Desde los últimos años del siglo XIX, España se vio forzada a modificar su viñedo en casi todo el territorio debido al ataque de la filoxera
Este hecho hizo que muchas de sus variedades autóctonas se perdieran por el camino hacia variedades más seguras, y en muchos casos más productivas y menos propensas a enfermedades que mermaban la producción, pero que indiscutiblemente empobrecieron el patrimonio vinícola
No es de extrañar que, con el auge de los vinos españoles y la evolución de las empresas a elaborar productos altamente comerciales, esas variedades de uva se perdieran con el paso del tiempo en favor de aquellas que eran más demandadas por el público. Se perdió la búsqueda de la calidad frente a la cantidad, la identidad frente a los beneficios.
Sin embargo, hace unos años, la ecología y el resurgir de la búsqueda de la identidad nacional, han hecho que, en muchas zonas del país, se hayan establecido bodegas que están volviendo a los orígenes. Bodegas que buscan huir de tendencias comerciales, que se centran en producir de manera artesanal sus vinos y que, en el proceso, algunas han apostado firmemente por rescatar variedades que habían sido olvidadas.
Apoyadas en los cultivos biodinámicos o ecológicos, los cuales buscan extraer los mejores resultados de las cosechas haciéndose valer de la propia naturaleza, y respetando las variedades y singularidades de cada terruño o pequeño majuelo, estas bodegas garantizan unos vinos que transmiten las características especiales de la geografía, la geología y el clima de la tierra de donde proceden. Se trata de una vinicultura que respeta la naturaleza y el medioambiente. Trabajando por recuperar pequeños viñedos que de otra manera desaparecerían, de variedades históricas, y reivindicando los vinos de pueblo y las uvas autóctonas, esta iniciativa pretende recuperar el patrimonio vitivinícola español.
Para poner nombre a alguna de esas bodegas, por ejemplo, Vinyes Singulars, DO Penedés, que se especializan en Sumoll blanco o Malvasía de Sitges, a Bodegas Luis Pérez, VT de Cádiz, que está potenciando la variedad Tintilla, a Cota 45 y Barbadillo que están recuperando la fuerza del Palomino Fino y poniendo de nuevo en las mejores cartas de los vinos del mundo la identidad genuina de los vinos del marco de Jerez. O Rodrigo Méndez en Galicia, DO Rías Baixas, dignificando variedades como la Sousón o la Tinta Femia. Pero, probablemente, el logro más singular hasta la fecha haya sido el efectuado por Juan Carlos Sancha, que además es profesor de la Universidad de la Rioja. Juan Carlos ha trabajado durante años en recuperar de cero variedades que se habían perdido por completo, y a partir de cepas encontradas casi de manera milagrosa. La Maturana blanca es la primera referencia escrita de una variedad en la historia de la Rioja, en el año 1622, y la Maturana tinta procede de 17 cepas recuperadas de un viejo viñedo localizado en Navarrete, La Rioja. Otros elaboradores de referencia como Alfredo Maestro, VT de Castilla, expresan con rigor la enorme riqueza del viñedo histórico. Charlotte Allen, DO Arribes, es otro ejemplo de una luchadora en una región remota de Zamora, Fermoselle. Los tintos de Charlotte Allen son un mosaico de variedades antiguas que se fusionan para mostrar unos vinos con una personalidad arrolladora. ¿Puede ser este uno de los caminos para que la España vaciada deje de estarlo?
Ese es el espíritu con el que nace Vinoplacer, con la intención de apoyar y dar visibilidad a esas bodegas que se esfuerzan día a día por ofrecernos vinos con esencia de la tierra y elaborados de manera artesanal y respetando el medioambiente. La intención de la empresa es la de compartir vinos que expresen la calidad del terroir, que recuperen tradiciones históricas, y ayuden a dar visibilidad a unos elaboradores que luchan a diario porque el patrimonio vinícola llegue al mayor número de consumidores posible. La vida con vino sabe mejor