La poesía de Juanma Ruiz, ´Todos, en alguna ocasión, hemos necesitado hacernos el muerto para poder afrontar las dificultades´

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La poesía de Juanma Ruiz, ´Todos, en alguna ocasión, hemos necesitado hacernos el muerto para poder afrontar las dificultades´

Hacerse el muerto es el nuevo libro del escritor madrileño Juanma Ruiz, que recientemente ha llegado a las librerías de toda España de la mano del sello editorial Cuadernos del Laberinto.

Autor polifacético en su doble vertiente de crítico cinematográfico y poeta, ofrece en este nuevo libro una mirada sosegada pero inquietante sobre la existencia y el propio arte. (La vida está al revés. Es importante / volver sobre tus pasos. / Dejar la puerta abierta a las heridas. / Cuando un vagón de metro es una daga / y el aire una ecuación irresoluble / es bueno hacer de tripas inconstancia).

Considerado como una voz fundamental en la poesía contemporánea —uno de esos hijos predilectos de la Literatura— incluso la gran Rosa Montero ha afirmado: «Juanma Ruiz es ese tipo de poeta que logra que en cada uno de sus poemas haya por lo menos un par de versos que sientes que han sido escritos para ti. Son palabras doloridas, pero también rabiosas porque añoran la felicidad. Palabras que sujetan mundo cuando, como dice Juanma, la vida está al revés».

—¿Qué significado tiene Hacerse el muerto? ¿Qué tipo de poesía cultiva?

—El título del libro hace referencia a esos momentos vitales en los que parece que todo está en contra, que la vida exige demasiado. Entonces, contra todo instinto, uno necesita dejar de nadar contra la corriente, permitirse un momento de respiro y coger fuerzas para contraatacar. Por eso, todo el libro está articulado en torno a esa imagen (que aparece en la cubierta) de una persona que flota inmóvil sobre el agua, como momento clave antes de ‘regresar’ al mundo y afrontar sus exigencias. Es una sensación que todos vivimos de un modo u otro en los meses más duros de la pandemia, cuando la sociedad en bloque tuvo que replegarse a sus hogares, el planeta se puso en pausa y el futuro era más incierto que nunca. Pero creo que a nivel individual, todos hemos pasado por otros muchos momentos donde hemos necesitado ‘hacer el muerto’ para poder hacer frente a nuestra situación vital, laboral, emocional...

En ese sentido, diría que los poemas que hay en este libro se encuadran en una cierta ‘poesía del yo’, pero intentando que no sea una mirada ensimismada, sino abierta al exterior. Poemas que reflejen una forma de estar y de sentir, pero permeables a lo que pasa fuera. Por eso, aunque no se menciona explícitamente, la pandemia está ahí; pero creo que también se filtran en algunos versos muchas otras cosas, como la situación política, medioambiental y, especialmente, la propia idea de la poesía como vehículo para comprender el mundo.

—Rosa Montero ha dicho de usted: “Juanma Ruiz es ese tipo de poeta que logra que en cada uno de sus poemas haya por lo menos un par de versos que sientes que han sido escritos para ti”. ¿Cómo se siente ante esto?

—Pues, ante todo, agradecido por la generosidad de Rosa. Es una escritora a la que admiro enormemente, y uno de los poemas del libro, titulado ‘Espejismo’, está dedicado a uno de sus personajes. Así que para mí fue un honor inmenso que leyera el poemario cuando aún era un manuscrito y me ofreciera unas palabras tan hermosas para presentarlo en sociedad. Porque si la poesía (dicen) surge de la intimidad de quien la escribe, solo cobra verdadero sentido cuando interpela a quien la lee. Al fin y al cabo, el arte es ante todo un acto de comunicación, un camino del ‘yo’ al ‘tú’. Así que, como poeta, conseguir que el lector se sienta identificado con mis versos es una de las mejores y más bellas cosas a las que puedo aspirar.

—Definamos las tres partes que componen Hacerse el muerto.

—El libro está estructurado en tres bloques, que representan tres estados de ánimo distintos. El primero se titula ‘confines’, una palabra cuyos derivados han cobrado un sentido muy específico en los últimos años. Y, en efecto, hay en esa primera parte una sensación de encierro, de confinamiento; a veces físico, pero, sobre todo, emocional. Es la parte más pesimista del libro, en la que predominan la incertidumbre y la desesperanza, respecto al mundo y también respecto a la propia poesía (¿para qué sirve? ¿Qué sentido tiene escribirla?). A continuación, el encierro da paso a una sensación de derrota, en un bloque titulado ‘cansancios’, donde como decía más arriba llega el momento de detenerse y tomar aire; el ‘hacerse el muerto’ propiamente dicho. Pero mi intención era que esa segunda parte poco a poco se revelara como una bisagra entre la primera y la última, titulada ‘contraataque’. En ella es donde, después de ese estadio de tiempo suspendido, vuelve el movimiento, vuelve el exterior y vuelve, de algún modo, la idea esperanzadora de que un nuevo comienzo es posible, y también una fe renovada en el poder de la poesía y del lenguaje para dar sentido al mundo.

