Érase una vez un caracol que tenía una habilidad sorprendente. Era capaz de absorber las emociones negativas de las personas que pasaban por su lado.
Según la emoción que la persona sentía en ese momento , el caracol cambiaba el color de su caparazón, la identificaba y la neutralizaba. Un auténtico misterio de la naturaleza.
Dicho caracol, vivía en un parque cercano al Malecón de la bonita ciudad de Murcia. Rafita, tuvo la suerte de experimentar los beneficios del mismo cuando sin saberlo se acercó a él.
Inmediatamente el caparazón del caracol se puso verde. Rafita tenía un enfado monumental y sentía mucha rabia. Era el portero del equipo de su barrio y esa misma tarde, habían perdido por goleada. Todo su equipo le había recriminado que lo había hecho fatal y no entendían como siendo tan bueno siempre, había podido ¨cantar así “. Su rabia era tal que era capaz de arrojar por su boca ¨verdaderos disparates “, se sentía muy furioso.
De hecho no quiso ir a merendar con el resto del equipo, como solían hacer tras cada partido. Prefirió irse solo. Caminó sin rumbo y llegó al parque cercano a su casa donde se sentó en un banco.
¡Qué buena suerte que Fran el caracol estuviera por allí cerca!. Tras unos cuantos gritos expulsó su ira, cedieron los pensamientos de rencor hacia sus compañeros y comenzó a sentirse mejor.
Cambió los gritos y la rabia por pensamientos de bondad y nobleza. Comprendió que cada persona tenía derecho a enfadarse respetando a los demás su forma de pensar. De pronto, cambió el enfoque y la manera de ver la situación. Algo inexplicable en tan poco tiempo, ¡parecía que hubieran formateado su cerebro!.
Le afloraban pensamientos como: -¨Si alguien te manifiesta su opinión desde el respeto, puedes responder desde el mismo , aunque tu forma de pensar sea deferente”.
-¨Tienes derecho a enfadarte con otros, pero no a insultarlos.
-¨Cuando te cabreas, necesitas salir del lugar del cabreo o alejarte de las personas con las que ha surgido “.
- “Mejor un silencio que palabras de las que te puedes arrepentir”.
- ¨Lo importante es convivir civilizadamente con los demás aunque nuestros pensamientos sean deferentes “.
Le invadía una sensación de serenidad que le producía un ligero cosquilleo por toda la espalda y se encontraba fenomenal.
Al día siguiente, Elena, la hermana melliza de Rafita, se sentía rara y aunque discutían a menudo, siempre se ayudaban, entendían muy bien y tenían mucha complicidad.
Rafita le propuso dar un paseo , era una consigna, cuando alguno de ellos se sentía regular para ayudar al otro a relajarse. A la vez sacaban a pasear a ¨Roco¨ un pastor alemán de trece años bastante mayor ,al que le costaba caminar ya.
Le tenían muchísimo cariño, fue un regalo de su “ tita Loli”, muy querida para ellos. Llegó a sus vidas cuando ambos hermanos tenían dos años, así que estaba con ellos prácticamente toda la vida.
Además del amor por los animales, aprendieron disciplina al tener que cuidarlo, darle de comer, sacarlo varias veces al día a que hiciera sus necesidades y se moviera, así como todas las obligaciones que supone tener una mascota bien cuidada.
Cuando llevaban un rato de confidencias caminando por el parque, Rafita instintivamente, fue dirigiendo a su hermana hacia el mismo banco donde estuvo sentado el sábado anterior. Afortunadamente en el césped cercano al banco se encontraba Fran, que comenzó a cambiar el color de su caparazón.
Así como Rafita era impulsivo, Elena era más introvertida y le costaba expresar sus sentimientos. Pero a medida que ¨ el caracol “ se acercaba a ella, abrió su corazón y le empezó a contar a su hermano el motivo de su miedo.
Hablaba y hablaba y no había manera de que parara. ¡Era insólito en ella!. Pues a menudo tenían que sacarle las palabras con sacacorchos.
Era difícil sacarle poco más de “ un sí o un no” , solía responder asintiendo o negando con la boca cerrada y bien apretada. Rafita, escuchaba extrañado y con atención, mientras Elena le contaba: Que desde hacía días se repetían sueños muy raros y no lograba recordar del todo, pero que le hacían sentir fatal cuando despertaba.
Que esos pensamientos llegaban a su mente, generando miedos, como por ejemplo subir sola en el ascensor, o quedarse sola en casa, así como otros muchos más aterradores… Que antes no tenía.
Fran , escuchaba con atención junto a la pata delantera izquierda del banco donde los hermanos estaban sentados, se puso azul.
A medida que se iba intensificando el color del caparazón , Elena iba aliviando su miedo y sintiéndose mejor.
De manera que se imaginaba situaciones en las que había sentido pánico y ahora se veía con fuerzas para poder enfrentarse a ellas con normalidad. A partir de este momento sus terrores se esfumaron como por arte de magia.
Ante cualquier pregunta respondía, aunque con voz bajita, le salía una tímida sonrisa. Quedó así neutralizada la emoción y el caparazón de Fran volvió a su color habitual. Pero de pronto, ante un ladrido de ¨Roco¨, el caracol, se puso alerta, percatándose de que algo le ocurría a la mascota. Se acercó a él, Roco continuaba tosiendo y jadeando con dificultad. Fran identificó la emoción.
Sentía una tremenda tristeza porque ya no podía correr como antes, se fatigaba y cansaba con facilidad.
Recordaba cuando recorría el parque tiempo atrás, siendo el perro más rápido de todos, mientras ahora no había manera de caminar un pequeño tramo sin tener que parar a descansar. A medida que su caparazón se ponía gris, la tristeza y melancolía de Roco, se difuminaba e iba asumiendo que era un perro mayor y ahora tenía que llevar otro ritmo. Así pasaba los días Fran el caracol.
Lo mismo neutralizaba el malestar de una mascota, de un un niño, que la obsesión de una mamá que paseaba por el parque arropando a su bebé en exceso, aunque no hiciera frío, agobiada a cada paso que daba ante cada situación que se le presentaba. En este caso el caparazón tomaba un tono anaranjado.
De manera que la mamá se relajaba, era capaz de disfrutar del paseo, relativizando preocupaciones, ahora sin sentido, pero que antes la bloqueaban, llegando a conclusiones tales como: ¨Me dejo sentir y si yo no tengo frío tampoco lo tendrá mi bebé.
Pero una de las emociones que más le gustaban a Fran, era cuando su esqueleto se coloreaba de rojo. ¿Sabes porqué ? Sentía un cosquilleo por toda su estructura anatómica , cuando veía a una pareja pasear románticamente de la mano. O cuando veía la tierna imagen de una familia al completo, disfrutando de una magnífica tarde de sol y parque en primavera.
Si con Fran el caracol te quieres encontrar, por el parque del Malecón de Murcia tendrás que pasear. Déjate llevar por por tu intuición, toma asiento en uno de sus bonitos bancos y seguro que aunque no lo veas, te ayudará
Jero Martínez