Sin renunciar a nuestra libertad

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Sin renunciar a nuestra libertad

Con confinamiento o sin confinamiento, en lo bueno y en lo malo, con pandemia o prosperidad, nunca debe claudicar el ejercicio de la libertad y su vigencia. Porque libertad es expresión de vida y en ese concepto del vivir la libertad jamás debe disminuir en calidad y uso. Y practicarla en esta coyuntura es contraponerla al ojo vigilante con ínfulas de coartar opiniones, es hacerla ariete crítico contra el Gran Hermano de la verdad absoluta con fachada de pensamiento único.

Usar la libertad ahora más que nunca es exigir transparencia a las altas esferas, al funcionamiento del Estado de Derecho, plantarse ante la arbitrariedad en la administración de la cosa pública, hacer que funcione el engranaje del equilibrio de poderes, realidad práctica que consagró esa Constitución de 1978 como piedra angular de concordia y acuerdo.

Estas horas aciagas de pandemia e incertidumbre del mañana inmediato no deben ser pretexto para solapar de ningún modo la buena praxis de la libertad, consustancial a la dignidad de la persona en sus valores individuales y públicos como ciudadano.  

La libertad no es prerrogativa de un Estado y menos de un poder. Es un derecho del hombre, que nace y muere con él, pero por nada del mundo una concesión caprichosa del gobernante. Y es por ello que ese principio de la libertad, como derecho humano inalienable, se hace acreedor a amparo y respeto por el Gobierno de turno y a protección por parte de los poderes del Estado.

Haya o no situación de excepcionalidad, la libertad es un derecho fundamental y, por mor de esa naturaleza, intocable, inviolable e irrenunciable en su esencia en todo momento. No se puede forzar ni limitar.

La libertad, en sus diversas y completas manifestaciones de expresión, opinión y demás, es un derecho de la persona y salvaguardarlo implica en sí la pacífica convivencia que homologa a toda sociedad democrática. La libertad no es moneda de cambio para excesos, desviaciones a lo absoluto y tentaciones de unilateralidad en la gestión pública.

Juan José Ruiz Moñino. 

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