Aunque el cielo amenazaba lluvia desde primera hora de la tarde, nada impedía que más de un centenar de personas hiciesen cola en el auditorio del centro comercial Thader, una hora antes de la apertura oficial de puertas.
La amenaza de lluvia tampoco impedía que varios chicos hiciesen su agosto, nunca mejor dicho, vendiendo invitaciones gratuitas que la organización cede a diversas empresas. Algo habitual e inevitable por otra parte.
Casi con los primeros acordes de guitarra y la descontrolada bola de graves que arrojaba el bombo de los teloneros Lazarus, el recinto comenzó a llenarse, hasta alcanzar la cifra aproximada de 1500 personas, que religiosamente nos congregamos para ver, palabras textuales de una joven adolescente que corría emocionada hacia el escenario, al “Dios argento”.
Y es que esta es una de las virtudes de Andrés Calamaro. La amplitud de rango de edad del público asistente bien podría ser de unos 30 años. Quinceañeras y cuarentones al unísono, coreando las frustraciones, los anhelos y las vivencias del argentino que, solo un día antes, celebraba 47 veranos, la mayoría de ellos encima de un escenario.
“El Salmón”(El Salmón, 2001) abría la noche a un público entregado de principio a fin, que coreaba la intro del segundo tema del setlist “Los chicos” (La lengua popular, 2007), canción que abre la nueva entrega discográfica del porteño.
De modo que la noche pintaba bien, buena música en directo, alcohol a precio moderado y juventud (divino tesoro) que entonaba cada una de las pequeñas perlas que Andrés cantaba y bailaba (a lo Mick Jagger) desde el escenario.
¿Perlas del nuevo disco? Las de rigor, “Mi gin tonic”, “La espuma de las orillas” “ Cinco minutos más (minibar)” “Carnaval de Brasil”. Y aunque durante todo el show las más bellas del lugar pedían desesperadas “La mitad del amor”, Calamaro no quiso brindarla.
En contrapartida nos obsequió con algunos de los clásicos de Los Rodriguez: “Todavia una canción de amor” y “A los ojos”, que hicieron las delicias de los allí presentes. “¡¡Que salga Ariel !!” gritaba al fondo algún nostálgico.
A esa altura del concierto ya nadie recordaba la posible lluvia, ni los 26 eurazos pagados en taquilla. En el centro del escenario, Andrés peleaba con su telecaster y contoneaba sus caderas con suaves sacudidas stonianas, mientras los hits caían uno a uno. “Alta suciedad”, “Me arde”, “El día de la mujer mundial”, y varios tangos clásicos a mitad del espectáculo que el público aplaudió satisfecho.
Tras una versión rockera de “Elvis está vivo” y alguna parada en boxes para repostar (¿sería mate?), el bonaerense decía adiós a la audiencia, que cantaba el “cumpleaños feliz” sin que este apenas se percatase.
Concretamente “Flaca” cerró el espectáculo, y tras varios minutos de aplausos ininterrumpidos el público, ordenado, comenzó a abandonar el recinto.
En medio de la grada una chica tiraba del brazo a su novio, que tenía la mirada aún clavada en el escenario. Ella le apresuraba a salir de allí y evitar las presumibles colas de la salida, pero el chico apenas la escuchaba.
Simplemente miraba al frente, y mientras apuraba su cerveza repetía una y otra vez:
“¿sabes cariño?, creo que Dios nació en Buenos Aires”.
Francisco García Martínez