
Todavía flotaba en el aire la emoción de la recogida de la Procesión del Silencio, con ecos de saeta y olor a cera, cuando el Cristo de las Penas volvía a asomar bajo el arco de la puerta principal de la parroquial de San Juan Bautista de Beniaján. Daba comienzo el Santo Entierro, envuelto en un tronar de tambores. Se daba cumplimiento también a una tradición con siglos a las espaldas, o mejor dicho, a los hombros, pues el desfile de Viernes Santo beniajanense remonta sus orígenes varias centurias en el tiempo, contándose entre los más antiguos de toda la región.
El Crucificado salió a la Calle Mayor, concurridísima, acogiendo con sus brazos extendidos la fe de todo un pueblo. Detrás, el Santo Sepulcro, obra cumbre del imaginero local José Ortiz. Dicen los entendidos que es un yacente único en todo levante, impresionante en su composición y conmovedor en su contemplación.
El Ángel de la Fortaleza que acompaña al yacente elevando una antorcha sobre el Señor de la Buena Muerte, parecía alumbrar también el recorrido, como un faro de esperanza, o quizá representando la fortaleza del ritual nazareno que se estaba viviendo en comunidad. Se palpaba el entusiasmo y las energías renovadas un año más dentro y fuera de la procesión. Y abrumaba el gentío apostado en la Vereda, a la que llegó después San Juan peinando el aire con su palma. Arte y devoción con sabor a caramelo.
Siguiendo los pasos del apóstol, aparecieron las túnicas enlutadas de la nutrida Hermandad de la Soledad. Hay algo magnético en esta procesión y especialmente en esa Virgen dieciochesca que recoge entre sus manos tres clavos de dolor y las oraciones de tantas y tantas personas, que también se clavan en ella a través de las miradas. A sus pies, junto a la corona de espinas, asomaban este año entre los claveles cinco flores de la pasión, por las Cinco Llagas, presagio también de la eclosión de la Pascua Florida: simbolismo y cuidado en cada detalle. Igualmente fueron flores, en este caso pétalos de rosas blancas, las que cayeron sobre su trono desde algunos balcones del itinerario, rompiendo en aplausos la concurrencia.
Y así, tras discurrir por las castizas calles del Álamo y de San Antonio, fue regresando la comitiva al templo, en cuya plaza aguardaba la gente para tributar a cada trono la más digna de las despedidas. Volverán a salir el año que viene, fieles a la costumbre y tratando siempre de mejorar, pero con la satisfacción de haber ofrecido este 2025 unas procesiones en Beniaján cuyo grato recuerdo perdurará, como mínimo, hasta la Cuaresma venidera.
Merecido reconocimiento al grandísimo trabajo de la Junta organizadora, con todas sus hermandades; también a la aportación musical de cada una de las bandas que han participado. E impagable el empuje de nazarenos y familias, de niños, jovenes y mayores, que viven esta tradición como una seña de identidad personal y sobre todo compartida. Han dado lo mejor y el público ha respondido. Así se hace pueblo.
Gabriel Nicolás Vera, Cronista de Beniaján