Estampas neoyorquinas y otras postales desvaídas, de Francisco Javier Sanabria Valderrama

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Estampas neoyorquinas y otras postales desvaídas, de Francisco Javier Sanabria Valderrama

Llega a las librerías de toda España “Estampas neoyorquinas y otras postales desvaídas”, de Francisco Javier Sanabria Valderrama, editado por Cuadernos del Laberinto en su colección “La Valija Diplomática”. Este amenísimo volumen recoge una colección de momentos capturados, una serie de artículos que nacieron, en 2013, y abarcan las impresiones y vivencias de su autor, destinado en Nueva York y Varsovia; adentrándose, además en la infancia y juventud, en Bilbao, de este diplomático.

En el prólogo, escrito por Chencho Arias, se confirma la amenidad y profundidad de estas memorias al afirmar: “Francisco Javier Sanabria ha logrado encapsular, en un número razonable de páginas, los quehaceres, las peripecias, el sentido de la vida de un buen diplomático de nuestro país. Lo hace de una forma gráfica, reflexiva a menudo, didáctica en ocasiones, abundantemente amena.”

Es este un libro de impresiones, de imágenes, sonidos y aromas, entre las que se desliza algún que otro razonamiento suscitado por la peripecia profesional del autor. Una recomendación acertada para lectores inteligentes que buscan adentrarse en las entretelas de la carrera diplomática.

En el prefacio, menciona que algunas estampas fueron 'cinceladas con material extraído de los pliegues de la memoria'. ¿Cómo fue el proceso de recuperar y dar forma a estos recuerdos?

Los recuerdos están ahí, en la alacena de la memoria, en las cavidades del corazón. Uno se puede servir de ellos mientras perduren. Son variopintos, heterogéneos, en ocasiones recreados. He querido, con todo, no falsear lo que vi, oí o sentí. En contra de lo que predica Arcadi Espada de los recuerdos, no he querido “despojar la narración de la pelusa de la vida”.  

Menciona a Funes el memorioso. ¿Qué papel juega la memoria en su escritura y cómo se asegura de que sus recuerdos sean fieles a la realidad?

La facultad de fabular y la de ensamblar recordaciones, las de amar y pensar y, ante todo, la gratitud son la esencia de nuestra existencia; como seres vulnerables desde la gestación hasta la vejez, en la enfermedad y en la salud. Los recuerdos, en cambio, sí son inexpugnables en su castillo hecho de tiempo pretérito, indestructible. También la escritura, incluso la de ficción, se convierte para cualquier lector potencial en vivero de memoria. En lo que hace al género que se denomina como “memorialismo”, hay que admitir que resulta difícil renunciar a una doble tentación, la de disimular y la de adornarse en las vivencias. “If the legend becomes fact, print the legend”, reza una de las frases ilustres del cine, esculpida en mármol. Pero la grandeza que verdaderamente emociona es la del antihéroe, la de John Wayne as Tom Donihon en “El hombre que mató a Liberty Valance”; la del hombre discreto que se lleva sus secretos a la tumba, aquel al que el Señor, que ve en lo secreto, le recompensará.

El libro parece explorar temas como la identidad, la nostalgia y el paso del tiempo. ¿Cómo describiría su estilo literario; y qué mensaje principal espera transmitir a sus lectores?

Me conformo —con perdón— con compartir la complicidad del humor, la sintonía cordial de la música y algún atisbo de luz poética.

El libro tiene un tono reflexivo y a veces nostálgico. ¿Cómo describiría su estilo literario y qué busca transmitir a través de él?

Lo ligero y lo profundo se dan la mano. “¡Cima de la delicia! Todo en el aire es pájaro” son dos versos de Jorge Guillén que reúnen a mi modo de ver esa conjunción de sustancia y forma que es deleitosa para los sentidos y aviva la razón. No aspiro a surcar tan altos cielos; junto a las palabras y juego.

¿Podría citar alguna persona en particular que haya conocido en Nueva York y que haya dejado una huella en usted?