—Da gusto leer poesía que se entienda, como en su caso. ¿Por qué, en tantos casos, el poeta busca la oscuridad y la incomprensión del lector?

—No sé si soy el más adecuado para responder a esto, ¡porque a menudo me han acusado de escribir de manera muy críptica! Así que no sé si mi poesía “se entiende”. Supongo que muchas veces eso depende más del lector que del autor. Y quizá sí haya poetas que son deliberadamente crípticos para buscar una cierta apariencia de complejidad o de profundidad, pero no creo que la oscuridad o la incomprensión sean algo negativo de por sí. A veces, sencillamente, un poema (como un cuadro, una pieza musical o una película) no tiene que entenderse sino sentirse. Una obra artística puede experimentarse sin necesidad de comprender cada uno de sus detalles. Y en el caso de la poesía, esta lleva implícita una cierta búsqueda y experimentación con los límites del lenguaje, y eso puede dar como resultado una apariencia de opacidad. Por eso, aunque no me gusta el arte que es incomprensible por puro capricho, sí valoro y admiro el que, como lector o espectador, me plantea desafíos, y me obliga a proponer una interpretación... que quizá coincida con la de su autor, o quizá no. También esa disonancia es parte del juego.

—Su poema ‘A dentelladas’ es una bendición, un canto al amor y a los pequeños detalles; así como su final es una punzante estocada. Podría ser uno de esos poemas que se quedan grabados en la memoria colectiva. ¿De dónde surgió?

 —Bueno... diría que ‘A dentelladas’ nace de la necesidad de contrarrestar un sentimiento que predomina en muchos de mis poemas, que es el de la tristeza. A menudo me dicen que solo escribo poemas tristes y oscuros, ¡lo cual no es cierto! Yo considero que algunos de mis poemas son bastante luminosos. Pero sí creo que en conjunto predomina en mis libros una cierta desesperanza, y no me gusta que sea esa la única visión del mundo que doy en ellos. Por eso, también, todo ese tercer bloque de Hacerse el muerto busca dar la réplica a la tristeza, a la melancolía y a la derrota. En ese sentido, ‘A dentelladas’ es un poema propositivo, que lejos de regodearse en lo malo, apuesta por un curso de acción, que se resume en amar, sin más, como actitud vital.

—Con lo difícil que es hacer una buena introducción, Ricardo Lobato firma un prólogo muy enriquecedor y completo. ¿Se siente bien identificado en sus palabras?

 —Ricardo es, probablemente, la persona que mejor conoce mi escritura. Fue mi profesor de Lengua y Literatura en el instituto, leyó mis primeros y terribles intentos de escribir poesía y me guio en cada paso del camino durante esos años. A partir de ahí, hemos mantenido una amistad ininterrumpida hasta hoy. Así que él es la persona que mejor podía escribir un prólogo para el libro por tres motivos: sus enormes conocimientos de literatura; su igualmente enorme calidad como poeta, con cinco libros donde muestra su capacidad de destilar la palabra hasta sus últimas consecuencias; y su cercanía a mi trayectoria desde el principio, habiéndome visto evolucionar desde aquellos intentos primerizos y a lo largo de todos mis libros. Por eso, cuando leí por primera vez su prólogo para Hacerse el muerto, no me sorprendió ver que había radiografiado a la perfección no solo los temas principales del libro, sino, en ocasiones, las intenciones subyacentes en algunos poemas o incluso versos concretos. Más que un prólogo, el texto de Ricardo es casi un estudio de la obra, pero donde además deja ver ese afecto personal de tantos años. Si las palabras de Rosa Montero sobre el libro han sido un honor, las de Ricardo son un lujo.

—El lector tiene la impresión de que juega con la misma literatura y con la estructura del libro. Ya esto lo hacía en sus anteriores poemarios.

 —Esa es una de las ideas que aparecen insistentemente en mis poemas, a veces incluso de manera involuntaria. Me interesa mucho el arte que reflexiona sobre sus propios mecanismos de creación. Me fascina ver a Velázquez pintando ‘Las meninas’ dentro de ‘Las meninas’; o las películas de Jonás Trueba o Itsaso Arana donde aparece la claqueta, se oyen los “¡corten!”, o los personajes implican a la cámara en medio de una escena. En el colegio, el Quijote se me hacía un peñazo como a cualquier niño de esa edad, pero me fascinaba el momento en que Cervantes dejaba al protagonista y al viczaíno, brazos en alto, a punto de partirse mutuamente la crisma porque, decía, no tenía los documentos donde se contaba el resto de la historia. También lo hacía William Goldman en La princesa prometida... Al introducir ese tipo de elementos en la ficción (y la poesía es, hasta cierto punto, también una ficción) se rompe la frontera entre la obra y el mundo real. Y en un poema, donde normalmente no hay personajes o tramas como tales, la forma de hacer esto es incorporar en él las reflexiones que hay detrás de su escritura. Es como hacer el poema y su ‘making of’ al mismo tiempo. Y, como en el famoso ‘Soneto de repente’ de Lope, a veces eso permite también introducir un cierto humor en los versos, gracias a la distancia que da la autoconsciencia.

