Es una constante en la historia contemporánea de nuestro país que no pocas elecciones municipales se han desarrollado en clave nacional en cuanto a las consecuencias y resultados que han arrojado las urnas. Además de que las elecciones locales son las más generales de cuantas se celebran en España, con tantas circunscripciones como municipios, más de 8.000 a lo largo y ancho de nuestra piel de toro española, no cabe duda de que, salvo en 2007, en nuestro país siempre las siglas que han resultado victoriosas en las municipales han ganado después en los comicios a Cortes Generales siendo, por tanto, la oportunidad que, según muchos expertos, aprovechan los ciudadanos para castigar al partido de turno que ocupa la Moncloa. Es lo que ocurrió el pasado 28M, trocándose el color político de una significativa parte del mapa de ayuntamientos y Comunidades Autónomas.

Al albur de esta nueva coyuntura, el PSOE de Sánchez tendría delante el 23J una masa de voto útil cual mayoría natural y reivindicativa de cambio favorecido además -cual banderín de enganche- por un panorama previo de exitosas medidas de gestión en Comunidades Autónomas con Gobierno PP en lo que se refiere a reactivación económica y apoyo a las familias, pymes, autónomos se refiere, sectores crudamente afectados por los latigazos de crisis como la del Covid y la guerra de Ucrania. Asimismo, en un plano más doméstico, agravios y castigos a regiones como la nuestra murciana refuerzan ese contundente voto de rechazo al sanchismo. Sin ir más lejos, ataques como el recorte al Trasvase Tajo-Segura -asunto de Estado por antonomasia-, la infrafinanciación autonómica y la ralentización en la llegada de infraestructuras e inversiones para Murcia.

Con estos mimbres, España está abocada al 23J a decidir entre una alternativa de cambio de ciclo político o un respaldo a modo de plebiscito a Pedro Sánchez, un dirigente en sus horas bajas, con el paso cambiado y desinflado para afrontar o perder con dignidad.