Gerontofobia

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La sociedad actual expresa de múltiples formas una clara gerontofobia o desprecio a los mayores. No tiene razón de ser, por numerosas razones. En primer lugar, desde planteamientos éticos es evidente que todas las personas, independientemente de su edad, se merecen el mismo respeto. Al final, la vida no se valora por la edad, sino por las contribuciones y los méritos de todo tipo acumulados por los individuos.

Filósofos como Diego Gracia y Adela Cortina, por ejemplo, y otros insisten en la igual dignidad de los jóvenes y de los viejos, ya que poseen el mismo derecho a seguir viviendo. A partir de los 50 años las personas pueden hacer todavía infinidad de cosas valiosas para ellos mismos y para los demás. Esto es algo que se pretende negar y está en el ambiente social. Los que tienen más de 60 años, con el aumento de la esperanza de vida y de la longevidad tienen varias décadas por delante, para seguir viviendo al máximo de sus posibilidades hasta el último aliento.

Grandes inventos y obras se han realizado por filósofos, científicos, inventores y artistas en el último periodo de la vida. La experiencia acumulada es impresionante con el paso de los decenios y es un activo de primer nivel. Todos llegaremos a mayores, si no morimos antes. Lo que no puede ser es que se quiera apartar a los mayores o marginarlos, porque se piensa que es mejor una sociedad de jóvenes. No existe restricción por la edad, ya que existen muchas actividades que pueden ser realizadas con cualquier edad.

Los jóvenes no lo seguirán siendo siempre. La vida es más corta de lo que se piensa. Se nota en una considerable parte de la sociedad una infravaloración de las personas que superan los 50 años y es irracional, absurdo e injusto. Significa no querer reconocer el gran valor de los conocimientos y del saber hacer, en todos los sentidos pensables.

De lo que se trata es de que se valoren los logros de todos, sin fijarse en la edad como criterio determinante. Se debe ser objetivo y racional y no se está siendo con la gente mayor.

A todos nos gusta ser respetados. No solo merecen respeto los jóvenes, ya que la vida no se acaba a los treinta o cuarenta años, porque continua después de la cuarentena y parece que hay muchos que no se quieren dar por enterados. El tiempo no se detiene para los jóvenes, ni para los adultos y esto es algo que conviene poner de relieve. Nadie sobra en este mundo y todos somos necesarios, únicos e irrepetibles. Los mayores se sienten adolescentes en su corazón y en sus sentimientos y emociones a pesar de los años vividos o quizás también por eso mismo.

En la era digital parece que vivimos en la sociedad del presente y del instante y a pesar de lo que se pueda pensar, la mayor parte de la gente no se muere a los cuarenta o cincuenta años. Muchos viven hasta edades avanzadas y llegan a superar con creces la barrera de los 80 años. Todos podemos seguir siendo creativos hasta los últimos momentos de la existencia y esto es una realidad.

La solidaridad intergeneracional es absolutamente indispensable, si queremos conseguir una sociedad más humana e igualitaria. Hace bastantes años, a mediados del siglo XX todavía se notaba un mayor aprecio a los mayores, pero actualmente ya no es así, por desgracia. La sociedad relativista, consumista y acelerada en la que nos movemos solo valora la belleza y el dinero.

Estamos asistiendo a un cambio social y cultural enorme que afecta también a los valores tradicionales y a las formas de relación en todos los aspectos. Como bien dice el filósofo alemán Markus Gabriel debemos disponer de una ética universal en este siglo XXI. O lo que es lo mismo una vida buena y lograda. En definitiva, son necesarios valores universales que estén fundamentados en la razón. Lo que no supone que no exista libertad en la conducta de los ciudadanos. La diversidad cultural es buena en sí misma, pero una ética mínima universal también es lo que facilita una convivencia armoniosa entre todos los seres humanos, sin importar la edad.

La humanización de la existencia exige como condición que no se margine a los mayores. Que no se los siga apartando y menospreciando. Afortunadamente, parece que una parte de la sociedad ya está convencida de que se debe apoyar y reconocer el valor de los adultos mayores, como se dice ahora.

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