El torero Pepín Liria se ha despedido de Cehegín en una emotiva corrida goyesca en la que ha abierto la Puerta Grande, al cortar cuatro orejas y un rabo a sus astados, de la ganadería de La Campana.
Dos años llevaba Pepín sin actuar en el centenario coso, al que volvía para decir adiós a una carrera profesional de quince años, ocupando siempre una buena posición en el escalafón taurino y paseando el nombre de Cehegín por todos los rincones del mundo, convirtiéndose así en el mejor embajador que jamás tuvo la ciudad.
Nada más pisar el albero, acompañado de su amigo y oponente en la tarde de ayer, Morante de la Puebla, el público le rendía una sincera ovación. Ya tenía Cehegín ganas de volver a ver a su torero. A su llegada a ‘capotes’ le esperaban el alcalde José Soria y el concejal Francisco Abril para hacerle entrega de un cuadro como recuerdo al que sería el último festejo en su tierra natal.
‘El guerrero’ se mostró muy emocionado durante toda la tarde, viendo cómo se le humedecían los ojos en no pocas ocasiones. Igual que el tendío, que gritó varias veces al unísono el nombre de su torero, poniendo los pelos de punta hasta al más insensible. Fue una tarde para la historia, en la que incluso Morante de la Puebla estuvo más entregado que de costumbre con su lote, saliendo también por la Puerta Grande, con tres orejas.
La corrida, muy floja y descastada, dio el juego justo para que la tarde pasara a los anales de la historia. Sin duda alguna hubo más toreros que toros. Y el público lo vio, y se volcó como pocas veces lo ha hecho.
En el año 1983, un becerrista acartelado como José Liria ‘Maximín’ se presentaba a su pueblo en un festival a favor de la Lucha Contra el Cáncer, en el que no pudo matar a su becerro porque éste no paraba de colarse por las troneras de los burladeros. Quince años después, ‘Halcón’, un toro castaño de la ganadería de La Campana, sería el encargado de despedir al ‘Torero de la Honradez’. Y lo hizo a lo grande, matando en los medios, recordando la épica tarde de los ‘victorinos’ en Sevilla, en la que escribió una de las páginas más importantes de la tauromaquia.
Muy emocionado, y acompañado por una de sus hijas, el torero de Cehegín dio su última vuelta al ruedo, recibiendo todo el calor de su gente y besando el albero de la plaza que le vio empezar, caerse y levantarse, y al fin llegar a ser lo que es hoy día, el maestro Pepín Liria.