—Sin confundirla con la euforia, ¿la felicidad puede llegar a ser permanente?

 —No lo sé, pero tiendo a pensar que no. Y eso no es malo. Al fin y al cabo, si reconocemos la felicidad es porque conocemos la tristeza. Una felicidad permanente sería una sensación indistinguible, neutra, imposible de valorar. Pero claro, el ser humano siempre aspira a ser feliz sin más, sin interrupción, porque nos aterra la infelicidad y la asociamos con el sufrimiento. En mis poemas, trato de hacer las paces con esa idea de que la felicidad son momentos plantados aquí y allá, y precisamente por eso son más valiosos que una dicha constante y sin matices.

—¿Qué es más importante: crear o creer?

—Como alguien que cree en pocas cosas, diría que lo primero es un vehículo para lo segundo. Al final, creemos en el amor porque lo hemos leído antes de experimentarlo. Creemos en la posibilidad de cambiar el mundo porque lo cuentan las películas y los cantares de gesta. Incluso las religiones se basan en conjuntos de textos sagrados, que son creaciones literarias con la intención de inspirar la fe. Hay quien (no es mi caso) ha llegado a la conclusión de que existe Dios tras escuchar una sinfonía. Fíjese si es importante crear para poder creer...

—Hablemos sobre su faceta de crítico cinematográfico y profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos.

—En realidad, mi formación académica y mi trayectoria profesional han ido siempre ligadas al cine. Me licencié en Comunicación Audiovisual, y he trabajado en algunos largometrajes, en festivales de cine y, sobre todo, como crítico, para revistas como Cahiers du Cinéma – España, Caimán Cuadernos de cine o, actualmente, Jot Down. Me gusta analizar el cine; entiendo que es un lenguaje propio que se puede descodificar y traducir, con sus propias herramientas y formas de transmitir ideas. Y, a diferencia de la literatura, cuya importancia artística nos inculcan en el colegio y en el instituto, nadie nos enseña a esas edades a leer imágenes audiovisuales, a pesar de que hoy en día nos rodean más pantallas que libros. Comprender que el cine construye significados, y saber reconocer esos significados, es fundamental para saber qué ideas está sembrando una película (o un telediario, o una story de Instagram o un vídeo de TikTok). Si no, estamos indefensos ante la manipulación. Por eso, como profesor, me gusta que la clase sea un espacio para indagar sobre esos códigos, para hacernos preguntas y aprender a descifrar el sentido último de las imágenes. 

—¿Cómo definiría en cinco palabras su estilo poético?

—Siempre se me ha dado mal juzgar o describir mi propia obra. Y además, creo que no le corresponde al autor hacerlo, sino al lector. Al fin y al cabo, es quien tiene la decisión última sobre la obra, y quien al leerla construye su sentido último, más allá del control y de las intenciones originales de quien la escribió.

A dentelladas

Por qué no amar igual

al diamante y a su grieta,

al reloj y al árbol seco

si amar es redimir y redimirse,

y tardes de vendimia y agua fresca.

Propongo entonces ver sin condiciones,

las pupilas en la mano y en el pecho,

amar las cosas tristes y perfectas,

las alegres, las impuras y la nada.

Amar al fin,

y hacerlo a dentelladas.

Descomponer

el mundo

en versos,

y los versos

en imágenes del mundo a otras medidas.

Reivindicar el gozo y la belleza,

amarlo todo

con ese descarado, impenitente

afán con el que se odia uno a sí mismo.

Del cansancio

¿Cómo (y cuándo) tuvo

el cielo entre los dedos?

Descríbame el cansancio

solo con frases simples.

Los delirios

de poeta

no se ven

al microscopio. Y es que aquella

presión bajo el diafragma

es muscular, tristeza coagulada,

respire hondo y cuente hasta cuarenta.

Los bronquios le traicionan, es fatiga

(recuéstese un momento)

tan crónica como estos meses blancos.

Y aquel dolor

en las articulaciones

que hacen bisagra entre la sed y la conciencia

no tiene tratamiento a estas edades.

Pero no se preocupe, caballero.

Extienda aquí otro cheque

y beba mucha agua.

Si se incorpora le hago una receta

y le prescribo falsas esperanzas.

Juanma Ruiz: (Madrid, 1982) es crítico cinematográfico y profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos.

Colabora habitualmente con publicaciones como Jot Down o Caimán Cuadernos de Cine. Es autor del libro J. J. Abrams (ediciones Cátedra), y de los poemarios Paseos o derivas (Devenir, 2015), Tratado de egoísmo (Cuadernos del Laberinto, 2018) y Materiales de derribo (Cuadernos del Laberinto, 2019).

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