"La felicidad que descubrí era algo que no podía perder"

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Antonio José Gil Gómez recibirá el Orden Sacerdotal este domingo a las 19:30 horas, en la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Molina de Segura

Antonio, de 27 años, es de Molina de Segura, de una familia donde se le transmitió la fe desde su infancia; aunque sus circunstancias fueron diferentes a las de otros niños. «Cuando yo tenía tres años falleció mi madre; eso produjo un planteamiento distinto de las cosas», explica Antonio. Recuerda a sus abuelos, y cómo ellos lo llevaban a Misa y le inculcaron «ese amor al Señor y a la Virgen». Su vida transcurrió con normalidad, hasta que, a los doce años, también su padre falleció por una enfermedad; y Antonio pasó a vivir con sus tíos y primos, para quienes fue un hermano más. «En todos esos momentos vas viendo que el Señor es fiel, que te va protegiendo y guiando; a pesar de todas las pérdidas y de los sufrimientos, él siempre está ahí».

En esos años fue cuando Antonio comenzó su «despertar» al mundo de la adolescencia: las fiestas, las salidas con amigos… «Eso me fue generando un estilo de vida que es el de cualquier joven: el de salir de fiesta, el de un cierto postureo; el de buscar una imagen social y que la gente te reconozca». Comenzó a estudiar la carrera de Historia del Arte en la Universidad de Murcia, aunque no la terminó. La dejó a medio para entrar al seminario.

Todo empezó con una amistad: la de un joven sacerdote que era coadjutor en su parroquia, Nuestra Señora de la Asunción de Molina de Segura. Cuando todavía era diácono, invitó a Antonio a su ordenación sacerdotal; y él, desde entonces, comenzó a frecuentar más la parroquia. «Iba a Misa todos los días, antes de ir a la universidad; me acercaba cuando pasaba cerca de la iglesia… Antes yo no tenía una imagen clara de qué era ser sacerdote y él era joven, de mi edad; eso me fue interpelando». Un día, se encontró con que, sin consultarle, su amigo lo había apuntado a catequesis de Confirmación. «No me sentó bien; me parecía una tontería perder el tiempo un viernes dando catequesis, no me apetecía». Sin embargo, empezó a ir a las reuniones y no las abandonó. «Me sentía querido y muy a gusto, y eso hizo que fuera entrando más en el conocimiento del Señor y de la Iglesia».

En septiembre, su amigo sacerdote fue destinado a otra parroquia; aunque no pasó mucho tiempo hasta que le invitó a ir con él a un viaje. Era una toma de hábito en Ávila. En ella, una chica que Antonio conocía de vista iba a entrar en el Monasterio de la Encarnación como carmelita descalza. «Yo no sabía qué era una toma de hábito, pero aquella experiencia me cambió la vida». En el viaje había varios sacerdotes y Antonio, al acompañarlos y compartir con ellos la experiencia, pudo ver su alegría, sus «ganas de vivir y de comerse el mundo», además de participar con ellos en la Eucaristía y en las distintas oraciones. «Ahí fui descubriendo que esa vida me hacía feliz. No es que mi vida anterior no me llenara, pero esto era un plus mucho más grande; y esa felicidad era algo que no podía perder». Además, después de la toma de hábito, pudo hablar con la chica que se había hecho carmelita descalza, a través de la reja del locutorio. «Lo que más me impactó fue la alegría que vi en ella; pensé que yo quería ser igual de feliz».

Al terminar el viaje, Antonio volvió a la «vida normal», pero nada fue lo mismo. Le costaba dormir, no disfrutaba… «Me puse un chándal y me fui a correr; llamé a mi amigo sacerdote porque necesitaba hablar y, en ese momento, fue cuando dije: “Creo que el Señor me llama a ser sacerdote”». Vivió un tiempo de discernimiento hasta que, ese mes de enero, se decidió a entrar en el preseminario.

De su etapa como seminarista, Antonio destaca el haber podido formarse tanto a nivel espiritual como humano. «Estos seis años han sido el regalo más grande que Dios me ha hecho; me ha ayudado a entenderme a mí para poder entender a los demás; me ha hecho comprender cuál es el ministerio al que el Señor me llama, que es poner mi voz, mis manos, todo lo que soy al servicio de Cristo y hacerlo presente en medio del mundo». En esos años, sirvió en la pastoral vocacional y penitenciaria, además de en el barrio murciano de La Paz y en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario, de Puente Tocinos (Murcia); y su diaconado lo ha desempeñado en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Bullas. «Me ha ayudado mucho a poner en práctica lo que es amar: estar con la gente, escucharla, quererla, ser parte de su vida». Y al ver el camino recorrido, su propia «historia de salvación», solo puede dar gracias: «Vivo con agradecimiento; pasaría por los mismos sufrimientos que he tenido con tal de experimentar esta felicidad; esa plenitud, esa paz de encontrar el verdadero sentido de la vida. Porque quien lo encuentra ya lo tiene todo, y ese sentido es Jesucristo».

Antonio será ordenado sacerdote este domingo en su parroquia, Nuestra Señora de la Asunción de Molina de Segura, a las 19:30 horas. «Lo que tengo en el corazón hoy es ser fiel hasta el final; que pueda verdaderamente configurarme con Cristo y hacerlo presente en medio de su pueblo, la Iglesia». 

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