En África, donde afortunadamente la enfermedad no ha tenido ni la intensidad ni la letalidad de otras regiones, preocupa especialmente el impacto sobre un sistema de salud ya frágil antes de la pandemia: “hemos tenido que hacer esfuerzos ímprobos para que la población no abandonase los programas de prevención de la desnutrición y para continuar garantizando el tratamiento a los niños y niñas con desnutrición aguda”.
En Oriente Próximo la subida del precio de alimentos básicos parece imparable. En Líbano, “los precios de los alimentos se han duplicado desde mayo. En esta región el confinamiento ha sido especialmente duro para el millón y medio de refugiados sirios que viven en Líbano o en zonas entre las de mayor densidad demográfica del mundo, como la Franja de Gaza”.
En Filipinas, el país con la cuarentena más larga, las distribuciones de alimentos han sido cruciales en zonas donde los mercados se han quedado sin abastecimiento.
Hay que tener en cuenta que en todos estos países la pandemia ha sido solo una crisis más, añadida a las que ya vivían. Conviene recordar que el hambre, tras décadas de reducción, ha aumentado en los últimos cinco años como consecuencia de conflictos enquistados en los que se ha generalizado el uso de del hambre como arma de guerra y por la crisis climática global.
Preocupación por la alimentación también en España
Los profesionales de Acción contra el Hambre que trabajan por la inclusión sociolaboral de personas desempleadas y en situación de vulnerabilidad en 10 comunidades autónomas alertan a su vez de un cambio de patrón en la dieta de las familias que han perdido su empleo o han visto drásticamente reducidos sus ingresos: “compran menos pescado, carne o productos frescos y hacen más frecuente el consumo de ultraprocesados, a la venta a precios más baratos”, explica Vargas, quien advierte que la relación entre desempleo y una mala alimentación es bidireccional: “no solo come peor quien ve reducidos sus ingresos, sino que el deterioro de su estado de salud por un cambio de dieta reduce sus posibilidades de empleo”.
Acción contra el Hambre está integrando una nueva línea de trabajo en sus programas de empleo en España para incorporar buenos hábitos nutricionales y saludables como factor clave para la empleabilidad de las personas.
Los trabajadores humanitarios son personal esencial
Manuel Sánchez Montero, director de incidencia y relaciones institucionales en Acción contra el Hambre, resume en tres puntos lo que sucede a nivel humanitario: “En primer lugar, no se puede hacer más con menos, el impacto de la COVID-19 se ha añadido a las necesidades humanitarias preexistentes, por lo tanto, se necesitan recursos extraordinarios para dar una respuesta que, además, va más allá de la sanitaria, como asegurar los medios de vida y la seguridad alimentaria. En segundo lugar, no nos podemos olvidar de otras crisis también importantes, como la humanitaria de Yemen o la guerra de Siria. Y, por último, es importante que los trabajadores humanitarios sean considerados como personal esencial, al igual que el personal médico o de servicios básicos, para seguir apoyando a las poblaciones de forma efectiva”.
Las dificultades de movimiento para la ayuda humanitaria, de la que dependen casi 170 millones de personas en el mundo, ha sido otro de los grandes retos durante la pandemia. Acción contra el Hambre ha abogado desde el inicio de la crisis para que los trabajadores humanitarios fuesen considerados trabajadores esenciales a todos los efectos y se eliminasen todas las trabas administrativas y logísticas a su despliegue.
La necesidad de proteger a estos profesionales del contagio y de adaptar en muy poco tiempo actividades como las distribuciones de alimentos para evitar contagios, y hacerlo en un momento en el que el suministro mundial de mascarillas y equipos de protección individual estaba bajo una enorme demanda, fue un desafío entre marzo y junio.