Miguel Ángel, era un señor de edad avanzada que vestía de manera juvenil. En sus camisetas siempre había algún mensaje reivindicativo, sobre todo repetía con frecuencia el tema de los Derechos humanos y sostenibilidad del planeta. Iba peinado con una larga cola de pelo gris y el moreno de su piel le favorecía.
Durante toda la vida, había vivido discretamente. Se ganaba la vida vendiendo sus óleos a la orilla del paseo marítimo de un pueblecito costero. Cada tarde , de junio a septiembre era el primero en montar su puesto ambulante y el último en recoger. Atendía a curiosos, preguntones y compradores con cariño, una bondadosa sonrisa y mucha paciencia. El resto de meses del año, se dedicaba a seguir produciendo y a viajar con Teresa, su querida esposa.
En su pequeño taller, además de pintar al óleo, lo mismo hacia encargos de retratos y algún que otro busto tallado a piedra o madera , ya que manejaba con maestría el arte de la escultura. Más de 40 años llevaba dedicado a “su aventura” como llamaba a su oficio artista. Atrás quedaron sus aspiraciones ,cuando bien jovencito terminó sus estudios de “bellas artes” y soñaba en convertirse en un pintor famoso y cotizado ,conocido en grandes galerías, museos y exposiciones de nivel.
No tuvo la suerte que esperaba, pero gracias a su tesón, consiguió tener clientes a lo largo de los años ,tanto particulares como marchantes, que le compraban sus pinturas . Miguel Ángel enfurecía, cuando estos últimos, cada mes venían a llevarse sus obras, en forma de lotes que vendían con facilidad triplicando el precio de venta que a él pagaban. Lo asumía ,ya que con ello cubría sus necesidades básicas y así había asegurado el sustento de su familia.
Aunque se sentía apenado por no haber conseguido el caché y reconocimiento que para él su obra merecía. Con la llegada del otoño en el que cumplió setenta años, hubo un cambio inesperado en su vida. Sintió como el pulso le empezó a fallar y quedó paralizado por el pánico que le generaba pensar que no podría usar más los pinceles, tal como había hecho hasta ahora. A lo que sumaba la preocupación de que si no pintaba, no vendía y no generaba cash.
Tras unos días estresado, pensando que había sido un fracasado, miró atrás, hizo balance de como realmente había sido su vida, reflexionó y llegó a la conclusión de todo lo contrario, sintió que había triunfado. Aún no habiendo sido un pintor de éxito , sí había podido hacer durante toda su vida lo que quiso, vivir de ello, tener su propio horario. Consiguió tener una bonita casa, ahorrado algo de dinero y lo que consideraba su seguro de vida, una colección de monedas y otra de sellos espectacular.
Le enorgullecía haber podido dar estudios a sus hijos, haber viajado y visitar los museos más importantes de medio mundo y algunos que otros caprichos más. Pero lo que consideraba “la joya de la corona” era disfrutar de su velero de 7 metros, otro de sus tesoros con el que tenía el privilegio de transmitir a sus 3 nietos la afición por el mar. Se sentía libre y feliz, solo por el hecho de pensar en salir a navegar. El hecho de que la mano izquierda con la que acaricia los pinceles, le temblaba y se le pusiera rígida, le aterrorizaba.
Después de pruebas médicas, llegó la mala noticia, le diagnosticaron Parkinson, esa terrible enfermedad progresiva que afecta al movimiento y al sistema nervioso. A medida que pasaban los meses, el temblor fue en aumento. Miguel Ángel trataba de aprovechar cada día como si fuera el último. Bien es cierto que le cambio el carácter y el estado de ansiedad le abrumaba, también le cambió el humor, desembocando en una leve depresión. Durante toda su vida había necesitado echarse una siestecilla reparadora y ahora eran mucho más largas.
Sin embargo por las noches conciliar el sueño era una odisea. Sobre las dos de la mañana solía dormirse y eso que se acostaba unas tres horas antes. Tras varios meses con la enfermedad y los síntomas en aumento, le ocurrió algo singular. Una noche de cuarto reciente, llevaba durmiendo escasamente una hora, a eso de las tres de la madrugada, sintió como si le tocaran del hombro izquierdo, lo invitaran a levantarse llevándolo del brazo hacia la habitación donde tenía su taller. Con los ojos cerrados comenzaba a dar brochazos en un óleo y en escasamente un rato culminaba una obra.
La mano le fluía, había desaparecido la rigidez así como cualquier síntoma que pudiera perturbar la genialidad de los trazos con el pincel. Esta situación se fue repitiendo cada noche, durante un periodo de tiempo. De manera que cuando llegó un negociante marchante a llevarse las pinturas del mes, quedó alucinado con la calidad . Preguntó que quien las había pintado, pensando que era algún estudiante o aprendiz de los que solían frecuentar el taller, ya que “el coletas” como era conocido, era muy generoso. Ayudaba y daba lecciones gratuitas a los que empezaban.
De hecho, algunos pintores de renombre en sus inicios, pasaron por allí y siguieron sus sabios consejos. El marchante esperaba inquieto que apareciera el artista , a la vez que se frotaba las manos. Con su experiencia sabía que se trataba de un gran pintor y unas obras excepcionales con las que mucho dinero.
Su sorpresa fue cuando “el coletas” contestó que las había pintado él y que esas no entraban en ningún lote, insistiendo en que sólo una de ellas tendría el precio del doble de un lote completo. A lo que el marchante accedió, no podía dejar escapar obras de tan brillante calidad. El pintor, continuó cada noche desvelándose a las tres de la mañana, cuando las musas tocaban su hombro y firmando con el seudónimo “Clarky”.
Se produjo lo que había anhelado durante toda su vida, tocó la fama y se convirtió en pintor cotizado, tal como había deseado. Lo más importante de todo, es que le desapareció cualquier síntoma de la enfermedad. Se solidarizó con una fundación que investigaba el párkinson y donó gran parte de lo ganado en la venta de sus obras. Gracias a lo que descubrieron un fármaco que ralentizó los síntomas de los pacientes que lo tomaban, con efectos casi inmediatos .
Así Miguel Ángel pudo continuar con su sueño por muchos años más, habiendo contribuido a que otras muchas personas pudieran mejorar también su calidad de vida
Jero Martínez