Murcia es la ciudad que vio nacer al pintor y en la que vivió hasta los diecisiete años. "Para mí -nos dirá el Ramón Gaya-las cosas murcianas, este paisaje, tienen mucha importancia. Cada vez que me reencuentro con él, me atrae muchísimo. Lo viví intensamente de niño, y lo recuerdo y lo sigo viviendo con agrado".
Llevó su tierra allá donde el destino le condujo. La ciudad "tan finamente polvorienta y desvaída" tiene una trascendencia decisiva a lo largo de toda su vida. "Murcia es un aire mate, sorda luz cayendo en las plazas como una fiebre muda. Las calles, pasillos que conducen. Y si te abandonas a tu paso, pronto encuentras la huerta, porque la huerta espera detrás siempre, aunque se ignore aquí, espera con abandono, no como el mar, llamando y encendido, sino quieta sin voz. Porque Murcia es muda y todo está cerrado. Porque las casas no son bloques de vida, sino tapias, tapias y paredes lisas como tumbas de corazones. Y un jazmín es siempre aquí una sorpresa, igual que es un asombro el tronco seco y duro de una higuera al asomar sus hojas tiernas a marzo. Y no se sabe dónde mojan los dedos estos jazmines para ser flores, porque todo está cerrado en Murcia, hasta el agua, hasta el aire".
A su regreso tras un largo exilio se reencuentra con los paisajes de su infancia, lugares importantes para el pintor: El huerto del Conde, lugar de nacimiento; el Malecón "el verdadero río de Murcia"; las acequias, la huerta y los huertos; el Museo Salzillo...
Su obra se tiñe de las tradiciones populares entre ellas la Semana Santa Murciana.
Ya de pequeño, con poco más de diez años, hizo una litografía en el taller del padreAMIGOS donde vemos a un nazareno. Hizo varios carteles de esta fiesta tan nuestra y dedicó un apartado muy especial a la figura de Francisco Salzillo.
Ramón Gaya nos dice sobre Salzillo: "Su “Dolorosa” es más que una imagen y menos que una escultura. [...] Las “figuras” de Salzillo necesitan de cómplices, la vida en torno, Murcia en torno, la luz más polvorienta cogiéndoles de la cintura".