El poder del lenguaje es inmenso, pero debe ser bien usado. Al hablar y escribir es necesario y conveniente saber argumentar y razonar y también decir la verdad y no manipular lo que se expresa, con el fin de lograr lo que se pretende, en cualquier acto o proceso de comunicación.
Existen distintos tipos de lenguaje. Está, por ejemplo, el lenguaje profesoral que puede ser muy técnico, con el propósito de precisar las ideas y las teorías, pero con las explicaciones adecuadas puede ser entendido. El denominado lenguaje natural es el que se utiliza cotidianamente, aunque es evidente que a medida que pasan los años va cambiando, ya que la lengua o el idioma está vivo y no es ajeno a las transformaciones y nuevos usos de algunas expresiones.
La inteligencia se manifiesta con la calidad del lenguaje que se habla y escribe. En este sentido, se observa que cada vez se usan menos palabras en el lenguaje hablado y escrito, de forma general, y esto se nota en el ambiente social. Estamos en la sociedad de la imagen y de lo visual. Ciertamente, las personas tienen que adaptar o adecuar su lenguaje a la situación y a los diversos espacios, en los que desarrollan su existencia pública. Existe también el ámbito privado que es más personal y en el que pueden regir otros planteamientos diferentes, hasta cierto punto.
Los sofistas en la antigua Grecia eran unos sabios que dominaban perfectamente la retórica, pero partían de una perspectiva relativista y escéptica que les posibilitaba negar lo cierto y defender lo falso, con argumentos falsos. Actualmente, en la sociedad relativista en la que convivimos es frecuente este tipo de actitudes, que buscan negar lo verdadero y que exageran y deforman la realidad, sin ningún pudor. Pero la verdad se abre paso, de modo inexorable e implacable, pese a lo que se diga en sentido contrario.
Desde el universalismo ético o moral, como el que afirma el filósofo alemán Markus Gabriel, se plantea la necesidad de unas normas morales iguales para todos, ya que esto mismo mejorará, sin duda, la convivencia. Y estas normas se expresan en términos, que deben ser respetados y utilizados desde su precisa y completa significación.
La pragmática y la filosofía del lenguaje analizan los usos lingüísticos para que sean los correctos y apropiados, en función de la situación en la que se está en cada momento. Por ejemplo, en una conferencia o ponencia pública se debe utilizar un lenguaje culto y refinado. En cambio, en la calle o en un ambiente menos solemne se pueden usar términos menos especializados. El uso de abreviaturas a la hora de escribir las palabras de forma habitual y generalizada no es bueno, porque no es una forma de escribir correcta y coherente y además puede causar problemas, confusiones, ambigüedades, etcétera. Ya se sabe que los idiomas son ambiguos, desde una perspectiva semántica relativa a las significaciones, pero esto tiene solución con más vocablos o con un uso más preciso de los mismos.
Cuando se habla se está pensando y al escribir es lo mismo. Se tiene que cuidar mucho el lenguaje, porque es la expresión de los pensamientos, sentimientos, emociones, proyectos y metas. Es esencial para la vida y para la realización de tareas, en todos los campos imaginables. Las palabras tienen mucho peso y valor. Una vez que se pronuncian o se escriben están expresadas para siempre en la memoria de los lectores o de los que las oyen.
Es cierto que se pueden retirar o cambiar, pero el recuerdo de lo dicho o lo escrito puede permanecer en las mentes y esto no debe ser olvidado nunca. Respecto al lenguaje inclusivo cabe decir que pretende visibilizar más al género femenino y eso está bien, pero puede no ser suficiente y existen otros procedimientos que pueden ser más eficaces, para el objetivo de lograr la igualdad real entre hombres y mujeres en la sociedad actual.
Existe también el lenguaje de los superventas, que con frases más cortas y un estilo literario menos denso y con el habla de la calle consigue mayor número de lectores. Es una estrategia de los novelistas y que está justificada, como es lógico, por la pretensión de llegar a un público masivo. De todas formas, existen autores que buscan estilos de escritura más densa y que también logran publicar obras de mayor calidad literaria, que también tienen un público lector considerable.