Las enfermedades crónicas, visibles o no, cuya cura es totalmente inverosímil y arremeten contra mayores, ancianos, adolescente y niños acarrean con ellas una serie de sentimientos negativos y destructores para el propio enfermo y su entorno.
Después de un largo trance de desesperación e incertidumbre frente al futuro el afectado llega a veces a la fase aceptación que le puede salvar de su sacrificado estado doliente.
Mientras tanto se suceden crisis de dolores, de mareos de desmoralización que conducen a un pozo sin fondo que no es ni más ni menos que la angustiosa depresión.
Subrayaremos que esta depresión es uno de los resultados casi obligados de la cronicidad, del abandono de la sanidad, la política y la sociedad.
Las personas que conforman la realidad diaria del enfermo sucumben ellos también a esta depresión de la muerte en vida viendo como sufre su familiar, sin cura, sin ayuda, sin comprensión.
Los familiares muchas veces decaen y las amistades se ven confrontados a un ser que sólo representa la sombra de la persona que antes conocían.
El sufrimiento del enfermo irradia negativamente sobre todo su entorno.
¿Qué solución podemos dar al enfermo y a sus familiares? Primero verbalizar el sufrimiento y encontrar un terapeuta que sepa que las enfermedades crónicas e invisibles no son enfermedades somato formas y les ayude a establecer unas estrategias de evitación y otras de acomodación a las enfermedades para matizar la inseguridad de vivir.
Harmonie Botella Chaves
Escritora y
Presidenta de Fibro protesta Ya