus técnicos culturales y de sus bibliotecarios, a los que ni siquiera, en un acto de autoritarismo y soberbia, habrá pedido opinión.
Luego, para otros servicios culturales, como la animación a la lectura en las bibliotecas, por citar alguno, sí que hacen licitaciones tan estrambóticas y elevadas, que solo se pueden presentar grandes empresas, que muchas veces se dedican a la construcción, la limpieza o la depuración de aguas, pero que manejan estupendamente los concursos públicos, saben las puertas a las que tocar, y que bajan los precios de forma temeraria para competir entre ellas. No importa la calidad, ni de dónde viene la empresa, solo el presupuesto más barato. Y esa bajada en el precio siempre va en detrimento del que al final realiza la actividad los artistas, artesanos, creadores, autores y narradores, porque es el único aspecto donde pueden apretar para garantizar su margen y aumentar beneficios.
Si quieren proponer algún cambio interesante, es que garanticen que cuidarán y valorarán lo pequeño, lo cercano, lo local, a los que generan cultura, y no a los que la multiplican y la venden sin mancharse, y con la que comercian y prostituyen en el idolatrado libre mercado. Que no tengan la poca vergüenza de escudarse en la Ley de Contratación Pública, que utilizan de escusa cuando les interesa y se la saltan, buscando la trampa, el chanchullo y la triquiñuela cuando les viene bien. Y sobre todo que dignifiquen y respeten a sus técnicos, en este caso culturales, sin imponerles intermediarios que se autodenominan expertos por leer las listas de los más vendidos y subcontratar, a la baja, a los artistas.