La pandemia golpea las bases de la alimentación mundial

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La pandemia golpea las bases de la alimentación mundial

Con apenas un tercio del llamamiento humanitario por la pandemia financiado, todo apunta a que la COVID-19 duplicará el número de personas en situación de crisis alimentaria antes de final de año, alcanzando los 265 millones de personas [las estimaciones en enero eran de 135 millones]. 

Aumenta más de un 14% el porcentaje de niños y niñas que podrían morir cada mes por desnutrición como consecuencia de la pandemia. Lo que se traduciría en 10.000 muertes infantiles más por mes.

Aunque el epicentro mundial de la pandemia no esté en los países con más hambre, el golpe para los sistemas alimentarios, la caída de las economías informales o la reducción de los servicios de prevención y tratamiento de la desnutrición hacen temer un aumento del hambre.

En España, la pérdida de ingresos y el aumento del desempleo están reduciendo el consumo de pescado, carne y productos frescos. 

Acción contra el Hambre ha presentado esta mañana en rueda de prensa la situación del hambre en el mundo, y en España,  derivada de la crisis del coronavirus. El acto ha contado con la presencia de Antonio Vargas, responsable de salud y nutrición de la organización humanitaria, y con Manuel Sánchez Montero, director de incidencia y relaciones institucionales. Ambos expertos han mostrado la necesidad de poner el foco en las consecuencias alimentarias que está trayendo esta pandemia para millones de personas.

Así, Vargas y Sánchez han explicado que los equipos de Acción contra el Hambre en todo el mundo han redoblado esfuerzos para proteger la alimentación de millones de personas del hambre que trae la COVID-19, ya sea como consecuencia directa del colapso de los sistemas de salud o fruto del choque económico que ha traído el confinamiento.

Un ataque a la alimentación desde dos flancos: economía y salud 

Y es que el virus ha atacado a la alimentación desde distintos flancos simultáneamente; “por una parte, el confinamiento de casi la mitad de la población mundial ha puesto en jaque a 2000 millones de trabajadores informales que dependen de su actividad diaria para ganarse el arroz o el pan cada día. En Perú, en India, en Filipinas… encerrar las ciudades y los mercados era una condena para miles de personas. El cierre de fronteras y la ruptura de los mercados han provocado una hiperinflación que en muchos países está llevando a la población a pasar hambre en mercados abastecidos. En Siria, por ejemplo, el coste de la canasta básica de alimentos ha aumentado un 240%. Incluso en países con mecanismos de protección más sólidos, como España, estamos observando cambios en la dieta entre quienes han perdido su empleo, accediendo a menos proteína y consumiendo más hidratos de carbono y ultraprocesados”, explica Antonio Vargas, responsable de salud y nutrición de Acción contra el Hambre.

Pero al impacto económico, exponencialmente mayor en países sin ERTES ni subsidios, hay que sumar los efectos directos de la salud: “el colapso de sistemas sanitarios con la enfermedad, o simplemente el miedo de la población a acercarse a lugares que podían estar repletos de carga viral, ha dejado sin atender a otras enfermedades. Esto es especialmente grave en el caso del tratamiento de la desnutrición, y también lo es la suspensión de los programas de prevención. Se estima que el número de niños y niñas desnutridos aumentará un 14% con la pandemia, lo que se traduciría en 10.000 muertes infantiles más por mes".

Múltiples frentes, un solo combate

Los equipos de Acción contra el Hambre en todo el mundo adaptaron desde marzo sus programas al nuevo escenario. En un primer momento lo más urgente era romper la cadena de contagios, con un refuerzo de la higiene y la sensibilización comunitaria para evitar la propagación del virus y con un refuerzo en la protección de personal sanitario y centros de salud. Muy pronto la prioridad fue garantizar la comida diaria a los millones de trabajadores informales que habían dejado de tener ingresos de un día para otro y a poblaciones especialmente expuestas como personas refugiadas. Todo ello en un contexto en el que la propia ayuda se enfrentaba a dificultades de movimientos, tanto de bienes como de personas, por las restricciones impuestas por autoridades locales.

