Efectos de la calefacción y del frío en el cuero cabelludo: principales cuidados a seguir en invierno

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Efectos de la calefacción y del frío en el cuero cabelludo: principales cuidados a seguir en invierno

Los cambios de temperatura propios de esta estación pueden resultar incluso más perjudiciales para nuestro pelo que la radiación solar de verano, llevando a que éste se reseque y se caiga con más facilidad, según los expertos de Hospital Capilar

La nieve suele ser otro agente nocivo para el cuero cabelludo, al crear un efecto pantalla que potencia la acción de los rayos solares, llegando a provocar, incluso, riesgo de quemaduras

La utilización de champús, acondicionadores y mascarillas nutritivas, el uso de protectores térmicos o seguir una dieta equilibrada rica en antioxidantes, entre las recomendaciones para proteger al cabello de la temporada invernal

El frío, los cambios constantes de temperatura, la humedad, la lluvia o el viento son algunas de las amenazas propias del invierno que pueden afectar de forma negativa al cabello, ya que el clima propio de esta época del año, con todos sus condicionantes, hace que el pelo sufra en mayor medida al dañar el estado de su capa más externa, alterando el comportamiento del cuero cabelludo y fomentando su deshidratación. Por ello, desde Hospital Capilar, la mayor corporación del sector capilar, explican las principales pautas a seguir para restringir el impacto de los agentes agresivos invernales en nuestro pelo, ya que el cuidado que le demos a éste durante esta temporada repercutirá directamente en la calidad de la fibra capilar.

"En invierno, nuestro pelo se expone a un contraste de temperaturas excesivamente altas y bajas, provocadas por el clima en invierno y la calefacción, que pueden resultar incluso más perjudiciales que la continuada radiación solar de verano, repercutiendo negativamente en nuestra melena en diversos aspectos. Por ello, esta estación favorece la caída del cabello y empeora su aspecto al afectar a la humedad del mismo y alterar la cutícula, es decir, su capa más externa; dando como resultado un pelo más seco y encrespado", explica la doctora Raquel Amaro, de la clínica Hospital Capilar.

Así, el frío propio de estos meses del año es el responsable directo de que se produzca una menor dilatación de los vasos sanguíneos del cuero cabelludo, dando lugar a que la vascularización en esta zona se encuentre más limitada. Esto, a su vez, da lugar a que lleguen menos nutrientes al cabello y que las glándulas sebáceas trabajen menos, lo que se traduce en un cuero cabelludo con mayor probabilidad de descamación, así como un pelo más deshidratado y quebradizo y con mayor tendencia a la caída; además de tratarse de un factor que también suele agravar patologías como la dermatitis o la psoriasis.

Por su parte, la calefacción utilizada durante esta temporada produce un efecto similar al frío y se proclama como otro de los agentes más agresivos para la estructura capilar, volviéndola más porosa y áspera por el contraste de calor, además de provocar que el pelo se encuentre menos nutrido. "En este caso, se incrementa la porosidad del cabello al existir una mayor sequedad en el ambiente, lo cual agrava la deshidratación, a la vez que disminuye su elasticidad y lo vuelve más frágil y quebradizo. A esto se le suma la mayor utilización de gorros y sombreros durante esta estación, ya que su uso continuado puede incrementar la sudoración, dando lugar a un apelmazamiento en las raíces y sequedad en las puntas, que quedan desprotegidas, además de conllevar cosméticamente un cabello más encrespado y con más electricidad estática", detalla la doctora Amaro.

Además, factores como el viento también aumentan la fragilidad y alteran el buen estado del cabello, abriendo la cutícula y resecándolo en exceso al arrastrar polvos miscroscópicos que lo ensucian y electrizan, mientras que, por otro lado, la radiación ultravioleta que se refleja en la nieve se postula como otro agente nocivo para el cuero cabelludo, al crearse un efecto pantalla que potencia la acción de los rayos solares, llegando a provocar, incluso, un mayor riesgo de quemaduras con más gravedad que las de la playa. Por ello, en estos casos, se recomienda evitar largas exposiciones al sol en la nieve o llevar un gorro o capucha de protección que impida el contacto directo con este agente, así como el uso de protectores específicos y acondicionadores sin aclarado.

En cuanto a la caída del cabello que se da durante estos meses, la especialista de Hospital Capilar resalta que "en esta época, se da una caída de pelo reaccional, conocida como efluvio telógeno, que puede definirse como una pérdida de pelo superior a la media de más de 80-100 al día. La clave es que es autolimitada en el tiempo y reversible, a no ser que se tenga una alopecia androgénica asociada. En cualquier caso, en aquellos casos que se prolonguen más de 3 o 4 meses, se recomienda consultar a un especialista para determinar si la caída es patológica o fisiológica".

Consejos para proteger al cabello del invierno

El principal problema al que se enfrenta nuestro pelo durante la temporada invernal es la sequedad. Por ello, se aconseja seguir un protocolo de cuidado capilar específico acorde a esta época del año, empleando champús, acondicionadores y mascarillas nutritivas con ingredientes hidratantes, suavizantes reestructurantes y humectantes que hagan frente a la falta de hidratación. "Asimismo, en esta rutina se debe incluir el uso de sérums ricos en aceites, aplicándolos siempre desde la mitad del tallo hasta las puntas, respetando el cuero cabelludo", puntualiza la doctora Amaro.

Por otro lado, cabe recalcar que la utilización excesiva de secadores y planchas, que suele excederse en esta estación, daña la raíz del pelo y hace que éste tenga más tendencia a romperse, por lo que es fundamental aplicar un protector térmico en formato spray o espuma antes de su uso para reducir los efectos del calor sobre la cutícula.

Por último, la alimentación será otro factor determinante a la hora de asegurar una buena salud capilar en esta época invernal, debiendo incluir en la misma antioxidantes como las vitaminas E y F, presentes en el aceite de girasol o los frutos secos; el zinc, que se encuentra en legumbres o carnes rojas; o minerales como el hierro, dentro de alimentos como las espinacas o las alcachofas. Tampoco deben faltar las vitaminas B5 y B6, que forman parte de la composición de cereales integrales, lácteos, huevos o verduras, la vitamina C, que se encuentra en frutas cítricas, o los ácidos grasos Omega 3 y Omega 6 propios del aguacate o pescados azules.

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