Este año 2020, fatídico y anodino, ha traído en el ocaso de su existencia, un gran regalo desde el punto de vista cultural, el libro Breviario de mi lengua. Glosario de voces del habla popular murciana del eminente profesor lorquino José Quiñonero Hernández.
Un concienzudo trabajo lexicográfico recopilatorio ha venido a ser conjugado en un volumen no necesariamente científico aunque sí ciertamente lingüístico editado por la Hermandad de “Nuestra Señora del Rosario” de Santa Cruz (Huerta de Murcia), conocida como los Auroros de Santa Cruz, y que, además de un férreo ritual religioso y festivo diseminado en los Ciclos de Navidad, Ordinario y Pasión, y además de organizar tradicionalmente un Encuentro de Auroros en la primera semana de cada octubre rosariero, también cuentan con un blog muy activo y dinámico (http://losauroros.blogspot.com/) y un fondo editorial conocido como el Fondo de Cultura Tradicional, empresa cultural que empezó allá por el año 2002 y llegados a este 2020, llevan editados y publicados la friolera de veintidós volúmenes, la gran mayoría de ellos libros-disco ya que la música tradicional está muy presente en la filosofía de este objetivo editorial, tan bien comandado por el secretario de dicha hermandad, Joaquín Gris Martínez.
El Breviario de mi lengua supone el volumen número veintitrés de esta colección, un libro que en su grandeza no cuenta con esa edición musical tan habitual del Fondo de Cultura porque en este trabajo prima la palabra, el vocablo traído de la memoria del recuerdo y del uso cotidiano que, hasta no hace mucho, era un hábito en las formas expresivas que conjugaban esas hablas o el habla popular murciana.
Esta ingente obra lexicográfica parte de un concienzudo trabajo editorial puesto que el profesor José Quiñonero estuvo publicando estas casi mil entradas en el diario La Opinión de Murcia desde enero de 2015 a noviembre de 2018, como bien afirma en su última página: “gracias al empuje de Fernando Martínez Serrano y a la generosa acogida de Ángel Montiel”.
Así, con un prólogo directo, claro y preciso nos dice el autor de la importancia que suponía antaño la comunicación familiar como verdadera herramienta escolar o academia del saber. De esta forma, en una sociedad campesina como la que él se crio (la de localidad diseminada de Aguaderas, en el término municipal de una Lorca murciana), donde el tiempo hablaba más de un estatus quo conservador que de avanzados pasos hacia una modernidad urbanita, el habla suponía el alfa y el omega de la existencia lingüística de un individuo, que advertía el mundo por el glosario de voces que había aprendido en el ámbito familiar, a través del boca a boca sin más componente empírico que las tradiciones, los ciclos campesinos y festivos, y los rituales consagrados a la oralidad.
Es esa marcha progresiva y desaforada hacia un presente lexicográfico enrarecido por la tecnología lo que llevó al profesor Quiñonero a plantearse este proyecto, pero que bien mirado, y así nos lo hace constar en su prólogo, esta sociedad ya había empezado a despojarse de su vocabulario habitual como si de un atuendo raído se tratara, cincuenta o sesenta años atrás.
Traídos al caso como auctoritas, el autor nos cita con Miguel Delibes, Gabriel García Márquez y Ramón Pérez de Ayala para plantearnos el problema desde tres perspectivas distintas enfocados en un nexo común: el olvido como cementerio de elefantes, en cuyo pretérito se vio nombrado un mundo plausible y cercano, y cuyas acepciones, no causan ahora más que extrañeza.
Como buen profesor, avisa para alivio de caminantes: “Advierta el curioso y desocupado lector que este no es un diccionario al uso ni un palabrero común, porque no se aviene a ninguna de las normas y rigores de la lexicografía […], si no caprichosos y prevaricadores, como lo es –y, sobre todo, lo fue– el hablar de las gentes silvestres”. Es así que las entradas recogen dos y tres vocablos por acepción, algunas de estas acordes a su representación fonética en plural, con la pertinente consideración de los diminutivos tan propios del terreno y, en algunos otros casos, la transcripción vulgar sin pretensiones científicas, lexicográficas o sometidas al cotejo de opiniones académicas. Sin duda, nos parece una obra de gran acierto, y para ello, el orden léxico-semántico nos da cuenta de vocablos que podríamos catalogar de murcianismos, arcaísmos castellanos, algunos en vías de extinción, préstamos dialectales, así como también otros tantos, vulgarismos llamativos por su sonoridad.
Desde ababol/arabol hasta zurrón, azurronarse, azurronao, pasando por curcusilla, enteretico, -ca, este, ehta, helor, jumareta/fumareta, nacencia, poyo, poyete, poyata, rocaor, hasta tabanazo entre otros muchos, podemos sumergirnos a lo largo de un compendio sabio, que habla de un tremendo acierto de quien ha sido profesor y ha sabido comunicar contenidos a sus alumnos de una forma fácil, concreta y sencilla, pero a la vez, que también ha convivido con el medio campesino como afirma en la contraportada de la obra: “tomando ora la pluma, ora la azada”.
Así, profesor ejemplar del Instituto Ibáñez Martín de Lorca, llevó para adelante la titánica obra didáctica que representaron los libros de texto de la editorial Octaedro junto al profesor José Calero Heras, y como en trabajos y aventuras anteriores, este libro, el Breviario de mi lengua, lejos de ser una inocente incursión editorial, se alza como un maravilloso trabajo no exento de acicates como “las alas del humor y la nostalgia”, para convertirse en un compendio etnográfico–lingüístico, en nuestra humilde opinión, fundamental y necesario.
Estimado lector, advertimos en esta obra la prestancia de un libro que invita a ser disfrutado, gota a gota, palmo a palmo, para esfisar en cada picoesquina de su glosario, una voz traída al dulce paseo de la mano que el reconocido profesor José Quiñonero tiene preparado por su Aguaderas natal, Aleph de otros muchos medios campesinos.