En torno al paraje Isla del Tío Juan Vacas discurre este sendero del arroz que tiene como objetivo mostrar el paisaje cultural que el calasparreño ha ido esculpiendo desde la prehistoria hasta la actualidad en las vegas del Segura a su paso por el municipio de Calasparra. En esta ocasión, el itinerario parte del aparcamiento del paraje Isla del Tío Juan Vacas, en el Complejo Deportivo Aguas Bravas, semillero de remeros que cultiva con mimo la Escuela de Piragüismo Municipal, bajo el puente de la RM-714 que salva el Segura.
Están en el epicentro de la más tradicional zona de cultivo del arroz con D.O.P de Calasparra (de las variedades bomba y balilla por sollana). De acuerdo al calendario arrocero, el 9 de junio, Día de la Región, deben verse ya los brotes verdes de este cereal. Alimento principal de la mayor parte de la población mundial, esta gramínea alcanza en las cajas de Calasparra el culmen de calidad por sus excelentes aguas, limpias, casi vírgenes, y siempre en movimiento, y la altitud --a diferencia de los arrozales del Delta del Ebro, la Albufera de Valencia o la vega del Guadalquivir en Sevilla, a nivel del mar, crecen a entre 300 y 500 metros--.
Cultivado en esta vega al menos desde el siglo XVII, según está documentado, la producción del alimento estrella de Calasparra marca hoy el horizonte de este paseo en torno a Aguas Bravas, donde recientemente se ha diseñado un nuevo recorrido de slalom para el entrenamiento y disfrute de los piragüistas. El paseo se aleja del río para acercarse a la acequia de Rotas. Algo menos de 500 metros entre las cajas de los arrozales, que, por medio de los portillos, se van inundando con la circulación infinita del agua.
Para sacar el máximo partido a la ruta, que remonta un tramo del cauce de la acequia, es recomendable que lleven prismáticos, pues en este ecosistema antropizado encuentran su hábitat una enorme biodiversidad. El humedal artificial que son las tablas de los arrozales sirven en bandeja a la avifauna un amplio menú de invertebrados y anfibios. Así que, no será raro que disfruten del elegante vuelo de las garzas, de los brillantes colores del macho del ánade real, del vuelo preciso de las gaviotas, de los vistosos colores de los abejarucos y, si tienen suerte y marchan en silencio, hasta de la presencia de galápagos leprosos y nutrias.
De nuevo en dirección al río, podrán ver parte del circuito de descenso diseñado por la Escuela Municipal de Piragüismo, también pasarán junto al observatorio de aves, todo entre brotes de arroz y campos en barbecho. Se encuentran en el remolino del Tambor, una zona desde la que los calasparreños se han lanzado tradicionalmente al baño para dejarse arrastrar por la corriente hasta la playa fluvial del Embarcadero. Chapuzones refrescantes que rebajan las tórridas temperaturas de la canícula estival.
Una vez en la pasarela, el itinerario asciende, cruzando a la margen derecha del río y la acequia de Berberín, por el paraje del Olivarejo, hasta el yacimiento islámico de Villa Vieja. Allí, junto a las calles de fisionomía árabe y las viviendas hispanomusulmanas, con los patios como ejes centrales de la vida, vivirán un viaje al pasado de la mano de uno de sus antiguos habitantes.
Disfruten de la experiencia y de vuelta al presente, mientras regresan al río entre olivares y segundas residencias de los vecinos, no dejen de levantar la mirada hacia el horizonte para ver la sierra de San Miguel, coronada por la ermita del mismo nombre; también la sierra del Molino y el perfil de su Piedra de Jajá; y, desde la curva, otra vez los arrozales en la vega.
Cuando concluya el recorrido, nada mejor que probar el fruto de estas tierras: el arroz de la DOP Calasparra, el aceite que de sus olivos extrae la almazara local, los quesos murcianos de Villa Vieja,... que ponen el sabor a estas sabrosas tierras de la comarca del Noroeste.