La precariedad del bien

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La precariedad del bien

"La ética es indisociable de la política .No pueda imaginarse directriz moral más alta que la que nos intimida a no desprendernos nunca de la suerte del prójimo".

Nos situamos ante una especie de timonel moral en un mundo plagado de borrascas, rayos y tempestades, donde escasean los buenos lectores, buenos escritores y una ciudadanía falta de grandes ilusiones, con propuestas constructivas y capaces, con ganas de capear los temporales que nos vengan. La falta de compromiso con la justicia social y la promoción del desarrollo humano son, en este sentido, una gran respuesta más que realista y suficiente al derrumbe de los valores morales y, sobre todo, una palanca que trata de restablecer la solidaridad desgastada por la úlcera individualista de cada uno de nosotros.

Todos hemos de ser auténticos pioneros a la hora de detectar injusticias, así como a la de idear soluciones para paliarlas. Ha llegado la hora de desbancar jerarquías y privilegios. Debe surgir una raza inconformista que esté convencida de que toda persona es vulnerable, necesitada de auxilio, y de que no somos inmunes frente a las andanzas de la fortuna. De ahí nace sin duda nuestro interés no por la igualdad, sino por la equidad, los derechos humanos y la democracia. Si en las pasadas elecciones o en las próximas no hemos dado la cara ante nuestros vecinos lo bueno de este o aquel partido, si no nos hemos gastado las suelas de los zapatos en hacer lo mejor por nuestros colegas o amigos, en realidad no buscamos el bien común, estamos buscando nuestro bien individualista.

Por otro lado, nuestra formación en este mundo cambiante debe tener una suma importancia para todos nosotros y sobre todo en la formación humanística. La salud democrática de un pueblo depende en gran parte de la educación de sus ciudadanos y que esta nunca puede ser sustituida por los beneficios económicos o los avances de la ciencia. Tratamos aquí de una idea que entronca directamente tanto con otras pasiones como la buena literatura, nuestros métodos en hacer esto o aquello, ya que sabemos de antemano que las grandes obras clásicas enseñan más sobre el ser humano, su dignidad y sus emociones que grandes análisis psicológicos y sociológicos.

La defensa del universalismo no se queda atrás. Sin negar las diferencias de cultura, ni las identidades regionales, la dignidad humana y la igualdad-equidad son valores irrenunciables y que superan fronteras. De aquí la importancia que posee hoy día, una vez más la justicia social.

Nos situamos ante una amenaza populista de mucho calado. Estamos ante un peligro real: el retroceso de la globalización y el robustecimiento de los bordes geográficos. El auténtico cosmopolitismo es el que descubre que todos somos iguales y, un aviso para navegantes es que no podemos permitirnos pasar por alto. Las capacidades básicas de todo ser humano son: vida, salud física, integridad física, sentido-imaginación y pensamiento y, emociones. Poder formarnos una concepción del bien y reflexionar críticamente acerca de la planificación de la propia vida debe ser toda una aventura plagada de esperanzas.

Los informes del desarrollo humano en el Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo nos lo argumentan. Poder poseer algunas propiedades y ostentar derechos de propiedad en igualdad de condiciones con las demás personas; tener derecho a buscar un trabajo en plano de igualdad; estar protegidos legalmente frente a registros y detenciones; ser capaces de trabajar como seres humanos, ejerciendo la razón del sentido común nos llevarán a las ideas del gran Aristóteles donde la razón y la afiliación son capacidades especialmente fundamentales, pues se extienden a todos los demás y las organizan.

No debemos olvidarnos aquí del gran economista indio, Amarty Sen, uno de los principales teóricos del desarrollo, que nos ha aportado una noción nueva de nuestras capacidades, el entenderlas como aquello que permite convertir los derechos de la persona en libertades concretas y positivas.

Cada uno de nosotros, al desmenuzar estos grandes ideales, seguro sabrá sacar de ellas objetivos prácticos y llevaderos a la vida real, más aún, desde el mundo político del Humanismo Cristiano.

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