El pasado día 28, las distintas Universidades se vestian de gala para celebrar a su patrón Santo Tomás de Aquino sin saber realmente quién ha sido y qué ha aportado a la sociedad del antes y del ahora. Lo mismo pasa con Cicerón, para unos "otro más del montón" y para otros "el maestro de la Retórica y algo más". En su tiempo, el dichoso Cicerón era la conciencia incómoda de Roma, un auténtico Maquiavelo pero sin maquievalismos donde su palabra, su retórica desenmascaraba a demagogos y populistas del momento (el social comunismo de hoy o el neoliberalismo), ya que al poder, como siempre, le ha estorbado la rectitud de las personas que dictan con sus vidas principios y valores. Con tanta corruptela, lo saben ustedes, se recompensan las maniobras de los espíritus andantes sin escrúpulos y, sin duda, hemos de volver la mirada hacia los que en su momento dictaron y ejercieron en su vida un buen gobierno.
Los discursos de los grandes de la historia siguen estando en vigor, pero son pocos los que en España, los que dan la impresión que seguimos andadas en la servidumbre del dinero, en ambiciones municipales y regionales y ni se les pasa por la cabeza que "la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio de los buenos". Nos debería hacer reflexionar en pleno siglo XXI los grandes escritos desde Homero hasta Aristóteles. Más nos valdría. Ante nuestra pregunta ¿cuáles deberían ser los pilares de un buen gobierno hoy? Platón nos lo dice a voz en grito: "cuando buscamos un armario recurrimos a un carpintero, pero cuando queremos a un político elegimos a cualquiera". Más aún continuaba:" si no se poseen méritos de tipo diverso, jamás podrán estar en tales escalafones". Cicerón, si estuviese hoy día en la Eurocámara diría con palabras de su momento: "Un gobierno justo debe fundarse en un sistema de supervisión y equilibrio".
A fecha de hoy, en los dos años que algunos llevamos en estos menesteres, observamos que hemos de recelar de dirigentes que eluden las leyes constitucionales so pretexto de la necesidad de conveniencia o seguridad, ni miedo a tender lazos a nuestros oponentes: el orgullo y la terquedad son lujos que no podemos permitirnos. Codicia, sobornos y haciendo débil y vulnerable a nuestro Estado no tiene pies ni sentido y, la corrupción no es todo un mal moral, que lo es, sino una amenaza práctica que desalienta a la ciudadanía y en el peor de los casos la hace presa de la cólera y la incita a la rebelión.
Atendiendo a un principio universal: que en todas las regiones no exista nadie ni tan enemigo de nuestros pueblos por odio o desacuerdo, ni tan adherido a nosotros por fidelidad y benevolencia que no podamos acogerlo entre nosotros. El buen estado no debe emprender hostilidad alguna sino es preciso salvaguardar su honor o defenderse.
Muchas veces, la verdad garantiza grandes adversarios. Una incómoda anécdota: Ya muy mayor, Octaviano y más tarde llamado Augusto, primer emperador romano (27 a.C.-14 d. C.), observó que su nieto leía a Cicerón. El muchacho, aterrado de su "pillada in fragantis" y, que su abuelo lo había puesto y maldecido a muerte al mismo Cicerón, el muchacho se escondió bajo su capa el libro. Augusto se dio cuenta, le cogió el libro y leyó un poco y, ante la mirada despavorida del joven, se lo devolvió diciendo: "un hombre sabio y amante de su patria".
Sólo hoy hemos de esperar que el cinismo de Augusto no sea el espejo donde se mira hoy más de un político tanto de una u de otra parte.