En América Latina, con países como Perú o Colombia a la cabeza de las cifras de contagios, se calcula que 29 millones caerán en la pobreza tras la pandemia: “especialmente grave ha sido para los cuatro millones de venezolanos en el exterior o para los millones de centroamericanos que han visto disminuir drásticamente la llegada de remesas de países como EEUU, y que adoptan medidas de adaptación extremas como el endeudamiento o el trabajo infantil”.

En África, donde afortunadamente la enfermedad no ha tenido ni la intensidad ni la letalidad de otras regiones, preocupa especialmente el impacto sobre un sistema de salud ya frágil antes de la pandemia: “hemos tenido que hacer esfuerzos ímprobos para que la población no abandonase los programas de prevención de la desnutrición y para continuar garantizando el tratamiento a los niños y niñas con desnutrición aguda”.

En Oriente Próximo la subida del precio de alimentos básicos parece imparable. En Líbano, “los precios de los alimentos se han duplicado desde mayo. En esta región el confinamiento ha sido especialmente duro para el millón y medio de refugiados sirios que viven en Líbano o en zonas entre las de mayor densidad demográfica del mundo, como la Franja de Gaza”.

En Filipinas, el país con la cuarentena más larga, las distribuciones de alimentos han sido cruciales en zonas donde los mercados se han quedado sin abastecimiento.

Hay que tener en cuenta que en todos estos países la pandemia ha sido solo una crisis más, añadida a las que ya vivían. Conviene recordar que el hambre, tras décadas de reducción, ha aumentado en los últimos cinco años como consecuencia de conflictos enquistados en los que se ha generalizado el uso de del hambre como arma de guerra y por la crisis climática global.

Preocupación por la alimentación también en España

Los profesionales de Acción contra el Hambre que trabajan por la inclusión sociolaboral de personas desempleadas y en situación de vulnerabilidad en 10 comunidades autónomas alertan a su vez de un cambio de patrón en la dieta de las familias que han perdido su empleo o han visto drásticamente reducidos sus ingresos: “compran menos pescado, carne o productos frescos y hacen más frecuente el consumo de ultraprocesados, a la venta a precios más baratos”, explica Vargas, quien advierte que la relación entre desempleo y una mala alimentación es bidireccional: “no solo come peor quien ve reducidos sus ingresos, sino que el deterioro de su estado de salud por un cambio de dieta reduce sus posibilidades de empleo”.

Acción contra el Hambre está integrando una nueva línea de trabajo en sus programas de empleo en España para incorporar buenos hábitos nutricionales y saludables como factor clave para la empleabilidad de las personas.

Los trabajadores humanitarios son personal esencial 

Manuel Sánchez Montero, director de incidencia y relaciones institucionales en Acción contra el Hambre, resume en tres puntos lo que sucede a nivel humanitario: “En primer lugar, no se puede hacer más con menos, el impacto de la COVID-19 se ha añadido a las necesidades humanitarias preexistentes, por lo tanto, se necesitan recursos extraordinarios para dar una respuesta que, además, va más allá de la sanitaria, como asegurar los medios de vida y la seguridad alimentaria. En segundo lugar, no nos podemos olvidar de otras crisis también importantes, como la humanitaria de Yemen o la guerra de Siria. Y, por último, es importante que los trabajadores humanitarios sean considerados como personal esencial, al igual que el personal médico o de servicios básicos, para seguir apoyando a las poblaciones de forma efectiva”.

Las dificultades de movimiento para la ayuda humanitaria, de la que dependen casi 170 millones de personas en el mundo, ha sido otro de los grandes retos durante la pandemia. Acción contra el Hambre ha abogado desde el inicio de la crisis para que los trabajadores humanitarios fuesen considerados trabajadores esenciales a todos los efectos y se eliminasen todas las trabas administrativas y logísticas a su despliegue.

La necesidad de proteger a estos profesionales del contagio y de adaptar en muy poco tiempo actividades como las distribuciones de alimentos para evitar contagios, y hacerlo en un momento en el que el suministro mundial de mascarillas y equipos de protección individual estaba bajo una enorme demanda, fue un desafío entre marzo y junio.

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