Estos días han aparecido en la prensa varios artículos sobre la práctica desaparición del caballito de mar (Hippocampus guttulatus) en el Mar Menor. La asociación Hippocampus que lleva 13 años muestreando la laguna tan solo ha encontrado 3 ejemplares en las diferentes inmersiones que han hecho en 2020.
Pero quizá habría que preguntarse si los caballitos que aparecieron muertos en las orillas de diferentes playas de La Manga en septiembre de 2019 fue un aviso de lo que pasaría tres semanas después, el 12 de octubre, con toneladas de peces muertos en las orillas de la playa de Villananitos.
Todavía hoy, a menos de dos meses de cumplirse un año de esa mortandad no se conocen datos de la biomasa, composición específica y análisis de individuos muertos; una práctica que se hace, por ejemplo, tras un incendio forestal, en el que se dan a conocer las hectáreas y las especies vegetales y animales quemadas.
No se habla ya de aquel terrible episodio. La transparencia de las aguas del Mar Menor durante estos meses de verano y las noticias sobre las grandes capturas de peces han obrado el milagro para las mentes de pensamiento simple: el Mar Menor, excepto por el fango acumulado en la ribera oeste, se ha recuperado.
Y es que el desastre no está a la vista. Las espectaculares puestas de sol del Mar Menor ocultan unos fondos casi desiertos en los que es muy difícil ver cangrejos, agujas, gobios, blénidos..., habitantes habituales de esta laguna. También ocultan otros fondos, antaño arenosos, que se van cubriendo a pasos agigantados de bien alimentadas praderas marinas en las que se reproducen de forma masiva anémonas y epifitos. Estos vegetales son fundamentales por la importante función de retención de nutrientes (nitratos y otros) que no dejan de llegar a la laguna, pero su crecimiento desaforado muestra una grave alteración del ecosistema. Esta abundancia de vegetación podría ocasionar una pérdida de biodiversidad en la que solo sobrevivieran las especies que pudieran resistir estos cambios.
En cuanto a la pesca, las capturas masivas de este verano han sido de mújol, dorada y lubina. Esta reducción de especies han llevado al expatrón de la Cofradía de Pescadores de San Pedro del Pinatar, Jesús Gómez, a mostrar su preocupación por la pérdida de otras nueve especies comerciales que eran rentables en años pasados y de cuyas capturas no se han facilitado datos.
Por otro lado, los sedimentos procedentes de los campos arrasados por la agricultura intensiva y arrastrados hasta el Mar Menor por las intensas lluvias del otoño e invierno pasados, han colmatado los fondos de las orillas de las playas impidiendo el baño en muchas de ellas. El disfrute de sus aguas cálidas y cristalinas era uno de los servicios ecosistémicos que nos regalaba el Mar Menor, y que al desaparecer ha causado una tremenda pérdida económica para todos los negocios de la zona.
Así que a la pérdida de especies, con el emblemático caballito de mar a la cabeza, y la colmatación de los fondos en muchas de sus playas, se une el impacto socioeconómico (que seguramente irá seguido de un efecto psicológico) en las poblaciones ribereñas, sin que se haya hecho nada de sustancia para evitar la destrucción del Mar Menor.
Pacto por el Mar Menor