El reciente campeón de Moto3, Pedro Acosta, ha ofrecido el título a sus conciudadanos en un acto multitudinario en la playa de Mazarrón. Cuando pocos dudan ya de su capacidad para llegar a ser el próximo gran referente de MotoGP, analizamos su ascenso meteórico, su carácter y sus posibilidades.
Pedro Acosta es un muchacho educado, agradable y simpático, con un acento murciano que llama la atención entre las voces neutras de los periodistas españoles e internacionales.
Esta temporada de 2021 ha irrumpido en el mundial de motociclismo como una nueva estrella en el firmamento. Con sólo diecisiete años y 166 días, es el segundo piloto más joven de la historia en ganar el campeonato, sólo por detrás de Loris Capirossi (1990), que conserva el récord con sólo un día de margen.
«Hablamos de Pedro Acosta como si fuera Marc Márquez o Fabio Quartararo», decía Jorge Lorenzo el pasado mes de septiembre.
En sus mejores carreras de esta temporada, ha salido a pista calmado y seguro de ganar, cuando no de terminar en la enfermería si la victoria no era posible. Le ha salido bien en casi todas las ocasiones, pero era muy difícil seguir sus carreras sin que a uno le viniera cierta opresión en el estómago, por poca simpatía que tuviera por él.
Pedro Acosta es un piloto dominador, impávido ante el peligro y las circunstancias adversas, que parecen sacar lo mejor de él. Es capaz de aguantar dieciocho vueltas en segundo lugar, detrás de su principal oponente durante gran parte de la temporada, Sergio García Dols, y adelantarle en la última vuelta para producir el efecto de una derrota más cruel y devastadora.
Sin embargo, lo que más llama la atención de su carácter es la mezcla de estos rasgos con sus opuestos. El equilibrio entre temeridad y autocontrol, instinto y cálculo, cierta fiebre casi demente con el sentido común de una persona adulta.
Gobierna la moto con frialdad y temple, echando el cuerpo muy encima del manillar y trazando las líneas de perfil, ayudándose del freno de la rueda trasera.
Desde los cinco años se ha dedicado a las motos con una pasión implacable. No es aficionado a las videoconsolas, los teléfonos móviles ni los informativos de televisión. Sólo ve carreras. Duerme carreras, come carreras y vive carreras.
«Ahora te felicita todo el mundo. La gente que no creía en ti hace un año ahora viene y ellos sabían que tú ibas a llegar», declaraba ante los micrófonos de DAZN vagamente desafiante, después de proclamarse campeón el pasado 7 de noviembre en el Gran Premio del Algarve.
Parte de su descaro proviene de los inicios. Durante mucho tiempo no pudo contar con el dinero de patrocinadores ni de nadie. Él, su entrenador Paco y su padre, Pedro, pescador de profesión y gran aficionado a las motos, viajaban solos de un circuito a otro. Incluso debieron robar neumáticos en alguna ocasión, según comentaba éste último en una conversación reciente en RT MotoGP.
El pasado 20 de noviembre, Pedro Acosta apareció muy relajado y sonriente frente al ayuntamiento de Mazarrón, vestido con una gorra vuelta hacia atrás y un abrigo deportivo con el emblema del equipo KTM Red Bull. Caminó durante varios metros a lo largo de un corredor, rodeado de aficionados contenidos detrás de las vallas de seguridad, y se detuvo a saludar y a hacerse fotos con algunos de ellos. Después de escuchar las palabras del alcalde, un poco distraído, imprimió la huella de sus manos en el paseo marítimo de Mazarrón.
Pedro Acosta no quiere ser juguete de temporada. Sabe que todos los pilotos sufren caídas y lesiones de gravedad, y que si suceden demasiado pronto pueden arruinar una carrera deportiva para siempre. También sabe que, a medida que uno alcanza la celebridad, tiene que lidiar con distracciones tan peligrosas como caer de una moto a 200 kilómetros por hora. Por ese motivo, durante el homenaje del pasado jueves, una parte de él parecía estar en otra parte.