El cardenal arzobispo Timothy Michael Dolan. Quien lo haya conocido, no me desmentirá: una fuerza de la naturaleza, una roca, un alcázar, un exégeta de las escrituras penetrante y agudo y un torrente de humor excelso.

El prólogo lo firma, Chencho Arias, conocido diplomático que dice de usted: “Javier Sanabria domina, con no poca ironía, el uso del verbo y del adjetivo. Los maneja, y sorprende, con imaginación y una precisión a la que uno no está acostumbrado y que te obliga, como con un buen vino, a detenerte un segundo para paladear la palabra o la idea. He disfrutado con ello en varios pasajes del libro”.

Realmente, Inocencio Arias ha captado muy bien la idea y forma de su libro. ¿Qué sintió al leer esta crítica?

Una inmensa gratitud por su generosidad. Me atreví a pedirle al Embajador Arias el prólogo, porque en su carrera reunió dos condiciones relevantes para este libro: había sido por dos veces Director General de la Oficina de Información Diplomática (departamento de donde partió la iniciativa del “blog” neoyorquino), y fue por cuatro años Embajador de España ante las Naciones Unidas. Su aceptación y sus palabras han sido un gran regalo.

Como diplomático, ha estado destinado en Kinshasa, en Quito, en la Representación Permanente de España en la Unión Europea, en Praga, en la Misión Permanente de España ante las Naciones Unidas en Nueva York y en Varsovia.

Mirando hacia atrás, ¿qué es lo que más echa en falta de estas ciudades, a cuál regresaría?

Lo cierto es que puedo decir “conmigo van”, que “mi corazón os lleva”, como Antonio Machado dijo de los campos de Soria. De Kinshasa echo en falta sus árboles y el río Congo a su paso por el barrio residencial de la Gombé; de Quito, las faldas del Pichincha y la plaza de San Francisco; de Bruselas, el fragor del mercado de Stockel un sábado por la mañana, Notre Dame du Sablon y a Rosa Díez encabezando la delegación socialista española en el Parlamento Europeo. Guardo en lugares preferentes el puente de Carlos, el cementerio judío y la calle Pariszka en Praga; el Upper-West, el Met y la Quinta Avenida en Nueva York; y el parque Lazienki y la columna del rey Segismundo III Vasa en Varsovia.

 Me gustaría regresar a Nueva York para el desfile de Pascua y, ya puestos a soñar, pasear arriba y abajo la avenida frente a San Patricio junto con Fred Astaire y Judy Garland.

Además, empezó su carrera en la Dirección General de Seguridad y Desarme (1989-1993), fue asesor en el Gabinete del secretario de Estado de Cooperación Internacional (1996-1999), subdirector general para los Asuntos de Justicia en la Unión Europea y Organismos Internacionales del Ministerio de Justicia (2008-2010), director general de Naciones Unidas y Derechos Humanos (2015-2017), asesor en la Escuela Diplomática (2022-2024) y, actualmente, en la Dirección General de Políticas de Desarrollo.

Tiene un curriculum impresionante, ¿cuál es el puesto con el que más ha disfrutado o ha sentido que su vocación como servidor de España ha sido más fructífero?

Todos han sido lecciones de vida y de oficio gracias a las personas que se cruzaron, algunos de manera tangencial, en mi camino: desde Zenón a Mme. Barbarin; de Patricia Espinosa a Allan Mendoza; de Philippe Mawet a Jean-Claude Piris; de Antonio Rivas a Vaclav Havel; de Juan Antonio Yáñez a Carmen, la señora de la limpieza; y luego vinieron las Anias, las Malgorzas y las Kasias, los Marcin, los Piotr y el gran Robert Bartold, mi ángel de la guarda en Polonia.

En cinco palabras, ¿por qué escribe?

… Con el rabo mato moscas.

?Y también en cinco palabras, ¿qué es ser un diplomático?

Representar dignamente a tu patria.

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